Todo Boston ardía en ansias de rugir. De convertir el TD Garden en el epítome de la hostilidad deportiva que siempre ha sido y que el viejo Garden fue. Cosa que sucede con asiduidad durante esta época del año en Massachusetts, pero que redoblaba la impaciencia de nueve días sin competición y unas finales que sienten suyas. Que esta vez sí y tocaba darle la bienvenida a los Dallas Mavericks y a Kyrie Irving como merecía. Sin embargo, esta intranquilidad entusiasta, la expresión más pasional de los instintos de tribu y orgullo que vertebran el sentimiento verde, quedaron acallados por la quieta gratitud a una figura de esas que son “más grandes que el baloncesto”.
Un maldito cáncer apagó la incandescente vida de Bill Walton el 27 de mayo, noche que pilló a los Celtics cerrando la serie final del Este en Indiana. Contuvo la euforia el Garden para celebrar su figura como parte indivisible del legado de la franquicia más laureada de la historia de la NBA. También como leyenda del juego y el deporte en general. Pero, sobre todo, de la familia celtic. Dos temporadas. Es el tiempo que el pelirrojo jugó con el uniforme verde quedando de por vida unido a su parroquia.
Con esta escena reciente en la retina, duele más que el fallecimiento de Jerry West llegue en un momento de abierta confrontación con Los Angeles Lakers. O más bien con quien los dirige.
Leyenda laker a los cuatro costados
Decir que Jerry West ha sido uno de los mejores jugadores de la historia de los Lakers es quedarse risiblemente corto al relatar su impacto en la franquicia. West es el único laker presente en todos y cada uno de los éxitos de la franquicia desde su mudanza a Los Angeles hasta la retirada de Kobe Bryant. Aquel chaval criado a caballo entre los Alpes y las orillas del río Delaware, aún gallardo adolescente cuando decidió dar el salto a la gran liga, fue su última gran obra al servicio de la franquicia cuyo glamour se acumuló bajo su tutela.
Llegó a pensar West que era imposible que aquel potro salvaje salido del instituto Lower Merion hacía unas semanas estuviera disponible en un puesto accesible para los Lakers en aquel Draft de 1996 elegían con el número 24. Cuando el general manager vio que pasó por encima del ya retirado pero todavía liviano Michael Cooper en una exhibición a puerta cerrada como no se recuerda, el miedo le llevó a implorar que Bryant no se probase con ningún equipo más. Quería que fuese su secreto mejor guardado.
Al final, no solo se hicieron con Kobe traspasando (no sin dolor) a Vlade Divac a los Charlotte Hornets. Sino que una semana después West cerraba el fichaje que devolvía a los Lakers a la absoluta primera plana y del que llevaba detrás ya varios veranos: Shaquille O’Neal llegaba al sur de California. Siete días que sirvieron como génesis de los cinco anillos que la franquicia conquistaría en los siguientes tres lustros.
Pero no de la mejor materia prima vive solo el mejor chef. Que aunque a su abandono de los banquillos y su por fin establecida posición como ejecutivo en 1982 recibiese las bondades hereditarias de Magic Johnson y Kareem Abdul-Jabbar, el ‘Showtime’ debe mucho o todo al tino a la hora de rodear, sobre todo al base, de los James Worthy, Byron Scott, Mychal Thompson y compañía. Porque ya entonces West demostró aunar conocimiento y visión como pocos han armonizado en la historia de los despachos.
Su último servicio, o al menos el que aparecerá en los libros de historia, fue la llegada de Phil Jackson. Un trabajo, más que de visión, de tacto y paciencia para que el Maestro Zen volviese al ruedo, tan a gusto como estaba en su cabaña a orillas del lago Flathead en Montana. Meter a una figura como la de Jackson en un cóctel donde ya danzaban Shaq y Kobe acabó erosionando las ganas de seguir de West, que barruntó durante años una marcha que acabó sellando en el año 2000. Ya con el primer anillo de lo que sería una trilogía. “La gente no es consciente de la presión y el estrés que sufro”, dijo en su día ocultando los roces que entonces tenía con Jackson y, por extensión, con Jeanie Buss.
