Dentro de las Finales: crónica de un anillo anunciado, Jordan y el ‘Flu Game’

Michael Jordan firmó una de sus principales obras maestras en aquel Game 5 de las Finales de 1997.

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Por Jacobo León

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«Vencerse a sí mismo es una hazaña tan grande que sólo el que es grande puede atreverse a ejecutarla», escribiría Calderón de la Barca allá por el siglo XVII. Trescientos años después, José Saramago hacía un pequeño pero demoledor análisis del éxito. «La derrota tiene algo positivo: que nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: que jamás es definitiva».

Los Bulls no solo recuperaron el cetro de la NBA en 1996, sino que se habían demostrado a sí mismos que no habían perdido un ápice de competitividad y que, cuando querían, no tenían rival en la liga. Sin embargo, ese anillo reforzaba las palabras de Saramago: el sabor de la victoria es dulce y embriagador, pero después de ser deleitado exige avanzar y buscar nuevas conquistas. El ser humano es, por norma general, ambicioso. Y Michael Jordan una de sus mejores y más fidedignas representaciones.

Aquel equipo estaba confeccionado expresamente para ganar, por lo que tanto Jerry Krause como Phil Jackson acordaron mantener intacto el núcleo de la plantilla salvo para realizar algún ajuste mínimo, más por precaución que por necesidad o urgencia. Lo más remarcable de aquel verano, al contrario del anterior, fue el fichaje de un Robert Parish que, a sus 43 años, quería sumar un nuevo anillo a su palmarés antes de colgar definitivamente las zapatillas. Paralelamente, el veterano pívot sería uno de los protagonistas antes del arranque de la temporada tras ser incluido, junto a Michael Jordan y Scottie Pippen, en la prestigiosa lista con los 50 mejores jugadores de la NBA anunciada por David Stern en un majestuoso acto conmemorativo por el quincuagésimo aniversario de la liga. Phil Jackson también sería reconocido como uno de los diez mejores entrenadores de todos los tiempos.

Una regular season a pleno rendimiento

En apenas tres noches, los Bulls demostraron una vez más su inusitada superioridad con tres triunfos contundentes ante Boston, Philadelphia y Vancouver. Durante el primer mes de competición salieron victoriosos en 17 de los 18 partidos que disputaron, con una ventaja media de casi 17 puntos sobre sus rivales. No solo vencían sino que lo hacían con una voracidad terrible incapaz de ser contenida eficazmente por sus rivales. Tan solo los Jazz frenarían el ímpetu Bull en dicho periodo, reafirmando su condición como principal rival a batir en las siguientes dos participaciones en los playoffs. Un mínimo tropiezo que no fue capaz de acallar lo más mínimo el discurso general de la NBA. «Están listos para sumar su quinto campeonato», declararía Doug Collins, entrenador de los Pistons. Una superioridad tan abrumadora que algunos incluso empezaban a cuestionar si aquellos Bulls eran positivos para la NBA, en un discurso teñido de frustración, aburrimiento y resentimiento.  

Dentro de las Finales: crónica de un anillo anunciado, Jordan y el 'Flu Game'

«Cuando los Bulls vienen a jugar a Washington, la gente quiere verlos a ellos, no a nosotros», declararía Rod Strickland, jugador de los, por aquel entonces, Bullets. El halo de admiración que despertaba aquel equipo liderado por Michael Jordan superaba cualquier tipo de animadversión rival: los Bulls no solo finalizaron aquella temporada sumando su 489 partido consecutivo con el cartel de ‘sold out’ sino que, además, lograban lo propio en cada pabellón que pisaban. Los aficionados querían disfrutar de un equipo de leyenda. Los rivales, derrotarlo.


Así, los Bulls se plantaron en el All-Star Weekend con un balance de 42 victorias y seis derrotas. Tan solo los Heat habían sido capaces de asaltar el United Center en un partido en el que Michael Jordan (37 puntos) estuvo demasiado solo ante el empuje de Alonzo Mourning, P.J. Brown, Dan Majerle y Tim Hardaway.

