Harrison Ingram, el jugador total con aroma a los años 80

El baloncesto cambia igual de rápido que el tiempo en primavera. Antes los jugadores altos que tiraban desde fuera eran extraterrestres, ahora son el pan nuestro de cada día y cualquier partido de éstos veremos hasta a Marjanovic anotarse un par de triples.  Y los blancos eran solo tiradores, tipos que encestaban hasta las zapatillas, pero saltaban menos que un luchador de sumo. Ahora también son buenos atletas. 

Pero hay un caso muy especial en Estados Unidos, un jugador con el DNI de un chavalín pero el ADN de un clásico anclado en los viejos tiempos que para él parece que los tiempos. En la generación de 2021 aparece Harrison Ingram, un point forward de 2,04 con un estilo de juego muy parecido a los aleros y ala-pívots de las legendarias décadas de los 70 y 80: hablamos de la cosecha de Larry Bird o Kevin McHale, espejos en los que Ingram se refleja de manera espontánea. 

Harrison Ingram va a disputar su última temporada de instituto consagrado ya como uno de los mejores aleros jóvenes de todo Estados Unidos: por delante apenas tiene a A.J. Griffin, futuro jugador de Duke y al californiano Peyton Watson, dos bestias que algún día escribirán páginas preferentes de la NBA. La temporada 2021-2022 jugará bajo las órdenes de Jerod Haase en la universidad de Stanford, donde se espera que sea un one and done como Zion Williamson, Anthony Davis o el último número uno del Draft, Anthony Edwards. Palabras mayores.

La magia del alero viene de su polivalencia en la pista. Con sus 204 centímetros y una cara de no haber roto un plato en su vida, es capaz de cargarse la vajilla entera de cualquier rival: puede jugar desde la posición de base, dónde se instala en muchas ocasiones por visión de juego, hasta la de pívot en momentos que el partido lo requiera. Aparte de ser uno de los pocos jugadores que puede rendir en las cinco posiciones y hacerlo al más alto nivel, destaca en muchas otras facetas, desde las que se miden en las estadísticas hasta en esos intangibles que relucen allá donde hay talento.

Dos características que le hacen ser muy especial, pasto de los responsables de scouting de media América. Una es su gran visión de juego, tanto en contraataques donde es capaz de dar pases que dejan a sus compañeros solos ante la canasta y, por supuesto, en ataques en estático, donde recuerda, en parte, a Magic Johnson y LeBron James.

Otra virtud de su juego que le hace ser una rara avis es su capacidad para capturar multitud de rebotes ofensivos, metiéndose en la zona y luchando contra jugadores más grandes que él. Puede sonar raro que al rebote ofensivo se le dé tanta relevancia, pero muchos equipos han conseguido victorias en playoffs peleándose por los rechaces como si fueran los espartanos en la batalla de las Termópilas. Y en la otra pelea, la defensiva que también maneja Ingram, qué decir de momentos mágicos protagonizados por especialistas como como Kyle Korver, además uno de los mejores tiradores de la historia; o Andre Iguodala, encargándose de secar a LeBron James durante todas las finales que disputaron los Cavaliers contra los Warriors de Curry.

En fin, que nuestro hombre bajo la lupa de nbamaniacs, a pesar de no tener uno de los mejores físicos de su generación, es capaz de atacar y defender a jugadores más fuertes que él. Aun así, tiene todas las cualidades para llegar a tener un físico más que decente en la NBA. Veremos si su paso por la universidad consigue despuntar y acabar siendo el siguiente jugador total: tiene un montón de papeletas para resultar premiado en el sorteo más importante de su vida. 

Se apellida Ingram y, aunque no tiene nada que ver con el ya consagrado Brandon, quizá algún día suene más incluso que su ya famoso ‘hermano mayor’.


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