La (no) muerte del pívot y la era del tamaño ilustrado

Apenas hay pívots como los de antes, recuerda puntualmente la nostalgia. La evolución asiente. Aunque lo hace dejando a la vez un matiz crucial: la caída de ese perfil ha iniciado su propio renacimiento. El pívot es hoy el mayor elemento de reformulación del baloncesto y, como tal, columna esencial de su futuro como juego.

Es decir, la extinción del pívot clásico, justificada en base al poder y auge de otros factores del juego, ha derivado en un resurgimiento precisamente de esa figura de pívot, una cada vez más adecuada a un rango exterior e instruida en otros fundamentos. A la vista ya en todos con un doble fin: sobrevivir primero y dominar después.

El gusto personal no conoce fronteras y cada época ha de ser respetada, entendida y disfrutada de acuerdo a su contexto. Pero la evolución señala que hoy el pívot es capaz de hacer más cosas y en más áreas de influencia. Y del mismo modo sugiere que en la segunda etapa de su revolución se convertirá, de nuevo, en el elemento más decisivo del juego.

Aperturismo técnico

En los dos últimos cursos NBA (2017-18 y 2016-17), un total de doce veces (seis el último y otros seis el anterior) se ha visto a un jugador interior, comúnmente usado como ‘cinco’, superar los 100 triples anotados. Con anterioridad, ese fenómeno sólo se había dado siete veces… en toda la historia de la Liga.

Representa por tanto el hecho un punto de inflexión. Nada anecdótico. El pívot se asocia al lanzamiento de larga distancia más y mejor que nunca.

Pero no queda ahí.

En ese mismo tramo de dos años, los dos últimos, se ha visto a cuatro pívots cada temporada (Jokic, Gasol, Cousins, Horford) superar las 4 asistencias de promedio. Ese escenario, ver a cuatro ‘cincos’ repartir tantos pases de canasta por noche, no se veía desde 1980, el punto final de la era de mayor esplendor del interior pasador.

Los setenta, cabe recordar, fueron el paraíso del ‘cinco’ facilitador. Una década en la que Abdul-Jabbar, Chamberlain, Walton, Lanier, Unseld, Thurmond o Cowens ejercían como generadores en sus equipos. Eran pilares vertebrales en la construcción de juego y producción de situaciones de tiro, aunque en todos los casos con un matiz crucial: el torrente de oportunidades se gestionaba desde las proximidades del aro y hacia el exterior. Siempre de dentro a fuera.

Así se conoció la cima, vista en la campaña 1974-75, con ocho pívots superando las cuatro asistencias por partido… en una Liga que entonces tenía solo 18 equipos. Aquel escenario representaba el mayor caudal de creación visto en el juego interior. Y uno que no ha encontrado réplica después, con especial énfasis a la década de los noventa y la primera del siglo XXI, las dos más oscuras y raquíticas de siempre en ese apartado.

Por concretar, durante las diez temporadas de los noventa, sólo hubo cuatro muestras de pívots rebasando las cuatro asistencias por partido. Cuatro ejemplos en diez años, los mismos que pudieron verse solo considerando este curso 2017-18. En la década siguiente, a inicios de siglo, la situación empeoró, hubo solo tres casos y todos ellos vistos en el oasis creativo de la época, los Sacramento Kings de Rick Adelman, que tuvieron a Brad Miller (dos veces) y Vlade Divac evitando la debacle absoluta de la Liga en ese recurso creativo interior.

El florecimiento es por tanto reciente. Y necesario para enriquecer las variantes del juego.

La influencia del espacio ofensivo y el peso de la analítica, unida a la aparición de híbridos físicos que proyectan al infinito su potencial de acción, está produciendo la citada reformulación posicional. Porque no es ya solo que el ‘cinco’ sea visto como un recurso a la hora de ejecutar (desde fuera, para abrir el espacio de ataque) o generar (ya también desde fuera a dentro e incluso desde el bote), sino que el tamaño se convierte en un aliado básico para gestionar situaciones de ataque. El tiro y el pase son factores ya primarios en los hombres de ‘grandes’.

Lejos de ser un problema, son parte activa de la solución.

Formación

El deseo de versatilidad, uno de los conceptos más y mejor valorados del baloncesto actual, genera cambios en la forma en la que se puede interpretar el propio juego. El más evidente, la posición clásica ha perdido todo su valor, asumiendo ese poder la función que toma cada jugador en cada momento. Un jugador ya no es base, alero o pívot de forma acotada, sino que asume diferentes roles de acuerdo a lo que necesite su equipo.

La posición clásica ha desaparecido. El juego es ahora un complejo entramado de funciones que van variando constantemente.

En un escenario en el que los cambios de asignación (mismatch) han pasado a ser prioritarios a la hora de atacar/defender, cada jugador se encarga no solo su marca directa, sino que debe estar preparado para dominar/sobrevivir ante cualquier otra. Así un pívot hoy tiene que alerizarse prácticamente por necesidad, entendiendo por ello la capacidad de asumir funciones propias de jugador más pequeño. En otras palabras, más potente en lo relativo al fundamento del juego.

Y este paso es el diferencial. Porque una vez todo jugador (grande o pequeño) se encuentra, desde etapas muy tempranas, con fases que buscan potenciar todos sus recursos técnicos y tácticos, y no sólo aquellos más ligados a sus características físicas, el futuro cambia. Lo hace porque eso produce una reducción en la especialización (dominar pocas secuencias/áreas) a cambio de un aumento de la versatilidad (saber desenvolverse en múltiples secuencias/áreas). Y tal escenario, familiarizar al tamaño y dominio físico con una formación global, unido al factor puramente físico, representa una bomba atómica para el baloncesto.

