Hasta hace no mucho, cada uno de los trasvases de jugadores que se producía entre Euroliga y NBA con esta última como destino era un acontecimiento. Es cierto que desde principios de siglo resultaba normal ver a media docena de jugadores europeos siendo elegidos en el draft de cada año. Pero normalmente estas eran apuestas de segunda ronda que rara vez llegaban a consumarse.
A la NBA solo llegaban jugadores consagrados o de acuciada proyección. Ni que decir tiene que poco o nada tiene que ver con las batallas políticas que suponían estos fichajes entre las décadas de 1980 y 1990. Desde la pionera llegada del búlgaro Georgi Glouchkov a Phoenix Suns en 1985 procedente del Akademik Varna, el baloncesto europeo ha cambiado su estructura de arriba a abajo y el estadounidense su tolerancia al talento del viejo continente.
La aparición de la Euroliga como competición continental suprema hizo que el mercado se regulase en consecuencia, admitiendo mucha mayor libertad con respecto al control estatal. Con el tiempo, esto ha provocado que los contratos lleven implícitos cláusulas con respecto a llamadas NBA y que los traspasos sean trámites llevados casi únicamente por el jugador y sus representantes. Últimamente no es raro ver a un jugador con contrato vigente pagando de su bolsillo su cláusula de rescisión gracias al dinero que percibirá una vez llegue a la NBA.