Las personas que pierden un miembro pueden sentir de forma esporádica un dolor en la zona del cuerpo que ya no está. Un fenómeno que, explicado rápido y mal, sucede por la malinterpretación de la reorganización neuronal que debe hacer el cerebro de las redes nerviosas que conectaban con la parte amputada. Aplicable como metáfora al dolor por lo que ya no está. Por la pérdida.
Esos momentos en los que tomar consciencia de que algo cotidiano se va con la marcha de la persona con quien se solían compartir dichos instantes o hacer ciertas cosas. Es entonces cuando la pérdida, la ausencia de lo que estaba y no está, de lo que era y ya no es; lo inunda todo.
En estas se encuentran ahora mismo los Cleveland Cavaliers, con el recuerdo todavía fresco de una temporada que tocó su techo en la serie de playoffs más eficiente de la historia a nivel ofensivo y de la que no parece quedar ni rastro. Autores del mejor ataque, la octava mejor defensa y el segundo mejor récord de la liga el curso pasado, Cleveland pena ahora en la novena posición del Este habiendo perdido siete de sus últimos diez encuentros y estando en este tramo por debajo de la media en casi toda estadística troncal.
Buscando mi destino, viviendo en diferido
Hubo algo de mágico en su campaña 2024-25 por darse sin cambios significativos en la plantilla. La mera llegada de Kenny Atkinson supuso una revolución, sobre todo ofensiva, en un equipo que de repente corría más, tiraba mejor, movía el balón como los ángeles y encajó los roles de piezas primarias, secundarias y recursos de plantilla con suma sencillez.
Hoy el balón ya no viaja, se remolca. Los triples ya no son activadores de espacio y consecuencia de una circulación sana, sí la huída fácil a secuencias de preocupante horizontalidad y congestión en las que la presión sobre el aro no existe. Solo los Golden State Warriors lanzan más desde el exterior que estos Cavs, otro equipo marcado por las dificultades que encuentra para romper con la monotonía ofensiva si no es de la mano de Stephen Curry.
De vez en cuando surge una buena acción. Una continuación de Jarret Allen que acaba en extra pass, una transición guiada por Darius Garland que finaliza con pase sin mirar, una buena lectura de la zona rival. Pero el equipo es incapaz de sostenerlo en el tiempo porque no le nace fácil y se pierde en la sencillez extraviada. Quejosos ante cualquier dificultad que enfrentan.
Ahora que el ataque no funciona, e incluso cuando funcionaba, también duele la ausencia de lo que JB Bickerstaff construyó hace ya unos años al otro lado de la cancha. En torno a las figuras de Jarret Allen, Lauri Markkanen y un Evan Mobley recién llegado a la liga, los Cavaliers se adelantaban al regreso del big ball como discurso. Ese que hoy vemos, de distintas formas y en ciertos tramos, en Houston, Oklahoma City, New York o Detroit, por nombrar algunos.
Aquel armazón se construía alrededor de las fortalezas de sus piezas más dominantes. Hoy, Atkinson recurre a la zona sin más propósito que el de intentar no exponer a sus eslabones más débiles. Y abrigando a particulares, que deja al colectivo en la intemperie.
Las bajas como consuelo
De todas sus pérdidas, los Cavaliers se escudan especialmente en las temporales. En las bajas que provocan que sus 4 fantásticos solo hayan compartido cancha por 57 minutos en apenas 4 encuentros en lo que va de temporada. El matiz está en que el resto de los aspirantes de la conferencia Este pueden encontrar similar excusa.
Los Boston Celtics están jugando sin Jayson Tatum y habiendo demolido su plantilla campeona, OG Anunoby se ha perdido 9 de los 25 partidos de los New York Knicks, Detroit ha ganado los 3 partidos que ha jugado sin Cade Cunningham, Franz Wagner y Paolo Banchero han jugado solo 14 partidos juntos y Jalen Suggs aún arrastra problemas físicos en los Orlando Magic. Todos ellos miran a los Cavaliers desde arriba en la tabla.
Con el tibio regreso de Garland, el percibido estancamiento en Mobley, la extraña gestión con las rotaciones de Allen y los arreones de Mitchell cuando nada más funciona, es fácil olvidar que Max Strus era un continuo facilitador de procesos. Un jugador que a través de su movimiento y amenaza espacial, no dejaba que los Cavaliers dejasen de jugar cuesta abajo y permitía poder salir vencedor del intercambio de golpes. Al inicio de esta campaña, Atkinson encontró réplica en Sam Merrill, y no es raro que la baja de este coincida con el descenso definitivo del equipo a los infiernos.
Se abren estos días titulares con la incitación al cambio en Cleveland. El entorno mediático de la franquicia ha entendido lo que desde dentro quizás no comprendan. Que sería extraño que nada volviese a ser como antes y que, cuanto antes lo acepten, antes podrán salir del bucle en el que se encuentran. Llegue ese cambio a través de un traspaso, de un cese o por iniciativa interna, el proyecto necesita dejar de pensar en lo que fueron porque solo así podrán ver el futuro como meta y no como consuelo. Y que lo que son deje de doler por lo que ya no está.
(Fotografía de portada de Geoff Burke-Imagn Images)





