Petrovic, cuando el baloncesto se tornó espíritu

Tengo 30 años y Drazen Petrovic se marchó hace 22, eso debería dejarme un margen de solo ocho para haberle conocido, pero no es así. El Genio de Sibenik dejó mucho más que canastas a su paso, dejó un legado, una leyenda y un sentimiento que, perdurando en aquellos que le disfrutaron, ha sido transmitido a quienes, como yo, no tuvieron esa suerte.

Hazañas baloncestísticas tuvo muchas, y cierto es que podría enumerarlas en interminables palabras desde su debut con 15 años en la máxima categoría yugoslava, hasta los 44 puntos que endosó a los Rockets de Hakeem Olajuwon en 1993; pero no lo haré. No lo hago porque lo que a mí ha llegado es mucho más que eso, es el resultado de alguien que amaba tanto el basket como para madrugar antes del colegio y hacer sus 500 tiros diarios.

Reinó en Europa, siendo doble campeón de Europa con la Cibona de Zagreb. Y sólo el infortunio quiso que se quedase a las puertas de hacerlo, con perdurabilidad, en la NBA. Justo a EE.UU. llegó en el que fue el gran desembarco del viejo continente en Norteamérica. Daba inicio la temporada 1989/90 y junto a él aterrizaban en la liga Vlade Divac, Žarko Paspalj, Aleksandr Vólkov y Šarūnas Marčiulionis, un grupo de jugadores que, encabezado por Petrovic, suponía el inicio del esplendor europeo en la NBA.

Siendo indiscutible su clase para jugar a la canasta, Petrovic no pasó por este mundo para ponerse límites. “Haré lo que sea necesario, lo que sea, para ser el mejor”, dijo en su día avisando de lo que vendría, y luchando ante un comienzo en EE.UU., en Portland Trail Blazers, que le llevó a pasar sus peores momentos deportivos. Petrovic no se rindió.

Dejando de lado esos tortuosos primeros pasos, el ‘Mozart del baloncesto’, así le apodaron en La Gazzetta dello Sport, resurgió con más fuerza que nunca antes para pasar del ostracismo a ser el líder de New Jersey Nets. Los 22,3 puntos que promedió en su última campaña, la 1992-93, así lo demuestran, dejando claro que su juego, ese que parecía tocado por quienes no entienden de mortalidad, no conocía los límites territoriales. Y no lo digo yo, lo dice él más grande: “Era un reto jugar contra él”, palabra de Michael Jordan.

Pero si hay algo que definía a Drazen era su temperamento, su energía y sus ansias de superación. Ese carácter de corazón tan fiel como indomable, le llevó a decir “no, gracias” cuando la NBA le invitó a jugar el concurso de triples del All-Star de 1993, ese que debió encumbrarle como el primer europeo que disputase el partido de las estrellas. “Si no juego el All Star Game este año, ¿cuándo lo jugaré? ¿Por qué he sido olvidado, seleccionado sólo para el concurso de triples? Mi sitio está en la cancha”, dijo con dolorosa coincidencia respecto a la futura realidad.

Como comencé diciendo, yo no lo vi, y si lo hice, no lo recuerdo, pero eso no ha impedido que hoy, cuando ‘escucho’ baloncesto, cuando escucho Petrovic, no recuerde sólo a un jugador de baloncesto, sino a quien hizo y hace más grande a este bendito deporte. Porque hoy es 7 de junio de 2015, y hace justo 22 años, el baloncesto se tornó espíritu.


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