Buscando tranquilidad en Tennessee
Trasero de mal asiento como siempre fue, aquello de estar parado no iba con él. Le irritaba mirar de reojo a los partidos que pasaban por su televisor y no tomar partido en todo lo que sucedía alrededor de la liga a la que da imagen no con demasiado gusto. Y Karen, su esposa, que tratase de recordar por qué se había alejado de todo aquello. Caería entonces en la cuenta de que quizás no fuese el cargo que ocupaba, sino lo que a este rodeaba. Si él nunca había sufrido escrutar jóvenes talentos o construir grupos ganadores, pero quizás sí le empezaba a crispar ese histerismo angelino que todo lo engullía.
La solución pues fue acudir al lugar más recóndito que escondiese la NBA. Unos Grizzlies que ya no se domiciliaban en la lejana y fría Vancouver, pero que con Memphis tampoco se habían mudado a ningún hervidero mediático. Allí volvió a sentirse partícipe y líder de un grupo que comenzó a aprender aquello de ganar partidos al son de Pau Gasol, aunque sellasen tres tímidas apariciones en playoffs con un 0-12.
Entre consultorios pasaría después por los Golden State Warriors en los albores de la última dinastía conocida. Pero esto ya en nada aludía a su relación con los Lakers. Aunque, entonces no lo sabía, aquellos inicios de década significarían perder al nexo que más le acercaba a la esfera angelina con la muerte del Doctor Jerry Buss. Quien se esforzó todos esos años por insistir en que siempre sería bienvenido, como así demostraba el pase vitalicios al entonces Staples Center. Lo que venía a ser una copia de las llaves de la que era su casa.
Un deseo al viento
La muerte de Buss padre, en clave laker, supuso poner fin a una manera de hacer las cosas. Por mucho que a esas alturas el proceder del Doctor se hubiese convertido en marca que proyectar al mundo. Inconsciente de ello, o queriendo serlo, y viendo que la vida entraba en la recta final enfilando los 80, Jerry masculló su deseo de volver a trabajar para el equipo de su vida. Sin embargo, Jeanie Buss ya había reagrupado a los suyos en torno a Magic Johnson y Rob Pelinka, y denegó su regreso aludiendo no necesitar una personalidad preponderante más en las oficinas.
Aquel mismo 2017, más por deferencia a Steve Ballmer que por venganza infantil, West se sumaba al proyecto de Los Angeles Clippers. Y de repente el ninguneo al que el hermano rico siempre acostumbró, tornó rencor. Desde entonces no hay intervención en la que a West se le pregunte por un remordimiento en la que no aluda a su relación con la franquicia a la que ama. “Una de las cosas que más me frustra de mi carrera es que mi relación con los Lakers es horrible”, le contó a The Athletic con la excusa de su elección entre los 75 mejores jugadores de siempre.
Actitud respondida con postura pasivo-agresiva desde el feudo oro y púrpura. Como cuando Jeanie le omitió de su quinteto de figuras más importantes de la historia de la franquicia. “Kobe Bryant, Kareem Abdul-Jabbar, LeBron James, Magic Johnson y Phil Jackson”
Lo último fue arrebatar a West la entrada de por vida que Jerry Buss le había otorgado en su día. Eso fue en 2022 y selló cualquier oportunidad de interacción entre la leyenda y los colores con los que se le recordará de cara a la posteridad. A su muerte el miércoles de esta misma semana, una escueta publicación en redes con un carrusel de fotos y un raquítico comunicado:
Jerry West es un icono eterno. Le dio a los aficionados de los Lakers su primer título en Los Angeles en 1972 y fue integral para lograr otros seis en su tiempo con nosotros. Nuestros pensamientos están con su familia y todos los seguidores de la NBA que honran su legado. Jerry West siempre será una leyenda de los Lakers.
Llegará la apertura de la temporada 2024-25 en el Crypto.com y Jerry recibirá su merecido homenaje. Un tributo con rotunda seguridad sentido por la parroquia oro y púrpura y en el que, ojalá, estará Kate, la mujer que no se ha separado de su lado desde esa etapa puente que fueron sus años como entrenador. No obstante, al frío de lo sucedido en los últimos tiempos, habrá una sensación impostada rodeando una figura que no merece mácula. Menos en una noche en la que se celebra su persona. Es hoy (y será entonces) que las decisiones tomadas en caliente apresan el presente. Es hoy cuando ya es tarde.
(Fotografía de portada de Kevork Djansezian/Getty Images)