La última marcha de los Ents

Las leyes, civiles o penales, no deberían prevalecer por encima del sentido común. Pero en un país cuya Constitución permite que convivan entre sus páginas el artículo 14 con el 56.3 como si tal cosa, o cuyos platós televisivos de sobremesa nos han hablado más de la herencia de Paquirri en una sola tarde que del expolio del coltán en tres décadas, reconoces pronto que lo común es lo raro y el sinsentido la plaga que nos contamina.

De ahí que un cruce a muerte donde ganar a la Estados Unidos de baloncesto no te garantiza, mínimo, un metal olímpico, te suene a un bofetón con efecto doppler, que se aleja incluso antes de que termines de recibir el golpe. Porque así es la vida. Y así es Tokio 2020, donde lo menos extraño es precisamente el año que le sigue.

Y porque, aunque Luis Aragonés dijese aquello de «del subcampeón no se acuerda nadie«, yo (y no sólo yo) me he visto más veces los ‘casi’ de Pekín de 2008 y Londres 2012 que cualquiera de los oros de 2006 o 2019 ante Grecia y Argentina. Un subcampeón por partida doble que tras una década y dos machadas que jamás se materializaron, mantienen en mi boca el mismo dulce amargor que debieron sentir hace dos noches Barshim y Tamberi cuando optaron por compartir la cima del podio minutos después de que hicieran lo propio con el listón de altura.

De aquello que ocurrió hace 13 años aún quedan cuatro con los que casi podríamos hacer, aún a día de hoy, un equipo titular. Ricky Rubio, Rudy Fernández y los Gasol (en 2012 se unieron ‘El Chacho’ y Claver).

Del Dream Team (aquel sí lo era) podrían haber repetido otros cuatro sin problema, pero LeBron James, Carmelo Anthony, Chris Paul y Dwight Howard, optaron – ventajas de la alta tasa de relevo–por ceder el testigo. No les picó lo suficiente para un último baile y es una pena porque, como el Travolta de Pulp Fiction, los nuestros quizás no conserven el flow pero sí el mismo carisma que poseía Zuko en Grease.

Lo bueno, y esto nadie lo pone en duda, es que sigue siendo el Team USA. Sobra que insistan con lo del Dream Team (porque, en primer lugar, éste no lo es), para que todos estemos como Tarantino tras las cámaras. Con los pies inquietos y los ojos expectantes. Deseosos de bailar al otro extremo del televisor cualquiera que sea el ritmo que nos ofrezca la música. Todo gira en torno a los bailarines.

Porque la batuta, aunque barbudo y greñudo, volverá a ser la de Ricky; y los bloqueos y las continuaciones, aunque más canosos y menos eléctricos, derramarán de nuevo la clase y los apellidos de Pau y Marc. Y porque Rudy, tropecientas lesiones de espalda que mandarían a la grada a cualquiera, llega dispuesto a morder en ambos lados de la pista como el indomable jabato que nunca ha dejado de ser.

Oro ‘en semis’

Lo más probable es que aquella España, la de 2008 y la de 2012, la que plantó cara hasta el cierre al mejor roster que hemos visto desde Barcelona 92, tuviese talento y redaños suficientes para dominar y vencer sobre el parquet a este Team USA conservador; del mismo modo que a este Team USA conservador, donde aún falta por ‘aparecer’ Durantula y acompañan Lillard, LaVine, Draymond Green, Tatum y los flamantes finalistas por el anillo, Middleton, Holiday y Devin Booker, le sobra artillería y metralla para mandar a casa (y por paliza) a nuestros jóvenes con sus brillantes veteranos.

Pau, 41. Marc y Rudy, 36. Y Ricky (ese chaval peinado a capa que pintaba que no crecería nunca) camino de los 31.

Bárbol, según los cálculos tolkenianos de la Tierra Media, debía sumar unos pocos más. Unos diecisiete mil. Pero la reflexión nos vale. Aquella por la que él y los demás Ents, los pocos y últimos que quedaban para guardar el bosque de Fangorn, decidieron finalmente ir a la guerra. Una guerra contra la indestructible Isengard a roca y piedra que, aunque la vencieran, no significaba en absoluto el triunfo definitivo del bando de la luz. Tan solo un paso más; otra insoslayable muesca en el camino.

Nuestros Ents, con o sin medalla, ya nos ganaron, en el corazón, desde el momento que decidieron juntar filas en esta última marcha cargada de nostalgia pero que no se sostiene sobre los incorpóreos sueños de la utopía. Imponerse a USA con esta selección es tan factible como secar a Luka Doncic (aunque te roce el triple-doble después): una proeza difícil pero no inviable. Para ello, como suele decirse en estos casos, debemos estar casi perfectos y ellos no tener su mejor día.

Pero si lo logran y la historia nos da la que nos debe, el pase a semifinales será como si ya hubiésemos mordido metal.

(Fotografía de portada de Di Yin/Getty Images)


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