Los Clippers no pueden (ni saben) ser los Lakers

El maltrato a unas leyendas que reconocen como propias es la muestra de la falta de autoestima de los Clippers como franquicia.

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Por David Sánchez

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En 2014, Steve Ballmer llegó a Los Angeles Clippers para cambiar la historia de una de las franquicias más irrelevantes de la NBA. Compró en un momento ideal, con el núcleo de lo que seguramente fuese la mejor plantilla de la historia del equipo ya formado y con Los Angeles Lakers, la sombra que siempre los había opacado, en su punto más bajo. Los objetivos dentro de la meta mayor eran cuatro: 

  1. Darle un estadio propio a la franquicia
  2. Crear una identidad propia fuerte y que evitase la intrascendencia a la que acostumbraban
  3. Ser relevante de forma constante en lo deportivo
  4. Hacerse respetar como organización

Lo primero Ballmer lo consiguió hace poco más de un año con la finalización del faraónico Intuit Dome. Muy probablemente el mejor estadio de la NBA en lo que a infraestructura se refiere. Lo segundo corrió a cargo de Chris Paul, Blake Griffin y DeAndre Jordan, que lograron durante algunos años que Los Angeles dejase de ser la ciudad del Showtime para ser Lob City. Eran los pupas, pero ya no eran irrelevantes. Lo tercero también fue cosa de los jugadores mencionados. 

El gran problema llega con el cuarto punto y se empieza a romper en 2018. Blake Griffin, aquel pura sangre que había puesto a los Clippers en el mapa con la visceralidad de sus mates por bandera, era agente libre en el verano de 2017. Hacía escasos tres días que la franquicia había anunciado el traspaso de Chris Paul a Houston tras la enésima decepción en playoffs, esta vez a manos de los Utah Jazz y con lesión de Griffin a mitad de serie mediante.

La franquicia era un mar de dudas y el mismo Griffin pensaba que quizás sus días en LA hubiesen llegado a fin. Esa misma semana, a la apertura de la agencia libre, tenía reuniones con Denver Nuggets y Phoenix Suns para dejarse agasajar. Ballmer tenía otra idea. Como ya habían hecho con DeAndre Jordan unos años atrás acorralándole en una habitación de hotel hasta que desestimase el acuerdo verbal al que ya había llegado con Dallas; el núcleo duro del vestuario, Doc Rivers y el propietario se reunieron con Griffin para una última intentona.

Un recorrido por los pasillos de las instalaciones del club, decorados para la ocasión con memorabilia y fotos que representaban los distintos momentos de la carrera del interior desde la primera vez que cogió un balón de baloncesto hasta su trayectoria con la franquicia. El paseo acababa en la cancha, simulando una retirada de camiseta en la que la franquicia le pedía ser un Clipper de por vida. Convencido por la charla que tuvo con Lawrence Frank y Ballmer sobre un ilusionante futuro, ese mismo 30 de junio, Griffin extendió su contrato por 5 años y 175 millones de dólares.

“Quiero que mi legado sea ser un clipper”, dijo lleno de orgullo Griffin.

“Blake está en una posición donde le vemos como la realeza de los Clippers. Y eso no ha cambiado”, pronunció Frank después de decir que la marcha de Paul dolía, pero que no representaba lo que representaba el que en ese instante era el niño de sus ojos. “Vamos a hacer todo lo posible para que Blake siga siendo un clipper”.

Seis meses después, con los Clippers 25-25 en la temporada, Frank traspasaba a su jugador franquicia a Detroit para comenzar con una supuesta reconstrucción del equipo. 

El cuento se repite

Esta semana, casi ocho años más tarde, la historia se ha vuelto a repetir. Los Clippers han apartado a Chris Paul de la dinámica del equipo en la que saben será su última temporada en la NBA apenas unos meses después de que le firmasen con el único objetivo de que jugase sus últimos partidos con la camiseta que un día colgará del Intuit Dome como mejor jugador de la historia del conjunto clipper

Las razones esgrimidas para tomar esta decisión se encuentran tras el constante tono aleccionador y crítico de Paul con compañeros, entrenadores y directivos. Sobre todo representados en la figura de Tyronn Lue, que parece se ha ofendido a nivel particular con el tipo de liderazgo que ha representado CP3 desde su vuelta. 

Estas pueden ser legítimas, pero no deja de ser un chapucero fallo de cálculo, otro más, a la hora de querer tener un gesto con una figura trascendental en la historia de la franquicia. Nadie le pidió a Ballmer rivalizar con los Lakers a nivel de percepción pública, era una guerra que jamás podía ganar, pero él y sus subordinados han querido jugar a ese juego, y las comparaciones en lo que trasciende la pista y el Excel son odiosas. 

La clave en estos dos movimientos está en reconocerse como una franquicia de segunda. En asumir que ser “el jugador más importante de la historia de los Clippers” carece de valor intrínseco con el trato que dispensan a sus dos mayores leyendas. En que Paul y Griffin no pueden recibir el trato de Kareem Abdul-Jabbar, Magic Johnson o Kobe Bryant porque los Clippers no son los Lakers. En afear a Paul que sea como saben que siempre ha sido. En prometerle el cielo a Griffin sin tener un suelo sobre el que pisar. 

Todo esto no invalida lo bueno que se ha hecho en estos diez años, pero sí lo socava. Lo que puede invalidarlo es la investigación que ahora mismo está llevando a cabo la NBA alrededor del caso Kawhi-Aspiration. Un asunto que, de demostrarse veraz, será una nueva falta de respeto (quizás la mayor de ellas) a los símbolos de una franquicia que ya se dejó secuestrar por Kawhi Leonard y Paul George antes de que tuviesen que salir escándalos a la palestra.

(Fotografía de portada de Steve Dykes-Imagn Images)

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