Matt Barnes insiste: Kobe es su 2º mejor jugador de la historia

Qué importante es la máxima de «Lo que pasa en el parquet, se queda en el parquet».

Sí, yo también lo he oído/usado toda mi vida con campo, y no con parquet. Pero si en otros deportes es parte esencial del código ético… ¡qué deciros de la NBA! donde gracias a un calendario tan único como intenso, algunos jugadores terminan viéndose las caras hasta nueve o diez veces en una misma temporada.

Amagos de un pasado

Es, sin duda, uno de los planos cenitales más icónicos que se recuerdan. Matt Barnes, con los colores de los Magic, listo para sacar por línea de fondo; Kobe Bryant (de oro y púrpura, por supuesto) a escasos centímetros, estorbando su visión y con semblante de portero de discoteca.

Los dos ya venían calentitos de la jugada de antes… y si el talento estaba mal repartido entre ambos, la chulería les recorría a partes iguales.

Barnes amagó un pase directo a la cara de Kobe… y el semblante no cambió. Ice in his face. Y por si alguien ha tratado de arruinaros la escena años después, chivándoos que se trataba de un efecto óptico fruto de la perspectiva, y que Barnes nunca apuntó realmente al rostro del ’24’… siento ser yo y este vídeo de ESPN quienes le agüemos la fiesta al waterparty de turno, y devolvamos la escena al lugar que corresponde.

Kobe, un Action Man sin desembalar.

Esto ocurría un 7 de marzo de 2010, con ambos equipos posicionados entre los más dominantes de sus conferencias. Y no era casualidad. Sendas franquicias, por aquel entonces, eran el rival a batir.

Suyas habían sido las anteriores Finales, donde los angelinos metieron un severo meneo a los Magic… los Magic de Dwight ‘Superman’ Howard, y no del Clark Kent en quién se fue reciclando durante los años de después. Pero un superhéroe no era suficiente, ya que en frente tenía, como mínimo, a tres (Kobe, Odom y Pau), imbuidos además en una química asombrosa.

–Los Magic cerrarían la fase regular de aquel 2009-10 con balance de 59-23, segundos del Este tras los 61 triunfos de los Cavs de un joven LeBron… (James y Howard… reunidos una década después… en el equipo de Kobe, pero sin Kobe). Los Lakers, por su parte, volverían a reinar en el Oeste: 57 triunfos y 25 derrotas–.

Y Matt Barnes, en esto de perseguir anillos, fue (casi) siempre un paso tarde. Llegó a unos Magic subcampeones para caer en semifinales ante los Celtics, víctima posterior de los Lakers en vendetta –bicampeones, por lo tanto–, saldando así el amargor de dos años antes (cuando el gato al agua se lo llevaron Pierce, Allen, Rondo y Garnett).

Rival y compañero

Entonces llegó el verano, y Barnes, agente libre, fichó por los Lakers por dos temporadas. Todo parecía listo para un nuevo threepeat a los pies Hollywood.

Los Miami Heat irrumpían, súbitamente, como un titán de inesperada forja al reunirse LeBron James, Dwane Wade y Chris Bosh bajo un mismo palio, pero Kobe Bryant, a sus 33 años, aún se mantenía en su dilatado prime… razón más que suficiente para creer que el anillo volvía a ser más que posible.

Sin embargo, justo entonces, el declive, de forma tenue pero irremisible, empezó a revolverse en sus adentros. Suficiente para que los Dallas Mavericks de Dirk Nowtizki protagonizaran la revelación de las semifinales con una increíble barrida a los Lakers (0-4), para sellar la sorpresa absoluta ante los Heat en el primer, y único por ahora, anillo de su historia. Mark Cuban, al fin, fue feliz.

Drafteados con seis años de diferencia, Matt Barnes vivió lo mejor de La Mamba enfrentándose a él como rival, y aún tuvo tiempo de compartir con él un par de años de baloncesto notable (aunque la anotación se mantenía, los porcentajes se resentían y el impacto caía) a la par de que lo conocía en una faceta mucho más íntima, consolidada entre aviones, gimnasio, taquillas y frugales cenas en jetlag a deshoras.

Dieciséis años de baloncesto después, en lo que se puede resumir como una prolífica vida profesional –10 franquicias, 9 playoffs… y el ansiado anillo como perfecto epitafio, con Golden State… en la última zancada–, llegó el turno de la retirada.

Fiel, tras los micros

Tras lavar las rodilleras por última vez antes de subirlas a Ebay, el ex escolta ha sabido reconducir su vida sin desligarla de lo que mejor conoce, el baloncesto. Sus colaboraciones en medios tele y radio-informativos se cuentan por pares (Fox Sport, frecuencia 95.7 de Bay Area en el show de Joe, Lo & Dibs…), y el que nos trae aquí, él (o ellos, pues son dos) mismo lo describe como «el podcast semanal más descarado y sin complejos de dos campeones de la NBA».

