Russell Westbrook y la Ley del Efecto

El enfoque conductual de la psicología del aprendizaje afirma que todo conocimiento es adquirido a través del condicionamiento, en contrapartida al enfoque cognitivo, que parte de la base de los propios procesos mentales del individuo. A partir del experimento de ‘La Caja de Skinner’ –el de la rata, la jaula electrificada, el pulsador y la comida–, el psicólogo Edward Thorndike estableció la Ley del Efecto, que viene a decir lo siguiente: “tendemos a repetir en el futuro toda aquella acción que produzca un efecto satisfactorio.” Sin embargo, el término tendencia no es sinónimo de irrebatible y la psicología, en su condición de ciencia social, no entiende de extremos absolutos infalibles. En pocas palabras: no siempre se cumple dicha ley y en ocasiones nuestro comportamiento se acerca más al refranero común del ‘tropezar dos veces –o más– con la misma piedra’. El valor de la tradición por encima del de la razón que tanto parece abrazar Russell Westbrook y del que estaría profundamente orgulloso Friedrich Hayek.

El traspaso de Westbrook a los Rockets generó inmediatamente grandes dudas alrededor de la compatibilidad de este con James Harden, dos perfiles inminentemente ofensivos que acaparan mucho la bola. Pese a ser una de las grandes estrellas de la liga, la etiqueta de gran referente del equipo y jugador franquicia se mantuvo en Harden, por lo que si alguno de los dos iba a tener que adaptarse a un rol secundario ese iba a ser Westbrook. De nuevo, se agolpaban las preguntas. ¿Por qué iba a cambiar tras once temporadas repitiendo errores?, ¿estaría dispuesto a dejar a un lado el interés propio y los viejos hábitos en aras del éxito colectivo? La respuesta hasta el momento arroja un empate técnico. Los Rockets ganan y Harden sigue siendo la estrella del equipo, pero Westbrook ha escrito su propia versión de la Ley del Efecto: ha asumido un rol secundario sin abandonar la controvertida actitud sobre la pista que le condena a repetir los errores de siempre.

No es que Westbrook esté tratando de usurpar el liderazgo de Harden. Ni mucho menos. El escolta está promediando casi 40 puntos partido y presenta la tasa de uso más alta de toda la liga. Esto tampoco implica un sacrificio por parte de su compañero, pues Westbrook acapara aun más bola este curso (30,9%, al cierre de estas líneas) que el pasado (30,1%). El base es, en muchos sentidos, el motor de los Rockets, incluso estando este subordinado al modus operandi de Harden. Westbrook ha transformado la estructura interna de la franquicia de Texas con base en sus propios principios: velocidad, dinamismo, agresividad y juego de transición. Así, los de Mike D’Antoni disfrutan de muchas más posesiones por partido ligadas a la tan conocida filosofía del six second or less y han pasado de ser el quinto ataque más lento la pasada temporada a presumir de tener el tercer PACE más alto en esta. Sin embargo, la potencia sin control carece de eficacia y la selección de tiro de Westbrook rebasa la línea de la productividad negativa.

Nunca ha sido un especialista exterior. Ni siquiera un correcto tirador a larga distancia. Los datos así lo atestiguan. Un 65% de acierto en tiros en la zona restringida que disminuye drásticamente según incrementamos las diferencias: un 27.5% entre los tres y los diez pies –unos tres metros aproximadamente–, un 37.1% hasta los cinco metros, un 35.4% hasta la línea del triple y un horrible 23.3% más allá de ella. Su mayor impacto ofensivo en cuanto a anotación llega cuando consigue encarar el aro, ya sea cortando o mediante isolation –presenta el segundo mayor registro de la NBA tras el propio Harden–. Curiosamente, no está priorizando estas ejecuciones siendo las que mejor resultado están dando. Con Harden congestionando las defensas rivales, las oportunidades de canasta de Westbrook deberían multiplicarse pero la teoría no ha hallado forma regular ni eficaz de transformarse en realidad y es muy habitual verlo plantado en el perímetro esperando recibir un pase con el que lanzar a canasta.

¿Una transformación posible?

A menudo, un cambio real y duradero en el tiempo exige un trabajo previo de introspección, aprendizaje y evolución interno. No siempre funciona el condicionamiento externo. Y es ahí donde entra en juego su antítesis. Su némesis: el enfoque cognitivo de la teoría del aprendizaje. La búsqueda de la transformación y el desarrollo dentro de los límites de la mente de uno mismo. Su premio al MVP de la temporada y sus tres temporadas consecutivas registrando un triple-doble han llevado a Westbrook a construir su propia realidad: las tres eliminaciones en primera ronda se han debido a circunstancias más allá de su control, de su propio ser. La culpa está en otros, no en él. Muchos de sus ex compañeros, sin embargo, han hallado el éxito individual y colectivo lejos de su amparo, obligando a realizar un análisis mucho más profundo de la influencia real del ocho veces All-Star en los resultados de su equipo y sobre su capacidad de liderazgo.

Lo más importantes es querer cambiar. Una afirmación basta y exageradamente evidente que, sin embargo, suele ser el paso más difícil. Y, sobre todo, tener un incentivo y una razón convincente, un objetivo racional y realista, que incite al movimiento. Decir adiós a nuestro pasado y dar comienzo el trabajo con el que forjar una nueva identidad práctica del yo puede llegar a ser increíblemente complicado. Muchas veces se precisa de un momento devastador, un pequeño terremoto que remueva lo más profundo de nuestro mundo para realmente cumplir dicho propósito. Sin embargo, incluso tomada la decisión, nuestra naturaleza más primitiva e innata vuelve a poner en el camino cientos de piedras con las que seguir tropezando con el fin de retornar a la zona de confort de nuestros errores. Un sabotaje de nuestra propia mente que evita su desarrollo.

Westbrook siempre será un competidor tenaz y voraz. Un volcán en erupción muy difícil de ser contenido. Y mucho menos extinguido. Lo vimos hace apenas unos días, cuando Harden le pidió calma y cabeza tras su enésimo incidente con Beverley. Es muy difícil imaginar un Westbrook capaz de asumir globalmente una estadía pacífica en segundo plano o aceptar que el destino de su equipo no pueda depender de alguien que no sea él mismo. Es cierto que ha permitido la permanencia de Harden en lo más alto de la pirámide y una convivencia juntos, pero el impulso interno de querer hacerse cargo única y exclusivamente del rumbo del equipo ha salido a relucir constantemente. Una tenacidad y confianza admirables que, sin embargo, precisan de un análisis personal por su parte con el fin de transformar el egoísmo en altruismo. El baloncesto hecho socialismo. En este punto, la pelota está en el tejado de Russell Westbrook. Y él ha aprendido todo lo que sabe con una de ellas en sus manos. Tan solo el propio Westbrook puede convertirse en una versión superior de sí mismo, la mejor posible.

(Fotografía de portada de Harry How/Getty Images)


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