En el episodio 194 del podcast de nbamaniacs, el compañero Jorge Roche me planteó una cuestión interesante. La pregunta abordaba al alien Victor Wembanyama y apuntaba a qué tipo de interior dominante sería. ¿Más Anthony Davis o más Nikola Jokic? A mí, equidistante como acostumbro, me salió decir que el francés era una cosa a caballo de ambos. Que podía tener un sentido elevado del juego y una capacidad pasadora mayor que la de AD, pero que no sentía compartir el balón al nivel del serbio. Pues Jokic es un jugador que, si por él fuese (de ahí el punto de tortura al verle en su actual versión), no lanzaría un solo tiro a canasta. Wemby, sin embargo, siente la anotación como su pulsión primaria y el resto son accesorios de esta.
Más allá del debate en sí, siempre interesante, la cuestión lleva a pensar inmediatamente en la naturaleza de cada jugador. En qué es lo que uno siente como propio e indivisible de su ser y qué va desarrollando o añadiendo a esa base. A este respecto, Alejandro Arroyo escribió hace un tiempo un texto magnífico para la web de Panenka llamado ‘El principio de la segunda Virtud’. El cual invitaba a fijarse en la segunda cualidad más poderosa de un deportista con el objetivo de explicar al competidor de forma más honda. Algo así como abordar a Lionel Messi desde el pase y no desde el regate, a Rafael Nadal desde lo táctico y no desde su capacidad de sacrificio o a Larry Bird desde su visión de juego en lugar de su anotación.
Primacía de la virtud primera
Bien, este texto es lo contrario. Pues en un panorama donde consumimos tantísimo deporte, las primeras impresiones pesan demasiado en la visión general que tenemos de ciertos jugadores. A veces, hasta el punto de ignorar su naturaleza. Yo lo denomino el fenómeno Paul Pogba, al que le intuyeron un centrocampista cerebral a raíz de fijarse en su golpeo cuando resultaba evidente que el fútbol que él sentía tenía que ver más con el vértigo y el tercio atacante que con lo que acontece en la sala de máquinas. Lo cual acabó siendo una rémora que su fútbol y su cabeza no supieron nunca pudieron desquitar.
Ocurre igual con cualquier análisis pre-draft, en el que se citan un par de espejos en los que reflejar al chaval que llega y que a la larga suelen quedar en bochorno. Tanto cala este ansia de comparación que en las entrevistas que llevan a cabo los equipos, también le preguntan a los chicos por quiénes son sus ejemplos a seguir y por qué. Recordemos, organizaciones profesionales cuyo futuro depende en una parte de esto, aunque es cierto que en su caso la cuestión tiene motivaciones más hondas que facilitar comparaciones mentales en el aficionado.
Bronny James after Wednesday's action at #NBA Draft combine.
— Duane Rankin (@DuaneRankin) May 15, 2024
Three thoughts:
1. Jrue Holiday, Davion Mitchell potential on defense?
2. Says he's comfortable at one or two. Can James be a starting point guard in the NBA down the road?
3. Sounds just like his dad, LeBron James. pic.twitter.com/kw1QHE2Hbb
Este mismo año Bronny James contestó en estos intercambios que su ideal era Jrue Holiday, Derrick White o Davion Mitchell, llevándose el elogio de la prensa por fijarse en esos y no en una estrella inalcanzable como, mismamente, su padre.
Anécdotas aparte, tejer paralelismos es una de las cosas favoritas de los medios porque facilita la creación de narrativas. Estos últimos tiempos se ha vivido el auge del paralelismo Anthony Edwards/Michael Jordan, Brandon Ingram se le comparó desde muy pronto con Kevin Durant, Kristaps Porzingis pasó por ser el nuevo Dirk Nowitzki y a Alperen Sengün se le dedicaron largos artículos vislumbrando en él una especie de mini Nikola Jokic.