Hablamos de ‘All the Smoke’, el podcast protagonizado por Matt Barnes y Stephen Jackson, y que con ese encabezado dan la bienvenida a los más de 70 mil seguidores que congregan en su cuenta oficial de Instagram.

Anteayer, en su séptimo episodio de la temporada, recordaba a Kobe Bryant así: «Diría que era un genio malvado de mente maravillosa. Estaba obsesionado con ser el mejor, pero puso mucho trabajo en ello para que así fuera. Es apasionante poder decir que he jugado contra el segundo mejor jugador de todos los tiempos. Y luego fuimos compañeros de equipo. Fue una pasada. Aprendí muchísmo. Él era un líder, pero no uno de esos que te abrocan todo el tiempo; un líder vocal. Él lideraba desde el ejemplo. Si tu mejor jugador va a salir cada noche y darlo absolutamente todo, no tienes ninguna excusa para no hacer tú lo mismo».

Y hemos puesto ‘insiste’ en el titular, porque no es la primera vez que Barnes ubica a Kobe como el 2º mejor de todos los tiempos. No fue un arrebato, sino una opinión reflexionada.

Esto lo sabemos porque un mes antes, en un cara a cara con DJ Vlad ( Vladimir Lyubovny, ex DJ, periodista, entrevistador y actual CEO y conductor de la web de noticias VladTV.com), le retaron a todo un clásico. El ranking de rankings: sus diez mejores de todos los tiempos.

Primero Vlad le dio el suyo (Jordan, Jabbar, Russell, Magic, LeBron, Bird, Kobe, Chamberlain, O’Neal y Robertson).

Y la primera reacción de Barnes fue: «¿A Kobe que lo has puesto, el séptimo u octavo?…. Kobe metió 81 puntos en un partido…», decía, mirada incrédula al techo.

Y continuó: «Yo me perdí a Jordan [no lo vio en vivo], pero para mí Jordan es ‘El único‘ y Kobe es ‘El único (bis)‘. Luego está LeBron… pero sólo por el instinto asesino que tenía Kobe; su manera de atacar… precisamente lo que hace grande a Kobe es por lo que otras personas prefieren a LeBron. LeBron es ‘la jugada correcta’; es decir, que si tiene que pasar el balón en la última posesión, lo hará por el bien del equipo… y Kobe [y Jordan], no se la van a pasar a nadie… y ese es el tipo de mentalidad que a mí me gusta».

Cuestión de tiempos

Para los que tengáis curiosidad, Barnes plasmó su top-10 en este orden: Jordan, Kobe, LeBron, Magic, Shaq, Jabbar, Bird, Robertson (tras mucho dudar), Russell, Chamberlain.

Y cerró con una siempre interesante pero a menudo obviado (o soslayado) apunte, en el que dijo no gustarle comparar a jugadores de distintas eras. En este caso no porque las grandes estrellas en 1960 no supiesen driblar con el balón como en 2010 (que también), sino por el calibre de los rivales frente a quienes lo hacían. Un nivel medio muy inferior al de los supra-profesionales que arriban a día de hoy a la NBA desde cualquier parte del mundo, en un entramado diseñado al dedillo desde los años de escuela primaria, para localizar, extraer y elevar el talento a su máximo potencial.

«El jugador medio de entonces (epoca de Bill Russell) no era un buen jugador. Eran muy bajitos… ahora te encuentras 7 pies que pueden correr, saltar, tirar… en aquellos años sólo sabían botar con una sola mano. Hay una imagen mítica de Bob Cousy esquivando rivales botando sólo con su mano derecha».

«Y los jugadores tenían además sus propios empleos», aportaba Vlad. «Jugaban para la NBA los fines de semana y luego volvían a sus puestos de trabajo».

«Hay que agradecer a aquellos grandes jugadores por haber ayudado a que este deporte creciera, pero creo que analizando esto a vista de pájaro –y teniendo en cuenta que yo solo he sido un jugador de rol y no quiero menospreciar a ninguno de ‘los grandes’–, si colocamos a las viejas glorias frente a las actuales… la competición ha cambiado muchísmo. Por eso coloco a Russell o Wilt al final del top-10… porque ellos nunca tuvieron que enfrentarse a otros big men como Patrick Ewing, David Robinson, Tim Duncan, Rick Smits o Mark Eaton… jugadores tan enormes como lo eran ellos», concluye Barnes.

No obstante, y como acertó a decir Sartre en una analogía perfecta: «Cada época tiene su propia poesía».

(Fotografía de portada de Sean M. Haffey/Getty Images)


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