La zozobra de un tótem

La temporada de Nikola Jokic está en vilo y, con ella, el símbolo más intocable de la NBA en el último lustro.

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Por David Sánchez

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Uno nunca está preparado para ver caer a sus héroes. Y Nikola Jokic es el héroe de esta era en la NBA. Detrás de todo aquello que se repite hasta el vómito de que el baloncesto es secundario en una vida dedicada en realidad a los caballos, la cerveza, su familia y su Serbia, ningún jugador ha halagado más a la competición que el 3 veces MVP. Al menos en lo que va de lustro.

Lo aplaudido hasta sangrar las palmas en LeBron James y su énfasis en jugar cada noche porque siempre habrá alguien en el pabellón a quien inspirar, cuyo tiempo es tan valioso como el de la súper estrella, tan alejada de la realidad. Una herencia recogida de la época en la que el star system de la NBA lo cargaba como mantra y que, sin darse importancia por ello, silencioso como solo sabe ser, Jokic ha personificado mejor que nadie entre la más alta élite.

Mientras Shai Gilgeous-Alexander se perdía partidos en nombre del tanking de Oklahoma antes siquiera de ser una cara de la liga; en paralelo a un Giannis Antetokounmpo aparentemente de hierro pero tendente a dejarse cerca de una veintena de encuentros en varias temporadas sin que siempre mediase lesión; coetáneo a Joel Embiid, quien un día fue visto como su gran rival y al que acusaban de precisamente rehuir varios cara a cara cuando ya llevaba las rodillas a rastras. Y por supuesto en otra galaxia con respecto a los Stephen Curry (post 2017), Luka Doncic, Anthony Davis y tantos otros en lo que a disponibilidad se refiere.

Porque lo primero que llama la atención en Jokic es su genialidad delicada. Esa superdotada sensibilidad dactilar que impregna todo su juego desde el pase hasta la finalización. Debajo de esa primera capa se esconde uno de los jugadores más duros del planeta. Uno que decidió hace un tiempo dejar sus brazos al desnudo, sin su habitual calentador, para postrar a la vista las magulladuras que colecciona a cada noche de trabajo.

Jokic es una leyenda viva porque su historia, con altos y bajos, atiende a una continuidad imperturbable. Grandilocuencia en directo cada vez que pisa el parqué. Un gesto simple que repite con una cadencia inalcanzable por cualquier gran figura en la última década.

El serbio nunca ha jugado menos de 69 encuentros (2023) en sus 10 años de carrera. O lo que es lo mismo, se ha perdido como máximo 13 partidos en una temporada. Es cierto que solo ha jugado el total de partidos de un curso en una ocasión y con calendario reducido a 72 en 2021. Aun así, desde su debut, solo se ausenta en 7,5 partidos de media por campaña. Su promedio de minutos por temporada excede los 2361. Impensable para un chaval que en sus inicios respiraba a bocanadas cuando el partido encaraba su recta final.

Resumen estadístico de la carrera de Nikola Jokic. Fuente: Basketball Reference.

Para más inri, ha disputado esa montaña de duelos muchas veces con sus compañeros caídos (largas ausencias de Jamal Murray, Micheal Porter Jr.) y sin contar nunca con un All-Star a su lado. El único MVP de la liga que cumple con esta premisa en la historia de la NBA.

Todo esto, claro, Jokic se lo debe a una ventura aparentemente infinita. Una resistencia inhumana a la tragedia de las lesiones que hoy está en vilo. Hace solo unas horas que su compañero Spencer Jones cayó sobre la rodilla del héroe para dejar una imagen tan sobrecogedora como inédita. Jokic yaciendo en el suelo incapaz de soportar el dolor y abandonando la cancha por el túnel de vestuarios mucho antes de sonar el bocinazo final.

El sentir general de la NBA es de angustia a la espera de diagnóstico. Porque seas camarada, enemigo o imparcial; es imposible que algo no se remueva en el interior cuando se presencia la volatilidad en una figura considerada inmortal. Sea leve o grave, ojalá lo primero, valga este espacio para echar la vista atrás y reconocer la fortuna de presenciar noche tras noche a un emblema de la competición. A un tipo que jamás se planteó privar de su grandeza a quien quisiera admirarla.

(Fotografía de portada de Ron Chenoy-Imagn Images)

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