Pau Gasol: el compromiso del gran líder

“Los sueños parecen al principio imposibles; luego, improbables; y cuando nos comprometemos, se vuelven inevitables”

Mahatma Gandhi

Todo comenzó un 10 de septiembre de hace justo un año.

El que escribe estas líneas se encontraba allí, en el Palacio de los Deportes de Madrid. Aquella noche España caía eliminada del Mundial. Su Mundial. Parecía casi incomprensible que la mejor plantilla en la historia del equipo pudiera perder en cualquier otro enfrentamiento que no fuera la final ante Estados Unidos. Pero pasó, y fue terrible.

Del absoluto shock por no entender lo que estaba sucediendo, se pasó al enfado por no haber podido ‘meterle mano’ a una Francia bastante inferior sobre el papel. Se marcaron muchos culpables, señalados por el criterio de subjetividad que cada uno pueda albergar. Y, flotando sobre todo ello, empezó a cundir una pregunta que en esos momentos también tenía cierta lógica: ¿se había acabado el ciclo de la selección?

El naufragio de la incertidumbre

Lo que primero se decidió es que Juan Orenga no seguiría al frente del banquillo. Decisión cargada de vehemencia, aunque exenta de soluciones. Pasaron demasiados meses hasta que se conoció quién sería su sustituto, y eso acabó generando un clima negro y de bruma sobre lo que suponía venir a la selección.

Era como si no se supiera cuáles serían las bases de un futurible nuevo proyecto, si es que se había decidido internamente que lo iba a haber, o con qué jugadores se iba a poder contar para algo más cercano, como era el multicapital EuroBasket.

Con la sinceridad encima de la mesa, faltar en una ocasión así era mucho más fácil que hacerlo en las competiciones de años pasados. Cuando ocurren situaciones de caída libre y sin frenos como la sucedida en esos cuartos de final del Mundial, el oscurantismo acaba acariciando la espalda de un equipo que (nos) se había acostumbrado a ganar con el sello de la exhibición por bandera.

Y si pensamos que cada temporada es realmente dura y cargada de exigencia física, que cada jugador tiene sus circunstancias propias que hay saber y conocer bien, y que el EuroBasket es la competición menos atractiva de las tres grandes, hace un cóctel perfecto para esperar una mejor ocasión para recibir la llamada del combinado nacional.

El peso a sus hombros

Ni lo poco halagüeño del contexto supuso una barrera para el hombre que ha sido líder de una generación que ha marcado el baloncesto europeo.

Pau Gasol se enfrentaba a uno de sus retos más complicados en este año, no sólo en el verano que acabamos de pasar. Salir de Los Angeles era un imperativo para él mismo. Sin más camino por recorrer, su carrera pedía a gritos un cambio de aires, pero había que decidir cuál y bajo qué condiciones. Algo nada sencillo.

Finalmente eligió poner rumbo a Illinois, y su apuesta le salió redonda. Volvió a revalorizarse, recuperando sensaciones y, por encima de todo, el juego que siempre le ha caracterizado, huyendo del run and gun que tanto le había martirizado en las campañas anteriores con los Lakers. Gasol volvió a entrar como baza capital en los planes de un equipo, en los highlights y hasta en la mente de muchos aficionados, empeñados en enterrarle muchos años antes de la cuenta.

Al terminar la temporada, contar con él para el EuroBasket era un caramelo de sabor extremadamente dulce. Visto como había recuperado su esencia, verle competir en el baloncesto FIBA era apostar sobre seguro. Incluso sin saber si finalmente podría estar o le ‘dejarían’ los Bulls, su mente nunca quiso pensar en otra cosa que no fuera ponerse la camiseta de España otra vez más.

Tras el precipicio, un abismo

Insistiendo en la idea, acudir al EuroBasket no era nada fácil.