Ya antes de que Adam Silver pronunciase su nombre en el Draft de 2021 con el número 16, Mike Schmitz, gurú de ESPN en esto del talento que está por llegar, titulaba su análisis del turco ‘Alperen Sengün tiene a los ojeadores jurando que no repetirán su error con Nikola Jokic”, por la posición 41 a la que cayó uno de los mayores talentos de esta era. La introducción del propio Sengün en dicho artículo dice mucho. “Veo a Jokic y realmente quiero jugar el mismo estilo de baloncesto”, aseguraba. “Los fadeaway, movimientos en el poste. Generalmente, le he estudiado. Y alguna gente dice que tenemos movimientos similares”
Es decir, que de todo lo que hace Jokic sobre una cancha de baloncesto, la ahora estrella de los Rockets destacaba por entonces sus movimientos al poste. Concretamente los enfocados en anotar. De sus cintas con Besiktas destacaban aquellos días varias cosas. Su poderío interior, su juego de pies, su capacidad de bote y lo bien que se desenvolvía en transiciones con y sin balón. De cuando en cuando un pase genial desde cabecera sin mirar o desde el poste. Fue eso último lo que se tomó como molde y promesa, cuando el baloncesto del turco está en otro lado.
Tan sencillo como atisbar que la mayoría de sus recepciones llegan en la fase terminal del ataque y no en la etapa de generación de la jugada. Pues recibir en cabecera no suele ser para él una ventana abierta a ventilar el juego para el resto, sino aclarar el carril central para una penetración que busque el aro.
Esto ya era evidente en su segundo y tercer curso, los de irrupción, pero aún así seguían sucediéndose las piezas empeñadas en la comparación con el tres veces MVP. Hasta 31 veces repetían el nombre del serbio en este texto de Michael Pina en The Ringer hace cosa de un año.

El punto no es señalar que, en términos generales, Sengün es peor jugador en su cuarto año de lo que era Nikola Jokic entonces, siendo este también un año mayor a esas alturas por no dar el salto inmediato a la NBA tras ser seleccionado. Es sobre todo la importancia de dibujarles como jugadores totalmente diferentes para poder individualizar a Sengün por sus virtudes y defectos propios y no los ajenos.

El balance perfecto
En un baloncesto que demanda a todas sus piezas, pero en especial a los interiores, de desarrollar cualidades que tradicionalmente no están relacionadas con su posición, el equilibrio está en que una faceta del juego no termine por devorar a otra. Hasta su segundo año en Nueva York, a Isaiah Hartentein se le tachaba de ser demasiado solidario. De faltarle un egoísmo necesario para castigar defensas. Pues al recibir en continuaciones y situaciones cercanas al hierro, el pívot con orígenes germanos siempre miraba primero al compañero libre. Característica muy valorada en el baloncesto actual, pero no si sucede siempre a costa de mirar el hierro.
Fue cuando desarrolló su ya clásico floater y una relación más sana con la anotación que se convirtió en uno de los mejores interiores de la competición, merecedor de un contrato 87 millones de dólares por tres años con todo un aspirante como los Thunder. Tampoco hace falta exponer el caso de Ben Simmons para explicar lo importante que es encontrar ese equilibrio en estrellas que sienten el pase como la raíz de su juego.
A Sengün esto no le va a ocurrir nunca porque él es un anotador de profesión para el que el pase es una (excelente) herramienta más para atacar desventajas rivales generadas por la gravedad de su capacidad para meter la pelotita en la canasta.
Alperen Sengun was CRITICAL in Houston's #EmiratesNBACup Quarterfinals W!
— NBA (@NBA) December 12, 2024
🏆 26 PTS
🏆 11 REB
🏆 5 AST
🏆 3 STL
The Rockets are going to Vegas! pic.twitter.com/I3dXdOQ6xn
Otros frentes abiertos
El caso del turco abre un debate más profundo sobre si su equipo le está poniendo suficientemente en el centro del ataque o lo está encorsetando. Tanto por planteamiento y sistema como por piezas a su alrededor.
Los Rockets, una de las historias de la temporada en lo positivo, son un mal equipo ofensivo. Ante lo cual cabe preguntarse si una mayor ascendencia de Sengün en la creación ayudaría a paliar los pecados del cuarto conjunto que peores porcentajes de lanzamiento colecciona en la NBA. Asunto de todos modos para otro día, pues lo que hoy se trata es de entender a Alperen Sengün como producto totalmente independiente a las etiquetas que incluso él mismo se ha llegado a colgar por la simple necesidad de encajar en moldes ya preconcebidos.
Todavía no entendemos que el talento en un determinado área de la actividad humana abre vías que desde fuera no podemos llegar siquiera a atisbar. Que está muy bien construir referencias a las que adherir nuestras ideas futuras, pero también hay que saber que estas suponen un límite para el análisis y, la mayoría de las veces, una injusticia para el sujeto a analizar.
(Fotografía de portada de Troy Taormina-Imagn Images)