Los 68 de ‘Pistol’ Pete Maravich fueron su credo: un talento descarado

«Probablemente sea el poseedor del mejor y más creativo talento ofensivo de la historia». Así define el Salón de la Fama (Memorial Naismith) a Pete Maravich. Es una definición corta, pero que se expande por todos los poros del deporte en sí mismo. Y así era él, reduciendo a la sencillez uno de los repertorios de cara a la canasta más mágicos que la historia nos haya otorgado.

La recomendación queda hecha. Aparte del viaje que aquí haremos por su figura, sus idas y venidas, su legado y lo que ello representa para lo que ha venido después, vedle. Es lo que realmente hay que hacer para comprenderlo sin dejar lugar a la duda. La NBA ha ido incorporando a su catálogo de imágenes de dominio público algunas de las más importantes de Maravich, pero es cierto que hay que rebuscar para poder deleitarse de verdad con este regalo de la naturaleza. Uno de esos incunables a los que habría que hacerle algunos episodios comparativos de ‘Informe Robinson’ o ‘Conexión Vintage’.

El día de publicación de este artículo, 25 de febrero, fue el mismo que en 1977 vio el rayo de luz más cegador de la estrella que era ‘Pistol’ Pete. Anotó 68 puntos ante uno de los clásicos, New York Knicks. Qué mejor que aprovechar la circunstancia para sumergirse en un viaje por la fascinante pero deslavazada carrera de Maravich en el baloncesto.

Los 68 y otras grandes exhibiciones

El partido en el que Maravich anotó 68 puntos sigue siendo a día de hoy la mayor anotación en un sólo encuentro de un jugador desde la posición de base (point guard).

Sólo hay otras exhibiciones que superan a ésta en cuanto a un mayor número de puntos logrados en un partido de la NBA. Sin entrar en comparaciones que no llevan a ningún lado por situación, contexto y forma, éstas son las otras:

Michael Jordan: 69 a los Cavs. Acompañados de 18 rebotes. Un Jordan que aún no era campeón, pero que ya llevaba años atemorizando a la NBA cada noche y que aquella jornada de marzo de 1990 estableció el récord de anotación de su carrera, que se dice pronto.

Devin Booker: 70 a los Celtics. Éste es el más reciente en el tiempo, ya que ocurrió durante la pasada temporada (2016/17) y es a los que hay que ponerle el asterisco. El jovencísimo Booker cuajó un buen partido ofensivo, superlativo en el acierto, pero sus Suns quedaron a su merced y no se acercaron a la victoria en ningún momento. El encuentro se fue destensando y eso permitió una mayor cantidad de puntos. A destacar el mérito sobre todo por dónde puso el listón a los 20 años.

David Robinson: 71 a los Clippers. ‘The Admiral’ logró esta gesta en el último partido de los Spurs en la temporada 1993/94. Le quitó a un novicio Shaquille O’Neal el trono de anotador de la NBA en aquella fase regular.

Elgin Baylor: 71 a los Knicks. En su época fue un récord de la NBA. Pero lo verdaderamente encomiable fue que acompañara semejante exhibición de cara al aro rival protegiendo el suyo propio al capturar 25 rebotes.

David Thompson: 73 a los Pistons. Era el último partido de la temporada regular para los Nuggets y Thompson pugnaba con George Gervin por el título de máximo anotador de la temporada 1977/78. Pero no lo pudo lograr pese a esta exhibición. Gervin anotó 63 en el otro partido y la diferencia entre ambos se quedó en unos ínfimos 0,07 puntos.

Kobe Bryant: 81 a los Raptors. Una generación entera, azuzada por la figura de un Kobe Bryant que enlazaba heroicidades con tal de salvar el honor de los Lakers, recuerda este partido. En Toronto jugaba José Manuel Calderón, que fue uno de los espectadores de excepción de semejante salvajada. En uno de sus mejores momentos, con su clásico tiro en suspensión ligeramente ladeado para sortear con más soltura a los defensores, logró esto. Y es una de ésas que se queda con el suspense de qué hubiera pasado si llega a apurar todos los minutos posibles.

Wilt Chamberlain: 100 a los Knicks. Es el mayor exponente y ésta es su mejor actuación. Tiene otras por encima de los 68, pero es mejor quedarse con ese barrido y con ésta como guinda del pastel. Una de las fotos más icónicas de la historia de esta competición es la de Chamberlain enseñando a cámara un papel con el número 100. Ese misticismo sobre lo que ocurrió en aquello partido, de estadísticas astronómicas, recatan al bueno de Wilt como el imprescindible de la etapa más jurásica de la NBA.

Maravich: el talento que nunca estuvo en sospecha

Volviendo completamente a Maravich y su figura, por orden, se debe empezar por el principio. Y es difícil buscar unos inicios tan definitorios para el devenir de un deportista profesional como los suyos, marcaron toda su aportación al baloncesto profesional.