Hace unos días circulaba por las redes, llegando a ser rápidamente viral, un entrenamiento privado de Jayson Tatum, Joel Embiid y Mohamed Bamba. Más allá de la primera impresión, ver a talentos jóvenes de primer nivel competir en uno contra uno, el vídeo revelaba buena parte de lo que el futuro expone.

Porque aparte de ver en acción a Tatum, uno de los aleros llamados a gobernar el juego y con un catálogo técnico brillante, lo llamativo era contemplar la forma de desenvolverse, en esos mismos apartados, de un jugador mucho más alto y pesado como Joel Embiid. Así como, en menor instancia, el incipiente registro técnico del novato de los Magic, también diseñado y entrenado para ser mucho más que un factor defensivo cerca del aro. Eran pívots comportándose como jugadores más pequeños.

Los movimientos de Embiid con el balón y sus cambios de dirección, la naturalidad de su repertorio fuera de la pintura, muestran a un perfil con potencial dominante cerca del aro… que es capaz igualmente de marcar las diferencias muy lejos de él. Cuando el peso del fundamento y la potenciación de todos los recursos (nacidos de pase, bote y tiro) se lleva a cabo en todos los jugadores, con indiferencia a su tamaño, se planta la semilla del baloncesto del futuro.

Uno en el que jugadores cada vez más grandes y atléticos puedan asumir cómodamente funciones antaño solo imaginables para jugadores de mucha menor talla.

La balanza y el siguiente paso

La evolución no está exenta de problemas. El citado aumento de la baraja técnica (se controlan más recursos) y táctica (se pueden resolver situaciones en más áreas) viene ligado a una menor especialización en labores tradicionalmente dominadas por los interiores. Especialmente centradas en rebote y protección de aro en lo defensivo, así como en poder resolutivo en el poste bajo en lo ofensivo.

En este último, cuando coloquialmente se habla de ‘alergia a la pintura’ se pone en evidencia a un perfil que rechaza usar su tamaño cerca del aro para apoyarse en otro recurso que le resulte más cómodo, habitualmente el tiro de tres. Manejar más poderes tiene, efectivamente, el riesgo de perder impacto en algunos de ellos e incluso invisibilizar otros. No es el objetivo de la evolución, claro.

Y pese a que los riesgos existan no deben tapar el fondo del asunto: la creación de superjugadores que aúnen físico (tamaño y despliegue atlético), técnica y táctica como jamás antes.

La cada vez menor resolución ofensiva en poste bajo (menos del 7% de las jugadas, de media) tiene que ver con el beneficio que produce para un ataque agigantar el espacio (usar a los máximos hombres posibles actuando de cara al aro) y, por supuesto, con fines analíticos, que resuelven que las acciones en poste bajo son poco efectivas para ejecutar. Es decir se hace menos porque es menos productivo, lo cual no quiere decir que en determinados casos no deba hacerse. Y por supuesto no quiere decir que esas zonas hayan perdido su importancia total, sino simplemente que han variado la forma de aplicarla.

En el caso del poste bajo o la media distancia, por ejemplo, se consideran de muy poco interés para ejecutar pero sí tienen gran valor a la hora de producir situaciones de ventaja. Cuando se habla de la muerte de la media distancia se ofrece una parte cierta (el volumen de lanzamientos decrece año tras año) pero se oculta otra no menos cierta: esa zona no ha desaparecido. Lo que ocurre es que su valor se materializa de un modo distinto, en su caso centrado en crear situaciones de ventaja y no tanto en ejecutarlas. ¿Cómo? Por ejemplo a través de bloqueos indirectos para salidas del tirador o el uso de los interiores en los codos de la zona para abrir pasillos al aro y/o ejercer como pasadores.

Con escenarios defensivos sucede lo mismo. La normativa de los tres segundos defensivos cambió el baloncesto de un modo reseñable. Pero hoy en día la necesidad de cubrir más espacio atrás, pudiendo quedar del mismo modo más expuesto (el ejemplo más visible para un interior, ser emparejado con Stephen Curry a nueve metros del aro), obliga a contar con virtudes distintas (mucha más velocidad y explosividad, desplazamiento lateral, inteligencia defensiva fuera de la zona) que pueden afectar el uso de las antaño dominantes: defensa al poste bajo, timing de ayuda cerca del aro y tapón. Como el baloncesto ha abierto su baraja, el interior está obligado también a hacerlo.

El proceso ha quedado abierto. La nueva era, bañada en ritmos de nuevo crecientes y un cóctel sin precedentes de técnica+tiro, invita al interior a su renacimiento.

Por ello a pesar de que los quintetos con dos jugadores interiores tiendan a reducirse, el propio juego dibuja un contexto en el que los exteriores pasan a ser más grandes. En realidad, serán hombres con tamaño de interior que hagan cosas antes acotadas al exterior. De ahí que los formatos de un interior, dominados por los aleros como paradigma de versatilidad y triple amenaza, sean únicamente la superficie de un fenómeno de mucha mayor trascendencia. Porque mientras eso sucede los gigantes ilustrados llegan y llegarán para quedarse. Y como juego de tamaño que siempre ha sido el baloncesto aguarda a esa siguiente fase de la evolución.

Una en la que los pívots vuelvan a resultar las piezas más dominantes. Pero en ese caso no tanto por su facultad física sino por haber sabido unirla al catálogo técnico y táctico del jugador más pequeño. Cuando los ‘grandes’ se comporten totalmente como ‘pequeños’, cuando todas las piezas en pista sean intercambiables sin pudor en ambos lados de la pista, el baloncesto habrá cruzado su nueva frontera.

Camino de ello está.


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