Durante cien años se extendió la teoría de que la lengua essquimal albergaba alrededor de cien palabras distintas para referirse a la nieve. Esto se ha terminado por demostrar como falaz, pues simplemente es un idioma que construye palabras nuevas juntando dos o más ya existentes. Aun así, no es menos cierto que cuentan con más de un término para nombrarla con más precisión que el castellano.
Esto pasa de forma similar en el deporte, donde el país cuna de cada disciplina suele tener vocablos mucho más específicos que aquellas naciones que adoptan el lenguaje primigenio y van haciéndolo propio y sumando nueva jerga. Y en baloncesto, hay una palabra que podría verse como un simple sinónimo de ‘jugar’, pero que está lejos de serlo.
To hoop no es lo mismo que to play basketball y, por tanto, un hooper no es lo mismo que un basketball player. En el término va implícito una manera de ver el baloncesto estrechamente relacionada con su vertiente lúdica. Un hooper es aquel para el que el baloncesto es una parte indivisible de su ser. Pero no cualquier baloncesto, sino aquel que se perfecciona en largas sesiones callejeras entre amigos y piques más o menos sanos.
Esta es una estirpe de amplia representación en la NBA del siglo XX. Desde Carmelo Anthony o Allen Iverson a Lou Williams o Jamal Crawford, todos ellos han visto en el deporte de la canasta más una forma de expresión que una competición como tal. Sumándole el enorme valor de hacerlo en el escenario de mayor exigencia competitiva del mundo. Y de todos ellos, nadie que haya elevado esa manera de ver el juego y lo haya acercado tanto a la gloria deportiva como Kevin Durant.
Demasiado bueno para su propio bien
El principal impulso de KD siempre fue divertirse. Disfrutar del fluir del baloncesto por su cuerpo. Entrar en un trance en el que sólo existiesen él, la canasta y el sonido de la red. Lo demás siempre fue, es y será accesorio. Pero resulta que tanto talento tenía para esto, que la victoria pronto tornó en consecuencia. Y, eventualmente, en obsesión. Esto generó una dicotomía en la mente del joven Kevin, que en 2012 debió de dar por supuesto que aquella presencia en las finales iba a ser norma en su carrera. Por eso la derrota le comenzó a atrapar y por eso las voces que en 2014 apuntaban a un MVP que no aparecía cuando tenía que aparecer le dolieron tanto.

Hasta entonces, su figura era la del buen chico que no quería más que jugar en el sentido más primigenio de la palabra. Percepción que él subrayó, consciente o no, con TheOffSeason: Kevin Durant, un documental que pegó una cámara al alero durante todo aquel verano. En él, los entrenamientos difícilmente se podrían calificar de sacrificios como en otros casos, pues pasar horas sobre el parqué metiendo tiros era parte de su ocio como jugar a la consola con su grupo de amigos. Sus vacaciones no eran muy diferentes a las de cualquier adolescente, regadas, eso sí, de viajes y compromisos publicitarios.
Los siguientes 24 meses iban a ser cruciales en la proyección pública de KD. Primero, la grave lesión del pie derecho, que le apartó una temporada completa de las pistas y comenzó a fraguar al Westbrook que la historia recordará y Oklahoma tiene como gran ídolo de aquellos días. Segundo, el quizás más polémico cambio de aires de la historia de la NBA junto al de LeBron James hacia South Beach.
Enemigo público
Dejar los Thunder después de rozar unas nuevas finales era una decisión controvertida de por sí. Pero que el destino fuesen los Warriors del 73-9, precisamente sus verdugos en aquellos playoffs, no sólo lanzó una turba de odio compuesta prácticamente de todo aficionado de la liga que no fuese seguidor de los de la Bahía. También elevó a asunto de estado un encarnizado debate (que más bien era monólogo) sobre la “debilidad” de las estrella de hoy. Aquello de que Barkley, Ewing, Malone, Olajuwon y cía jamás hubiesen unido sus fuerzas a Jordan durante su cima atlética.
Aquella ola de opinión hubiese agriado el carácter del más pintado, y Durant iba a quedar lejos de ser la excepción. Sus días en Oakland y San Francisco, exuberantes en lo deportivo, tuvieron como peaje un desgaste brutal en lo personal. Poco después de levantar su primer Larry O’Brien, hito que no pocas veces sirve de elemento redentor, un hilo de Reddit ponía al descubierto una práctica que el MVP de aquellas finales repetía desde hacía años y que había recrudecido desde su aterrizaje en los Warriors.
Twitter (ahora X) siempre fue uno de los lugares donde Durant más tiempo invertía e invierte. Pocos deportistas más presentes que él en esta red social, donde pronto se volvió adicto a rastrear todo aquello que se decía de él sea con independencia de lo hondo que tuviese que escarbar. Allí, en los bajos fondos de Twitter, en conversaciones de fans en los que la opinión se mezcla con pura bilis, Durant observaba con el block como único mecanismo de defensa. Hasta que decidió cruzar la línea. En septiembre de 2017, cuando su nombre se escribía más que nunca en la red de redes, salió a la luz que el jugador había creado varias cuentas para discutir las críticas que se vertían sobre su persona.
Para entonces, Durant y ese gozo lúdico del juego del que fue adalid se encontraban más alejados que nunca. Paradójicamente, los años de cima deportiva donde sólo LeBron podía discutirle el trono de mejor jugador del mundo, KD los pasó en una demostración continua de su imposición dentro de un entorno tan ganador que tendía a restarle méritos a su impacto.