Pensar que tras este verano vendrían los Juegos Olímpicos podría haber sido razón de peso para reservarse de cara a esa cita. Pero el trasfondo de la historia era mucho más crudo: o llegábamos a la final, o que se olvidase estar en Río 2016; o seguíamos pasando de ronda sin traspiés posibles, o también nos olvidábamos de jugar el preolímpico.

Con el título en la mano, puede no dar tanta impresión. Pero pensado en el contexto de hace quince días da mucho vértigo. Y Pau sabía todo eso antes de decir “sí quiero” a la convocatoria de Sergio Scariolo. La realidad era la que era, y siempre la aceptó y abrazó para revertirla.

Para empatizar más con esta sensación que podía haberse convertido en realidad, sólo hay que pensar que si Dennis Schröder llega a meter el libre en el último enfrentamiento de la fase de grupos, igual la prórroga nos habría regalado quedarnos sin EuroBasket, sin Juegos y, lo que es peor y no puede pasarse por alto, sin una selección que no habría podido volver a competir hasta dentro de dos años. Y eso es mucho pensar cuando las edades de los integrantes más importantes y míticos del equipo pasan la treintena con holgura.

Gasol no dudó de su compromiso con el combinado. Ni antes de empezar la competición, ni cuando las cosas se ponían más dubitativas durante el desarrollo de la misma. Su discurso fue firme, creyendo en las posibilidades que tenían y en que, si él había dicho que se podía, tenía que poderse.

Dulce venganza

Tras luchar cada encuentro como si fuera el último, el destino tenía preparado un Déjà vu muy francés.

Al compromiso de Pau se le iba a regalar la opción de, ya no sólo asegurar su presencia en Río 2016, sino volver a voltear la historia. Francia, con la mejor selección de los últimos años, organizando su EuroBasket y jugando delante más de 26.000 fieles, ante una España sin todo su arsenal y con (a priori) peor plantilla disponible. La misma historia que justo hace un año, pero del revés.

En una actuación que ha marcado ya el baloncesto europeo, Gasol destruyó a Francia desde su enorme calidad, pero también desde el tesón y la firmeza. Esa noche nada podía pararle. Se engalanó con su traje de superhéroe y llevó al vuelo al equipo español. Mítico. Ni un guionista habría pensado en un desenlace de tal altura y, por qué no decirlo, de tal justicia.

¿Compromete su año en Chicago?

Ahora queda el regusto de lo sucedido. El sabor de la victoria nos ha embriagado a todos. Aunque a nosotros no nos duelan las piernas ahora.

Para Pau, como para todos los que le han acompañado en esta aventura, ha sido un excelso esfuerzo. Ha jugado la inmensa mayoría de los minutos, siendo buscado en cada ataque y aportando intensidad constante en defensa. Números en mano, el desgaste no ha podido ser mayor.

De nuevo, él ya sabía que eso sucedería. Y aun así, eligió venir.

Que su verano no ha sido tal, que la preparación para su siguiente año en los Bulls está a la vuelta de la esquina y que cuenta con 35 años son motivos suficientes para refrendar que Gasol se jugaba muchas cosas en el EuroBasket. Más de las aparentes en primera instancia.

En Chicago no habrán esbozado ni media sonrisa por el hecho de que acudiera con España, y menos aún que llegasen vivos hasta el último partido. Es una traba para el siguiente curso, sabiendo que las opciones de los Bulls van a pasar en gran medida por sus manos y que no va a tener apenas descanso para encarar ese desafío.

Con todo este cúmulo de escenarios en una balanza, es más fácil calibrar el peso de su decisión. Tenía por delante la prueba del compromiso, y la pasó cuando quiso ser convocado; tenía por delante la prueba del liderazgo, y acabó poniéndose el oro al cuello.

Porque los esfuerzos se agradecen. Porque la memoria, siempre tan frágil y selectiva, debe guardar en primer lugar el aroma de cada exhibición dada en el torneo. Porque, si se trata de agarrar los recuerdos al vuelo, el de este EuroBasket ha de estar muy bien atado. Porque, en el fondo de todo esto, no cabe otra cosa que decir: gracias, Pau.


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