Bronny James y las cuerdas del teatrillo NBA

No era un mando blando lo que llegaba a ejercer Adam Silver cuando al fin se convirtió en comisionado de la NBA en 2014. Su ...

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Por David Sánchez

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No era un mando blando lo que llegaba a ejercer Adam Silver cuando al fin se convirtió en comisionado de la NBA en 2014. Su primera gran decisión, la suspensión de Donald Sterling como propietario de Los Angeles Clippers que acabó obligando la venta, remitía a su heredero Stern por la ausencia de pestañeos y la dureza del castigo. Mas los meses y años que sucedieron a aquello revelaron una mano izquierda que el arsenal de David no conocía. 

Llegó entonces una etapa de conciliación y cambio de imagen. Que no lavado. Donde Stern calzaba sanciones ejemplares y salía a achicar las almas que acudiesen a rueda de prensa entre ruegos y preguntas, donde al abogado neoyorquino no le temblaba el pulso por granjear el recelo de los jugadores a los que dictó vestimentas y conductas; Silver siempre ha puesto la otra mejilla. Preocupado desde el primer día en mostrarse cercano a aquellas figuras de pista y sindicato que vienen a representar a ese magma que conglomera desde estrellas a jornaleros. 

Esto, claro, ha sido más sencillo en un tiempo sin amenazas por cierre patronal o escaseces. Que el grifo de las televisiones parece abierto ya de par en par y por el resto de la eternidad. Pero en esto tiene gran parte de culpa Silver, que ha sabido impulsar esa cara de la liga que la colocaba como la más transgresora en temas de diversidad y vocalidad. Son estos diez años ya cumplidos los que cincelan en las tres siglas detrás de la National Basketball Association la idea de liga transparente, vanguardista y abierta al progreso. 

Una vez esta imagen se inserta en el imaginario colectivo, cuesta imaginar qué concatenación de hechos pueden acabar derribándola. Si es que lo hacen. Pero lo cierto es que en el último lustro, especialmente en el trienio más reciente, Adam Silver, y de su mano la organización que dirige, ha caído no pocas veces en el cinismo más torpe. 

La influencia de un apellido

La segunda noche del Draft, evento separado de la gran velada del talento joven a razón de un mayor tiempo y espacio para traspasos entre equipos, recálculos de ruta y la excusa de llenar una jornada adicional en el calendario de los socios televisivos; estuvo absolutamente marcada por Bronny James. En realidad, a falta de promesas que vienen a cambiar el baloncesto, lo ha hecho con todo el proceso previo. No obstante, lo del evento presentado por Mark Tatum rozó la histeria. Ante cada nuevo tweet (o post o publicación) anunciando una elección o movimiento de picks, los comentarios se llenaban con el nombre del heredero de LeBron y el destino deseado/vaticinado. 

Ya entrada la noche de las interioridades de la liga, que en esos momentos tropezaba con cables de teléfono y enormes pizarras, trascendió un rumor que era más bien un comunicado en mayúscula, negrita y cursiva. Rich Paul, CEO de Klutch Sports, amigo íntimo de LeBron James y agente de padre e hijo, estaba espantando a las franquicias que tuviesen pensado seleccionar a Bronny. “Si le elegís, se irá a jugar a la NBL”, o algo así, abriendo el camino para que Los Angeles Lakers pudiesen hacerse con sus servicios, escribir el cuento de hadas y, de paso, acercar una extensión que nunca pareció peligrar de forma verdadera. 

Antes de nada, lo obvio. Esto es algo sin precedentes en el mundo del deporte de máxima élite. No es la cosa igual que aquella vez que Eiður Guðjohnsen sustituyó a su padre Arnór sellando un relevo generacional en la entonces inhóspita selección islandesa de fútbol. Unir a LeBron y Bronny en un mismo vestuario con la relevancia deportiva del padre intacta (ya veremos si la del hijo está a la altura) supone una historia demasiado potente como para renunciar a ella. Lo cual no quita para levantar la ceja ante lo ocurrido. 

Decía Adrian Wojnarowski en su análisis a vuelapluma que lo de Bronny era un caso más de nepotismo en una liga que está plagada con el mismo. Pero esto va más allá de llenar las oficinas de cualquier organización a través del árbol genealógico y el círculo de amistades o de juntar a cuantos hermanos Antetokounmpo quepan en el espacio salarial. Esto supone mirar al abismo que representa que el poder de un solo jugador, cara de la liga desde ni se sabe, tenga tanto poder como para coaccionar a toda una competición. No es tanto el valor de hacerse con el chico con la cuarta peor elección de todo el Draft. Es lo preocupante que esto debería ser saliendo de este caso a todos ojos excepcional. 

Teatrillo al descubierto

Es esa despreocupación de la liga por guardar las apariencias lo que inquieta. Sobre todo en un mundo dominado por la imagen proyectada y viniendo de una liga que, como mencionan párrafos anteriores, tanto se ha cuidado a este respecto. Sorprende en realidad lo poco que se discute este asunto. Cuando es evidente que, en mayor o menor grado de gravedad, esto pertenece a una rama de sucesos en los que la liga ha caído cada vez con mayor asiduidad. 

Hermana este asunto con firmar de forma definitiva la sociedad con las casas de apuestas y, en el mismo año que esta salta a la primera plana mediática por Jontay Porter y las alarmas de J.B. Bickerstaff y compañía, alterar los arbitrajes sin previo aviso y negando la mayor hasta que no quedó más remedio que admitirla y ponerse la medalla por el positivo recibimiento que había acogido la modificación. 

Relación con el probado delito de abuso de Miles Bridges. Cerrado con 30 partidos de sanción de los cuales se calculó así a ojo que consumió 20 durante la temporada 2022-23 en la que, inmerso en procesos judiciales, nunca dejó de tener relación contractual con los Charlotte Hornets. Que es lo mismo que barrer el polvo bajo la alfombra mientras en banquillos y pistas siguen campando personas con antecedentes relacionados con la violencia de género de los que nunca jamás se volvió a saber. 

Vínculo con abrir una investigación que señaló a Robert Sarver como propietario instigador de una cultura laboral en la que se sucedían situaciones de abuso, misoginia y racismo; para que una vez dispuestos a dictar sentencia, esta se quedase en 365 de inhabilitación. Añadiendo en Silver un encoger los hombros que admitía no poder ejercer la sanción vitalicia porque, al final, los que mandan son los que mandan y la pela es la pela. Tuvo que ser, precisamente, la amenaza de los grandes capitales que publicitan a los Phoenix Suns (PayPal a la cabeza) la que obligase a Sarver a poner en venta una propiedad que había visto multiplicado su valor por 10 en 20 años. 
No hace falta que sucedan estas cosas para que propios y extraños lleguen a la rápida conclusión de que el mundo es así. Que en el acontecer de las cosas siempre tienen algo que mover unas pocas manos que viven realidades paralelas a las del resto. Sin embargo, llega a insultar a la inteligencia que a los que en esas esferas habitan ya ni traten de maquillar realidades agoreras. That’s life, supongo.

(Fotografía portada de Meg Oliphant/Getty Images)

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