El espíritu de Rafa Nadal

El algoritmo de ‘Tendencias’ de Youtube es, junto a Jorge Javier Vázquez, lo peor que le ha pasado últimamente a la humanidad. Nos conoce mejor que nuestras madres. Mejor que Frank Abagnale las pesquisas de Joe Shea. Mejor que Mel Gibson el ritmo libidinoso de Marisa Tomei en ¿En qué piensan las mujeres?… sabe lo que queremos y cómo lo queremos.

Su poder opiáceo para convertir una mañana de estudiado provecho en horas muertas de placer, encadenando vídeo tras vídeo; calada tras calada. Ayer, me sedujo sin dificultades para hacer click en uno de esos por los que procrastinar un rato corto bien merece la pena. Varios jugadores del circuito ATP, sentados sobre un fondo oscuro –estilo Informe Robinson–, respondían a una tanda prefabricada de preguntas del entrevistador, con un simple (y fútil pero guay) objetivo: diseñar al tenista perfecto.

¿La mejor derecha? No hay dudas; Roger. ¿Revés? El elegante swing a una mano de Stanislas Wawrinka (y el hecho de que Zverev se encante a sí mismo) crea cierta disensión, pero el veredicto parece claro: el poderoso backhand de Nole. El servicio se lo reparten dos torres: Isner y Karlović. El mejor resto es para Djokovic, que ya lleva dos. El minipunto al más ágil en césped y albero también tiene nombre y, por encima de todo, piernas; Gaël Monfils. Por último, el toque de raqueta (dejadas, boleas, winners en bote pronto…) orbita, según los encuestados, entre Fededer, Murray y Jack Sock.

Parece que ya está, ¿no? Tenemos todo el repertorio de golpes y movimientos en pista –por actualizar, quizás, con el underarm serve y know to lose de Kyrgos…–… y sin embargo seguimos echando en falta un jugador. Claro, y un recurso que no se puede medir ni en una tabla ni con la tecnología avanzada de un dron. El intangible por antonomasia.

«¿Y el espíritu de lucha?», lanza el interrogador para finalizar su boceto.

– Dominic Thiem: «Rafa».
– Marin Cilic: «Rafa».
– John Isner: «Por la forma en que se lo deja todo ahí fuera… Rafa. Lo que mejor hace es competir».

Estaremos de acuerdo en que el mallorquín no es el más técnico, ni el que mejor saca, ni tampoco el que más intimida cuando sube a la red. Por no ser, a sus 33 primaveras, ya no es ni siquiera aquel limpiaparabrisas incansable de sus primeros años, que recorría el fondo de la pista de punta a punta una y otra vez, forzando a su rival a devolver siempre una pelota de más.

Pero, qué cosas, acaba de ganar su cuarto Open USA y decimonoveno Grand Slam. En frente un jovencísimo y casi desconocido Daniil Medvédev que, durante dos sets, recordó a aquel mismo Rafa de pelo largo y horribles pantalones pirata que no entendía lo que era hincar la rodilla, da igual lo que el marcador reflejase, creciéndose ante los números uno del tenis mundial. Pero al quinto set, y cuando el ruso parecía a un paso de culminar una remontada histórica, un zarpazo ‘a lo Nadal’, volvió a aparecer. El inagotable espíritu de campeón de un jugador a quien la lógica competitiva le trae sin cuidado.

Algo así le pasa a esta España. Que hoy, ante Australia, no fue mejor. Ni en la circulación, ni en el rebote, ni en el dribling, y sin destacar especialmente tampoco en el uso de la pizarra o el movimiento sin esférico. A Llull se le salían los triples, Marc era un poltergeist de sí mismo en la primera mitad y Ricky veía cómo se le encogían todos los espacios. Y mientras, Patty Mills apuntando a MVP.

Pero a golpe de remada, de pundonor, de fe y de varias advertencias serias de taquicardia, los nuestros –cola de león al comienzo del Mundial–, renuentes a soltarse de la popa aussie, forzaron primero una prórroga y luego otra más.

La calidad –que la tienen– hizo por fin acto de aparición, con el espíritu callador de bocas sobrenadando el rectángulo, impasible. Infinito.

Marc metía su punto número 33 cuando el desayuno ya se nos juntaba con las aceitunas y la cerveza; cualquiera sentado frente al televisor sabe que ha estado lejos de ser su mejor partido. Al igual que resulta difícil de contar, analíticamente, cómo de clave ha sido para ganar su anillo con los Raptors, o cómo lo fue también para alzarse con el DPOY de la NBA en 2013, remontando con intangibles donde no siempre alcanzaban a explicar los números.

Francia tiene a Gobert, y a Argentina no le falta de lo que a nosotros nos sobra. La épica no siempre es suficiente y Scariolo deberá rebajar la locura y encontrar el modo de hacernos fluir en ataque. Pero de momento, a base de espíritu, a grito de ¡Vamooos!, ya estamos en otra Final.

(Fotografía de portada de Yifan Ding/Getty Images)


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