La cita estelar, celebrada en el Gund Arena de 1997, evidenció dos realidades contrastadas. Primero, que el carácter festivo del evento no era tal para los de Phil Jackson: Michael Jordan firmaba el primer triple-doble (14 puntos, 11 rebotes y 11 asistencias) en la historia de los All-Star Game y Steve Kerr demostraba ante miles de aficionados su condición de tirador infalible al hacerse con el Concurso de Triples. Por otro lado, irrumpía con fuerza una nueva camada de jóvenes destinada a tomar el relevo. Un imberbe Kobe Bryant se imponía en el Slam Dunk Contest y a punto estuvo de repetir en el Rookie Challenge de no ser por Allen Iverson y los 19 puntos que regalaban en bandeja la victoria al Este y, a él, el premio al MVP del partido. Una juventud que chocaba directamente con las dos leyendas veteranas que la dirigían desde el banquillo: Red Auerbach y Red Holzman.

El propio Iverson protagonizaría una de las imágenes de la temporada casi un mes después. El 12 de marzo, el menudo escolta de los 76ers presentaba en sociedad su descaro coincidiendo con la visita de los Bulls al CoreStates Center (actual Wells Fargo Center). La imagen del rookie dejando en evidencia a Michael Jordan dio la vuelta al mundo es hoy en día uno de los highlights más representativos del paso de ‘The Answer’ por la NBA. Años después, ambos bromearían sobre aquel episodio. «Realmente no sabía lo que acababa de hacer. Pero años después todavía venían niños de 5 o 6 años a decirme, ‘oye, tú eres el que rompió a Jordan, ¿verdad?’. Un día estábamos un amigo mío y yo en una de sus oficinas y le estaba contando lo mucho que significaba Jordan para mí. Y entonces me dijo ‘Tú no me quieres. Si lo hicieras no me hubieras hecho aquello’».

Volviendo al caso que nos atañe, la realidad es que, pese a los 37 puntos de Iverson, aquel partido caería en manos de Chicago, quienes estiraban su balance hasta el 55-8.


Dentro de las Finales: crónica de un anillo anunciado, Jordan y el 'Flu Game'

Los Bulls mantenían su plácida trayectoria por el calendario pero el insultante dominio no solo no instaló en la calma a la directiva sino que la impulsó a realizar una pequeña operación más para corregir posibles fisuras en el juego interior. El 2 de abril de 1997, los Bulls firmaban a Brian Williams (Bison Dele) de cara a los playoffs y mejorar a un Robert Parish cuyo físico ya no estaba a la altura de tales exigentes empresas. Las derrotas en los meses finales ante Miami (Alonzo Mourning y P.J. Brown), Washington (Georghe Muresan y Chris Webber) y New York (Patrick Ewing y Larry Johnson), pese a no dejar de ser meras anécdotas dentro del global del curso, despertaron una ligera inquietud en el seno del equipo que no tardaron en resolver. Ahora sí, estaban preparados y armados hasta los dientes para conquistar un nuevo anillo.

El camino hacia el título

Los Bulls finalizaron la temporada con un récord de 69-13. Las dos derrotas en los últimos dos encuentros (ante Heat y Knicks) les privó de superar la, hasta entonces, infranqueable barrera de las 70 victorias por segunda temporada consecutiva. Les seguirían los Jazz, con 64 triunfos que fueron suficientes para la NBA eligiera MVP de la temporada a Karl Malone sobre Michael Jordan por un pequeño margen. Una decisión que caló entre la indiferencia y la incredulidad en Chicago. «Karl Malone puede ganar el MVP, pero Michael Jordan es todavía el verdadero MVP de esta liga», afirmaría Scottie Pippen.