La luna de miel que fue encajar su talento en un equipo perfecto durante la 16-17, fue tornando en dolor de cabeza para Bob Myers, Steve Kerr y Stephen Curry; encargados de gestionar una situación de vestuario que se desgastaba más rápido de lo aparente. Durant cada vez se salía más del característico sistema de Kerr para imponer su voluntad. Era su forma de perpetrar las tensiones internas que le devoraban, porque el baloncesto continuaba siendo la expresión más pura de su ser. Pero estas no iban a aguantar eternamente en su pecho, estallando en una disputa con Draymond Green que acabaría derivando en el final de aquellos Warriors.
Años después, ambos se sentaron a hablar sobre el episodio, culpando a Kerr y Myers de la gestión de todo aquello. En la franquicia se intentó ocultar el polvorín debajo de la alfombra, y hace poco Durant admitía que se empezó a aislar porque “nadie hablaba de ello”. Quizás aquella soledad que le rodeó en aquellos últimos meses en San Francisco impulsase a la estrella a fundar un equipo rodeado de amigos.
El alero guardaba un muy grato recuerdo de Río 2016, la primera cita con el Team USA a la que acudía como líder indiscutible. A pesar de la evidente presión que sufre el jugador estadounidense ante una unos JJ.OO. donde está obligado al oro, lo cierto es que el contexto es idílico para alejar las tensiones del entorno mediático, implacables durante una temporada. Allí se han fraguado muchas de las relaciones que han acabado configurando posteriores agencias libres. El Big Three de Miami, la pareja Lowry-Butler y, por supuesto, la amistad que tejieron en Brasil Kyrie Irving, DeAndre Jordan y Kevin Durant.
Los Nets de la era KD son un fenómeno del que, a buen seguro, se escribirán libros que apunten al proyecto como paradigma de la era del empoderamiento del jugador. Pero en esa deriva llena de aristas y polémicas que configuran quizás el mayor desastre deportivo de un contender en la historia de la NBA, se tiende a olvidar que el equipo fue el mejor de la liga durante ciertos tramos y que en su temporada de regreso tras la lesión del Aquiles, Durant continuó donde lo dejó como mejor jugador del planeta.
De hecho, hasta que las lesiones de Irving y Harden y las cada vez más sonadas controversias del base torpedearon el experimento, en la 20-21 al alero se le vio disfrutar en pista como no se recordaba desde sus tiernos días de juventud en OKC. A cuenta de ello, que cuando todo se resquebrajó en tiempo récord, Durant lanzase una plegaria vista como banalidad con respecto a las liadas de Irving, pero que le encapsulan como jugador. “Sólo quiero jugar al baloncesto y pasarlo bien”.
Y a ese principio se agarró tras la salida de Steve Nash, llegando incluso a encontrar un propósito en la mentoría de grupo en ausencia de su amigo Kyrie. Aunque aquel proyecto estuviese destinado a la disolución, no deja de resultar cruel que esta llegase justo cuando parecía enderezar el rumbo. Phoenix, prioridad del alero desde su petición de traspaso en verano por la amistad tejida con Booker en Tokio 2020 (2021), aparecía como una nueva oportunidad para encontrarse con el placer perdido. Pero no cuesta relacionar la mayoría de preocupaciones aparecidas en estos más de diez meses con el propio Kevin.
El mismo cuento… de Navidad
El pasado 25 de diciembre, durante las horas previas a la especial jornada navideña, Adrian Wojnarowski se vestía de Grinch asegurando en una tertulia de ESPN que Durant estaba frustrado con el rendimiento y la calidad general de la plantilla de los Suns. Filtraciones que el propio jugador trataba de desmentir en su cuenta de Instagram un par de días después. Tuviesen estas sustento o no, lo cierto es que aquella misma noche de Navidad Durant dejó su versión más apática del curso. Nublado (16 puntos con seis pérdidas y solo 11 tiros) ante las dobles marcas y sistemas de ayudas sin balón que los Mavericks propusieron sobre él y Devin Booker.
Desde entonces, KD ha dejado partidos de insistente playmaking (32 asistencias en tres partidos es su récord de carrera), como ansioso por demostrar su voluntad por involucrar al resto. Y, aunque los regresos de Beal y Nurkic tras sendas lesiones hayan aliviado la sensación de urgencia, el fondo de armario que presuntamente señalaba Durant (especialmente notorio en lo defensivo) va a seguir ahí, en parte, por cómo han tenido que gestionar los Suns la llegada del alero y el posterior aterrizaje de Beal y Nurk.
Sucede que no basta centrar en el plazo inmediato la problemática que pueda surgir con el ex de Thunder, Warriors y Nets; pues su conducta reciente barniza al proyecto de Phoenix de una inestabilidad con la que Matt Ishbia no contaba cuando hizo efectiva la compra de la franquicia el pasado febrero. “Vamos a crear una cultura ganadora. No se trata de ganar este año, sino en 2027, 2029 y 2031”, pronunciaba el multimillonario en la presentación de KD.
El acercamiento de Durant al juego siempre tuvo algo de infantil. De huir de las preocupaciones a través del balón y el cesto. Una relación idílica que, con el paso de los años, cada vez ha sido más difícil sostener para uno de los mayores talentos que han existido. Sin embargo, su forma de ver la vida mantiene a salvo a ese niño que ahora encuentra en el capricho y la impaciencia su forma de manifestarse. Porque Kevin Durant ya lleva un tiempo siendo presa de un ideal.
(Fotografía de portada de Ezra Shaw/Getty Images)