Pete toma la derivación en voz inglesa de Petar, el nombre su padre. ‘Press’, como así apodaban al progenitor, era descendiente de serbios. Vivió parte de la cruda realidad de los Balcanes cuando aún todavía no se había desatado su peor época. Sus firmes convicciones pasaron a su hijo, que fue educado en una rigidez de estilo y compromiso que luego se volvería en su contra. En Aliquippa (Pensilvania) se crió Pete junto a Petar, que había sido jugador en los inicios de la NBA y se había pasado posteriormente a los banquillos y los despachos. «Hasta que te sangren las manos», decía Pete que le repetía Petar. Le entrenaba de un modo tan bestial que el margen de error no existía. Eso hizo que, después de todo el sacrificio, saliera tan bueno como salió.

Pero se quitó pronto el corsé. En Daniel, su primera escuela, no cuajó. Cuentan las lenguas antiguas que desesperaba a sus entrenadores y compañeros con sus jugueteos con el balón, llegando a estar un tiempo indeterminado de reloj con el balón girando encima de su dedo a modo de pasatiempo. A Daniel le siguieron etapas en Raleigh y Salemburg, dos localidades de Carolina del Norte. Y, tras ello, llegó a LSU (Louisiana State University), que ahora tiene renombre pero en aquella época no era tan conocida. Su padre le colocó en el equipo para seguir formándole, ahora también como entrenador: «Tenemos una relación muy estrecha, pero es difícil diferenciar cuándo me habla como un padre y cuándo como un entrenador», contaba Maravich en aquella época. Y es que ‘Press’, su padre, lo había montado de tal forma que su figura fuera una prolongación que se terminara mimetizando con ‘Pistol’.

En la NCAA se pasó la pantalla, como se suele decir en los videojuegos, de un modo en el que nunca nadie antes lo había hecho. Se fue hasta los 44 puntos de promedio, cargándose récords de Oscar Robertson —lo cual no es ninguna tontería— y la gente comenzaba a oír su nombre en todas las conversaciones. En un partido contra Alabama, de hecho, superó la que luego sería la marca de la que hablábamos: anotó unos aún más mágicos 69. La ristra de puntos era casi insultante para los rivales, que no podían llegar a su nivel ni aunando esfuerzos entre varios.

Maravich: un estilo genuino

Cuando llegó a la NBA se vio en una callejón oscuro. El tiro, que era insultantemente bueno, podía no resultar diferencial. Y fue completando su arsenal con otras armas, a veces casi más mortíferas.

El pase fue su comodín. Amplió el catálogo de manejo de balón, con recursos que le permitían. Sus rivales, como lo aprueban las crónicas de la época, se quedaban fascinados por cómo les engañaba con una mirada, una finta o una entrega para luego generarse más fácil el resultado final.

Siempre está la discusión purista de quién lo inició antes, quién hizo qué antes de quién, y con Maravich también es así. Es un pionero, no hay duda, pero no es el único jugador setentero que se salió. Su querido Havlicek y otros como Cousy, Hayes y Frazier también están en la conversación, no es justo obviarles.

Le cogieron los Hawks, pero donde llegó al estrellato fue, de nuevo en Luisiana. Con los Jazz, primero como New Orleans y luego como Utah, se despojó de las ataduras si es que le quedaban y derrochó todo el talento que él mismo se permitió.

Maravich: la otra cara

Fue su gran tara, lo que le descentró: la bebida. Ello conllevaba luego otros problemas derivados, como la falta de mesura o directamente la violencia física. Los allegados a las franquicias en las que jugaba hablaban de un «borracho empedernido».

El estar tan atado en corto en su infancia le evocó más tarde otras carencias, refugiándose en algo como esto para mitigar el problema. Salía con compañeros y él, que era el que debía liderar también fuera de la cancha, era el que peor acababa las juergas.

Maravich: de la cancha al cielo

Pete Maravich sufría unos incesantes dolores en las rodillas que al final terminaron minando su carrera. A tal punto llegaron las molestias que fueron la causa de su retirada en 1980. Pero ahí no se acabó todo en las pistas, desgraciadamente, para él.

«Yo ya sólo busco un poco de vida», dijo cuando se retiró. El dinero que había ganado lo utilizó para probar todo tipo de estrategias de evasión: el yoga, el hinduismo y el evangelismo, los zumos macrobióticos, la ufología y la comida vegetariana. Nada menos.

Y todo acabó donde empezó, en una pista. Este año se cumplen 30 sin Pete Maravich, que murió en 1988 en Pasadena (California) cuando disputaba un partido amistoso con unos amigos. Sólo tenía 40 años. Maravich cayó al suelo desplomado al empezar el encuentro. Unos minutos antes, en una entrevista para uno de los periodistas participantes en el evento, dijo: «Estoy muy bien, realmente ahora estoy bien».

Una vez practicada la autopsia se reveló públicamente que Pete Maravich sufría una malformación congénita en el corazón: la arteria coronaria izquierda no le funcionaba. Para uno que sufre problemas de corazón, como el que aquí escribe, imaginen el final de esta historia como una de las más cerradas en lo incompleto de la historia de la NBA.

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