Phil Jackson también dejaría su impronta en unas declaraciones recogidas por The Chicago Tribune. «Ganamos 69 partidos gracias a la energía de Michael y Scottie. Tuvimos percances con Dennis y Luc Longley, por lo que no pudimos jugar juntos durante todo el año. Karl sí. Hizo su trabajo, no hay duda al respecto, pero no existe una explicación terrenal para esta decisión más allá de que Michael ha ganado el premio varias veces y esta podría ser la única oportunidad para Malone».

Sea como fuere, aquellos Bulls hallaron toda la motivación y hambre necesarias para mantener su soberanía durante los playoffs. En primera ronda se deshicieron de unos correosos Bullets que opusieron bastante resistencia pese a ser derrotados por un contundente 3-0. Un Michael Jordan desatado encaminaría la eliminatoria con 55 puntos en el segundo duelo, celebrado en el United Center. En semifinales de conferencia, los correosos y ultradefensivos Hawks de Lenny Wilkens serían capaces de asaltar el feudo de los Bulls en el segundo partido antes de derrumbarse en los tres siguientes por una desventaja media de 15 puntos. Con un Jordan muy vigilado, el reparto de responsabilidades fue vital en el devenir de la eliminatoria, con un papel destacado desde el banquillo por parte de Toni Kukoc y Bison Dele.

En las Finales del Este esperaban los Heat de Pat Riley. Los de Florida destacaban por su magnífica defensa (mejor de toda la liga aquella temporada) y un ritmo de juego muy lento, trabado y fangoso. Pero no por ello ineficaz, pues se colgaron la medalla de plata del Este en victorias (61) y sacaron un empate técnico (2-2) el head-to-head ante Chicago.

Sin embargo, los Bulls demostraron una vez más su excelsa capacidad para adaptarse a cualquier tipo de guion y se impusieron a Miami desde su propia virtud: la defensa. Los Heat pagaron el esfuerzo de una maratoniana serie ante los Knicks en Semifinales de Conferencia y una única victoria fue el bagaje en la serie ante los vigentes campeones. En cinco partidos no fueron capaces de anotar más de 87 puntos y su anotación media cayó hasta los 78,6 puntos por encuentro. Por segundo año consecutivo, los Bulls jugarían las Finales de la NBA.

La primera batalla ante Utah… y quinto campeonato

Aquellos Jazz eran palabras mayúsculas. Habían roto la racha inicial de 12 victorias de los Bulls y conformaban un grupo muy compacto, sólido y estructurado. La conexión Stockton-Malone establecía una incógnita imposible de despejar y el equipo dirigido por Jerry Sloan exigió a los Bulls un nivel de esfuerzo que ningún otro conjunto había logrado hasta el momento.

Así, los de Phil Jackson tomaron una ventaja de 2-0 con un Jordan en plan estelar que liquidó a Utah con un game-winner en el primer duelo y con 38 puntos en el segundo.

Lejos de titubear, la computadora de Salt Lake City se rehízo y realizó los cálculos y ajustes necesarios para devolver la bofetada e igualar la contienda con sendas victorias en el Delta Center.

Por momentos llegó a instalarse una ligera aura de duda en el rostro de la franquicia. El quinto partido se presentaba decisivo en el devenir de la suerte final. «Necesitamos ganar, eso es bastante obvio», declaraba Jordan para el Chicago Tribune tras la derrota en el cuarto encuentro. «Muy raramente hemos estado en una situación así, con un 2-2 en la eliminatoria. Pero no hemos perdido una final desde que he estado aquí. Y no espero perder ahora». Un quinto partido que pasaría a la historia, no por el resultado en sí, sino por cómo transcurrieron los acontecimientos.

Dentro de las Finales: crónica de un anillo anunciado, Jordan y el 'Flu Game'

«Cuando le vi entrar en el vestuario pensé que era imposible que pudiera jugar. No podía ni ponerse el uniforme». Aquellas palabras de Scottie Pippen eran el preámbulo de una noche fatídica que terminaría transformándose en una de las actuaciones más impresionantes en la carrera de Michael Jordan.

