Lockout: crónica de una muerte anunciada

La NBA se ha convertido últimamente en algo por lo que se lleva mucho tiempo “trabajando”. Durante la última década, la Liga ha hecho todo lo que estaba en su mano para convertir a sus jugadores en estrellas del rock; y estrellas del rock es exactamente lo que ahora tienen.

Han subido el volumen en los pabellones, han contratado a individuos que griten durante la presentación de jugadores y han ido más allá de lo aceptable con tal de promocionar su producto. Los jugadores, que antes jugaban a baloncesto, ahora son la mayoría de ellos figuras que sobrepasan a su propia carrera profesional. Han encontrado la manera de convencernos de que cada equipo tiene ahora en sus filas al mejor jugador que jamás haya tenido cualquiera de las franquicias o, al menos, una futura superestrella de relumbrón.

Mientras otras ligas profesionales norteamericanas han estado trabajando durante los últimos años en mejorar el sistema como conjunto, la NBA se ha convertido en una especie de circo en el que resaltan por encima de todo lo demás las personalidades más extravagantes y los acróbatas de más altos vuelos. El baloncesto, esto ha quedado claro, está en el tercer o cuarto lugar en la lista de prioridades.

Y todo esto ha ocurrido bajo la aprobación del Comisionado David Stern, cuyo concepto de marketing ha consistido en crear duelos de estrella contra estrella, y no equipo contra equipo. Los equipos no venden, dice su teoría. Las superestrellas sí.

Pero sus ideas al respecto, y con él las de los propietarios, han fracasado. Y miserablemente. No en vano, y según datos de la propia NBA, 22 de las 30 franquicias de la Liga perdieron dinero la temporada pasada. Así que la propuesta presentada por la NBA a los jugadores cara a la firma del nuevo Convenio Colectivo está llena principalmente de recortes y tiene, además, un epílogo que invita a los mismos a aceptar… o a aceptar.

Y ante tal situación, las estrellas del rock se han comportado simplemente como suelen hacerlo. Agarrar las guitarras y estamparlas contra los altavoces. Lanzar las baquetas lo más alto y lejos posible. Disolver el sindicato, y llevar a la NBA a los tribunales. La rebelión.

Y aquí es donde está la NBA ahora. Y esto es lo que pasa cuando la arrogancia de las dos partes de una negociación chocan de frente. Decisiones sin sentido o, robándole la frase al propio Stern, el “invierno nuclear”. O lo que es lo mismo, la competición parada y en manos de abogados,  juzgados y gente de la que los fans de la NBA nunca hubieran querido oír hablar.

Puede ser éste un proceso largo o bien corto. En realidad nadie puede asegurarlo hasta llegada la primera semana del mes de enero. A fecha de hoy los jugadores ya están dejando de cobrar sus nóminas, y pronto los propietarios deberán devolver ingresos por derechos televisivos que cobraron por avanzado. Pero este es el monstruo que la propia NBA ha creado.

Los hombres encargados de la Liga durante los últimos años han estado sirviendo suculentos manjares a sus jugadores, así que no puede sorprendernos que ahora éstos rechacen menús de bar de carretera.

Y puede que cuando todo esto acabe, la NBA deje de tratar de convencernos que sus jugadores son lo mejor que jamás ha existido. Cada día, cada partido. Porque tal y como la Liga ya se ha dado cuenta, ahora mismo, los jugadores ya se lo han creído.


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