Más Kerrs y menos Ronceros

Steve Kerr nos recordó anoche, más que nunca, lo pequeñito que es aquello a lo que nos dedicamos. Lo nimio de la profesión del baloncesto; tanto de los que lo juegan como los que escribimos sobre ello. Anoche, a los que asistieron a su rueda de prensa pre-partido, lo que menos debió pedirle el estómago a continuación fue ‘tragarse’ dos horas y media de básquet. Aunque se trate de los playoffs. Aunque jugasen los Warriors. Aunque fuese para ver el espectáculo de Steph Curry y Luka Doncic. Tras el desnudo visceral de Kerr, cualquier bote de balón posterior parecía sobrar.

Y viene bien, de vez en cuando.

‘El deber’ del famoso

No hace mucho leí, no recuerdo dónde, una reflexión de las que no abundan: una mente inspirada nos decía que nos equivocamos al exigir a los famosos la responsabilidad de adoptar un código ético intachable por erigirse, sin pedirlo, en ‘ese ejemplo en el que se fijan nuestros hijos’. Que ya basta de obligarlos como modelos de conducta, y que vivan su vida, joder, como les dé la real gana. Y que opinen como el que más, que para algo es un derecho.

Que quizás la culpa es nuestra y lo que hay que hacer es evitar que los más pequeños tomen como ejemplo la voz de celebrities (deportistas, actores, influencers, magnates…) que no han alcanzado la fama por eruditos, sino por destacar en algo muy específico y que rara vez tiene que ver con la política, la ciencia o la filosofía como para convertir sus declaraciones en objeto de escudriño, menos aun de ejemplo, como si hubiesen salido por boca de Naomi Klein o Fernando Savater.

No es menos cierto que, hoy por hoy, esto es un sueño. Que mientras la continuidad de Mbappé en el PSG y su posterior comunicado supera el millón de interacciones en Twitter, el nombre de Slavoj Žižek pasaría para la mayoría como una marca de vodka ruso. Por eso, aunque yo no se lo exija, agradezco la responsabilidad de aquellos que tienen el privilegio de que su garganta reverbere por todo el mundo. A veces para hablar, otras por saber callar. Anoche Kerr, en plena fiebre de las Finales de Conferencia, no quiso callar.

El mentón tembloroso y la voz quebrada lo decían todo, adelantando las palabras. Su cabeza no estaba en el Game 4 sino que, como bien rescataba mi buen Nacho Losilla esta mañana, había viajado una vez más a 1984, año en que su padre había sido asesinado en Beirut. Una herida que, aunque sane, jamás cicatriza. Marcado de por vida, cualquier suceso trágico que lo saque a la luz sangra de manera distinta, y de ahí el Kerr más furioso y colérico que hemos visto nunca, conteniéndose por no hacer añicos la mesa y el micro.

Uno a uno ha ido enumerando varios de los últimos crímenes, con víctimas de toda clase, que se han ido sucediendo en un país donde aún es legal comprar y llevar pistola en plena calle y bajo la luz del día y que reabre, una vez más, un debate que parece no tener fin, y en el que los tentáculos de la Casa Blanca palidecen ante el poderoso lobby de las armas; donde las leyes federales consienten el marco (amparadas en la 2ª enmienda) y donde las estatales regulan y deciden el nivel de constricción. Rígido como en el caso de Hawaii, laxos en otros como ocurre en Illinois, New Jersey, Massachusetts o Texas.

Ahí entraba gran parte de la denuncia de Kerr, cuya postura poco tiene que ver con la ideología y sí con el dolor devastado de quien conoce el poder dañino de un arma de fuego en las manos inadecuadas.

La HR8, Ley de verificación de antecedendes

La ley HR8 a la que alude el técnico de GSW –y técnicamente bautizada como ‘Ley de verificación de antecedentes bipartidistas de 2021‘– establecería un abanico de nuevos requisitos para las compraventa de armas de fuego entre particulares. De haberse aprobado, sería inviable (legalmente) la venta de armas sin la comprobación de antecedentes del comprador. No deja de ser una tirita sobre un alambre de espino, pero al menos supondría un escollo para alejar cabezas y manos altamente inidóneas de la ligereza de un gatillo.

Joe Biden aterrizó con fuerza en La Cámara de Representantes con su programa anti-armas, que si bien no prohibirlas ni sacarlas del mercado, sí lo hizo con la intención de regular y controlar fuertemente su venta y manejo. Pero en el Senado, donde los 50 Estados esgrimen su poder, le dieron la espalda. Sólo ocho senadores republicanos (el frente de oposición) de los cincuenta que son, se sumaron a la iniciativa del Presidente, paralizando así una de las propuestas más ambiciosas que tenía Biden en su agenda de interior.

«¿Vais a colocar vuestro deseo de poder por delante de la vida de nuestros niños, ancianos y nuestros feligreses? Porque eso es lo que parece».

Todo un statement de populismo escaso por parte de Steve Kerr, elevando la voz en un asunto donde apenas había murmullos entre pabellones y no el coro gregoriano que atravesó el país con el movimiento Black Lives Matter.

Buen hacer mediático

Al igual que no es su deber, Kerr es consciente de lo que implica tomarse esta licencia. De su altavoz. De su poder de alcance. Ante un público joven en su mayoría, la capacidad para activar un interruptor que recorre el tejido eléctrico mundial con la velocidad de un rayo, suficiente para que en los Informativos del almuerzo ya lo tengamos abriendo en titulares.

Qué lástima, termino pues, que con todo su poder mediático, con todas sus horas de antena, con su empacho absoluto de ‘chorradería’ futbolística, voces que decían tener en José María García a su mentor, no aprovechen a soltar algo de bilis, de rabia, de profundo asco, en temas que dejan una huella real y duradera. Qué lástima que esos alegatos ciceronianos mueran casi siempre en temas alevosos como la traición de Kylian Mbappé. Aunque no sea su deber el ir más allá.

(Fotografía de portada de Kevin C. Cox/Getty Images)


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