Un virus estomacal fruto de una intoxicación alimenticia (hubo quien dijo que se le intoxicó en Salt Lake City adrede o que había más alcohol que pizza en mal estado en ese estómago) había dejado fuera de juego al ‘23’ un día antes de aquella cita clave en el Delta Center. Durante 24 horas estuvo confinado en su cama, sin comer, sin entrenar y sin asistir a ninguna de las sesiones de vídeo junto a sus compañeros. Nadie apostaba por su presencia en el partido. Mientras en Utah se relamían ante una oportunidad única de dejar encaminado el campeonato, Jordan sorprendió a todos apareciendo en el pabellón poco antes del comienzo del encuentro. El rostro de sus rivales palidecieron súbitamente, pero el color regresó a ellos cuando descubrieron que «Jordan no estaba jugando como Jordan».

Y así era. Visiblemente afectado por su dolencia y sistemáticamente perdido dentro de la propia naturaleza del partido, tan solo pudo aportar cuatro puntos en un mal primer cuarto del equipo (29-16). Poco a poco, el calor competitivo superó al propio del estado febril que lo azotaba y su producción fue aumentando hasta el punto de rozar lo absurdo y decantar la balanza a favor de los Bulls. Primero, con 17 puntos en el segundo cuarto para neutralizar una desventaja de 16 puntos. Por último, con un triple liberado en los últimos segundos tras una clamorosa temeridad de Bryon Russell al dejarlo solo para ayudar a Stockton en su defensa sobre Pippen. Aquello sucedió un 11 de junio, hace exactamente 28 años.

Los Bulls se habían impuesto por un ajustado 88-90 con una antológica actuación de Jordan (38 puntos). «Lo deseaba. Deseaba estar en la pista y ganar. Realmente estaba muy agotado pero intenté mantenerme fuerte. Deseaba esta victoria. Ha merecido la pena. Ahora queremos lograr el campeonato ante nuestra afición». El escolta abandonaba el parqué apoyado en su compañero Pippen, con el rostro desfigurado y la mirada perdida, en una de las imágenes más icónicas en la historia de la NBA. «Pensé que iba a desmayarse. Estaba deshidratado. Le debemos la victoria. Hizo todo lo posible para llevarnos hacia adelante. Ha sido una victoria desesperada para nosotros. Tuvimos que enfrentarnos a todo y él ha sido capaz de darnos ese plus que necesitábamos», explicaría su compañero tras el encuentro.

De vuelta en Chicago, Michael Jordan ya se había recuperado completamente y los Jazz, pese a luchar hasta el fin, no pudieron corregir el inevitable desenlace. El escolta anotaría 38 puntos, pero delegaría la responsabilidad del lanzamiento definitivo sobre Steve Kerr, aquel con el que había protagonizado el desafortunado incidente del puñetazo hacía poco más de un año. «Es tu oportunidad, Steve. Stockton vendrá a defenderme en la ayuda y te dejará solo». «Estaré listo. Anotaré el lanzamiento», respondió Kerr. Con empate a 86, el último tiempo de los Bulls había servido para dibujar una jugada que terminaría por replicarse sobre la cancha. Tras el saque de banda, Russell y Stockton se lanzarían como fieras sobre Jordan, quien encontró solo a Kerr. ¡Chof! El base no falló, Pippen robaría el balón en la siguiente jugada y los Bulls certificaban la victoria. El quinteto anillo era una realidad.

«Con Michael todo es posible. Nos va a sorprender a todos sin importantes cómo de grande sea el reto», declararía Kerr en la rueda de prensa post-partido. En efecto, Jordan parecía estar mejor que nunca y recibiría por quinta vez el premio al MVP de las Finales, aunque no había dicho su última palabra, pues al año siguiente coronaría su segundo Three-Peat.

(Imágenes de Jonathan Daniel /Allsport, Brian Bahr /Allsport)

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