¿Lo ves, DeRozan? Tan solo eran negocios

Mark Schwarz, periodista de los curtidos de ESPN (en plantilla desde hace 29 años), hacía la siguiente pregunta a Kyle Lowry en la rueda de prensa posterior al Game 6.

«¿Qué es lo que ha hecho que este grupo haya sido capaz de hacer algo que ninguna otra plantilla de los Raptors ha conseguido antes?»

(Tres segundos de silencio…. risa nerviosa. Otro segundo de silencio, mirada a su derecha y nueva risa nerviosa).

Porque Schwarz (y todo reportero allí presente) ya sabía lo que estaba ocurriendo en la mente de Lowry aún antes de que éste lograse convertir su pensamiento en voz; y porque, sin embargo, responder ‘Kawhi Leonard’ a secas (el jugador precisamente sentado a su diestra), aún siendo la respuesta más sincera y sin tener que utilizar una palabra de más, quizás no habría sido lo más elegante. Esos instantes de atasco paraverbal le sirvieron al base de Toronto para agitar sus neuronas y elaborar algo mejor.

«Creo que el factor clave es que Kawhi –ya todos sabemos quién es– logra mantenerse sereno todo el tiempo, nunca se rinde… y nunca se viene abajo. Él y Danny [Green] han traído ese pedigrí de campeones, y nos han ayudado a mantener la calma y saber levantarnos [tras las dos primeras derrotas en Milwaukee]; y luego llegó también Marc Gasol, otro veterano que lleva en la Liga mucho tiempo. Esta temporada, tras el año que venía de tener Kawhi, se ha hecho una gran gestión en cuanto a su carga de trabajo. Nick Nurse también ha hecho una gran labor, enfocándonos desde el principio para los meses de abril, mayo y junio… y ahora empezamos junio».

Toronto: un cuarto de siglo intentándolo

Veréis. Masai Ujiri, un enorme visionario de los despachos con corazón de metal –me pregunto si es posible deshilvanar estos dos conceptos–, al enterarse de que Kawhi Leonard estaba disponible, decidió entrar en Google y abrir un par de pestañas en Wikipedia.

La primera le sirvió para recordar que DeMar DeRozan había llegado a la franquicia vía Draft en verano de 2009 para convertirse, casi de inmediato, en el jugador de ataque más importante del equipo. En la segunda pestaña, la lista de éxitos en la corta vida de un conjunto fundado en la Norteamérica de extramuros en 1995, y que desde que añadieron a DeRozan –y tras los primeros años de aclimatación– se resume más o menos así:

Desde 2013 los canadienses son uno de los equipos punteros del Este, inamovibles en playoffs, dominantes de la fuerte División Atlántica (hogar también de 76ers y Celtics) y eternos aspirantes de segunda al campeonato. Fruto de esta buena dinámica, en julio de 2016 Ujiri cumplió con lo que todos esperaban de forma más que generosa, y blindó para DeMar un porvenir de cigalas y queso de alce. Cincos años y 139 millones de dólares. Él fue entonces su gran apuesta y dos años de margen tuvo el escolta para honrarla.

Pero en 2018, los Raptors tocaron techo y se dieron la hostia contra el suelo. Primeros del Este, mejor récord en fase regular en sus 23 años de historia, Dwane Casey erigido en Entrenador del Año, Drake petándolo con su disco Views y alcanzando el número uno en la lista Billboard…. y tanto exceso de envoltorio para caer ante los Cavaliers (por tercer año seguido) por sonrojante 4-0 (segundo consecutivo), y ver a continuación como tu verdugo es humillado por un verdugo todavía mayor. Los inaccesibles Warriors de Steve Kerr.

La Liga es bella, no fácil

En la NBA, cada rol, cada peana estatutaria lleva asociada una serie de funciones que justifican su razón de ser y que nunca pueden ser objeto de negociación. Por ejemplo, si eres jugador, tus dos principales funciones se resumen en jugar lo mejor que puedas e intentar ganar. Como entrenador, te corresponde conocer los recovecos de tu plantilla y extraer su máximo potencial de rendimiento para intentar ganar. Y si eres presidente de una franquicia y general manager encubierto, tu misión consiste en confeccionar el mejor equipo posible con un presupuesto dado, para intentar adelantar a las otras veintinueve franquicias del panorama que comparten y pugnan por tu mismo objetivo: intentar ganar. Y sí, a menudo algunos de estos intereses –de jugadores, entrenadores y presidentes– de carácter incompatible se entrecruzan y pueden chocar.

En un deporte donde –as in any bussiness– reina la distribución vertical de poder, los órganos de la parte alta de la pirámide ostentan, en ultima instancia, el poder de decisión. Lo sabe el rey, lo entiende el alfil y no le es desconocido al peón. Las siglas rezan NBA; no ONG.

Si queréis, también, otra opción es enfrascarnos en un debate sobre el capitalismo, sus mieles y sus desmanes. Aunque yo, sinceramente, con una boda roja ya he tenido bastante. Las reglas son las que son, y en ocasiones, cuando los mencionados intereses topan en el mismo carril, una de las partes debe mentir: porque si no, no estaría haciendo bien su trabajo.

El escenario ideal para algunos, deduje entonces, habría sido el de un Masai Ujiri luciendo cofia y poseído por el espíritu de Teresa de Calcuta: «Oye DeMar, bonito, vamos a hacer todo lo posible por traspasarte a cambio de Kawhi, ¿de acuerdo?; pero no te preocupes, si no lo conseguimos seguirás siendo nuestro niño franquicia favorito».

Desde luego eso no fue lo que sucedió, y DeRozan, lo vimos plasmado en redes sociales, se sintió traicionado –“Te dicen una cosa y acaba pasando otra. No se puede confiar en ellos. No hay lealtad en este juego, te venden rápido por casi nada”–; Kyle Lwory se sintió traicionado –»porque él se sintió traicionado; y DeMar es mi chico. Es mi mejor amigo. Es un negocio duro…¡es un negocio magnífico, sí…! pero a veces apesta»–. Y una gran parte de la afición de los Raptors se sintió traicionada y vilipendiada al ver que, sin avisar y sin anestesia, mandaban a San Antonio al mayor emblema de la franquicia y su mejor jugador.

Derechos y ‘deberes’ de un jugador

Dos apuntes que, no por obvios, quiero dejar pasar. Ujiri traspasó a DeRozan a los Spurs. No a los Suns o a los Grizzlies. A los Spurs. A los jodidos San Antonio Spurs de Gregg Popovich. En cuanto a su contrato de 27,7 millones por temporada hasta 2021 (en la NBA se firma por el cuánto y no por el dónde), el escolta lo cobrará aquí, allí y en el valle de Tegucigalpa. Ahí reside su garantía (aún en caso lesión incapacitante) y el fundamental poder del sindicato.

Para expresar lo que pienso realmente de todo esto, de querer ofrecerles a los jugadores tanto el caramelo como el chupachups –y a riesgo de que me imputéis los niveles de empatía de un controlador de zona azul–, no se me ocurre mejor reflexión adaptada que la de Lorena Maldonado cuando le suplicó a Carmena que no cubriese con poesía de mierda el asfalto de Madrid. «Hemos mentido para tener a los niños contentos, para hacerlos sentir especiales entre el vulgo, y no sé cómo vamos a gestionar toda esta caterva de egos imprudentes, todo este tropel de vanguardistas de los cojones, todo este fárrago de artistas multimedia. La democracia del talento sólo es autoayuda».

Elegir, he ahí parte de la gracia, es renunciar, DeMar. (O como dice siempre un amigo: teta y sopa no caben en la boca). Aceptar ser el hombre mejor pagado de un vestuario conlleva entender esto: que si, por más que te dejes la piel y el género, no cumples con tu cometido, te pueden largar por otro que sí lo sepa hacer. Y del tándem Lowry-DeRozan, (el primero con 32 años y un contrato de 100 millones de dólares en el momento del traspaso del segundo) ya habíamos visto, tras seis años buscándole las cosquillas al Este, todo lo que había que ver.

Y no importa que LeBron justo se hubiese marchado a los Lakers, lejos en el Oeste. Eso no cambia nada. Playoffs 2018: 0-4 ante los Cavs del 0-4 ante los Warriors. No lo olvidemos. El título seguía muy, muy lejos. Y esto (alcanzado un punto) no va de Finales de Conferencia. Ni de Finales de NBA. Va de campeonatos. De un anillo que en Toronto no saben si tiene forma redonda o cuadrada, porque nunca han estado lo bastante cerca para comprobarlo.

Y ese «por casi nada» en que tasó el shooting guard el precio de su salida y la llegada de Leonard, se ha convertido ya, mínimo, en la última fila de la primera pestaña de Wikipedia.

Maese Ujiri

Volvemos al culpable de todo esto. Al liberador y cacique. Al Morfeo contaminado de código del Agente Smith. El trabajo de ejecutivo estrella de la Liga puede ser bello, pero nadie dijo que fuera fácil. Y con todo, imaginemos por un instante que Ujiri hubiese actuado como un político de vanguardia en campaña electoral; como cualquier extra en The Invention of Lying: un Ujiri que le hubiese dicho a DeRozan toda la verdad y nada más que la verdad… y que finalmente las negociaciones con los Spurs no hubiesen llegado a puerto.

Me pregunto… ¿Con qué cara habría amanecido DeMar al lunes siguiente? ¿Con que talante y amor propio habría ido a trabajar? ¿Con qué grado de confianza habría afrontado los próximos playoffs?

Quizás, se me ocurre, que su nudo en el estómago habría sido parecido al que debieron sentir Lonzo, Kuzma o Ingram cuando supieron que Magic estaba intentando lo indecible por deshacerse de ellos a cambio de Anthony Davis. O puede que incluso uno aún mayor; después de todo, DeRozan no habría tenido por encima un LeBron; un hombro sobre el que llorar; unas espaldas sobre las que descargar toda la responsabilidad de saber que si tu franquicia no abandona la senda del fracaso, es sobre todo por ti… y lo más chungo de digerir: que quienes te pagan el sueldo, gustosamente habrían vaciado tu taquilla y libertado tu percha por colgar en ella otro dorsal con el poder de hacer, en un sólo año, aquello de lo que tú, en nueve, fuiste del todo incapaz.

Mi ganador para el Ejecutivo del Año 2019 lo tengo claro. Por Marc, por Green, pero sobre todo por tener los bemoles de llevar hasta el límite un empleo tan veleidoso: Bobby Webster, AKA Ujiri.

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(Fotografía de portada de Ronald Cortes/Getty Images)


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