La historia reciente del baloncesto en San Antonio contiene cientos de matices, variables y decisiones que han convertido a los Spurs en la organización más distinguida de los últimos 25 años, si unificamos en un mismo concepto los términos longevidad y éxito.
En 1994, la franquicia de Texas se encontraba en una posición insípida y austera. Si bien habían sido capaces de construir varios proyectos competitivos, ninguno de ellos les había permitido igualar la barrera de las Finales de Conferencia alcanzadas en 1982 y 1983. En las últimas cinco temporadas habían registrado entre 47 y 56 victorias, pero este cúmulo de buenos resultados no se trasladaba a la post-temporada, donde sufrieron dos dolorosas derrotas en 1991, ante Golden State, y 1994, contra Utah, pese a haber firmado un mejor registro en regular season.
El salto de Peter Holt a la cúpula propietaria de la franquicia supuso la primera piedra en la construcción de un proyecto cuya filosofía de trabajo y visión de futuro ha despertado la admiración y el respeto, a partes iguales, de rivales y aficionados. “Muchas franquicias quieren emular la cultura deportiva de los Spurs, no sólo en términos deportivos, sino también en otras disciplinas”, fue la definición expuesta por Jerry Colangelo.
La llegada de Holt no solo mantuvo la inercia competitiva sino que insufló una nueva bocanada de aire a un equipo sobre el que habían comenzado a sobrevolar los fantasmas de una posible reubicación. Red McCombs, el antiguo propietario, había perdido el hambre empresarial y Holt asentó las bases del proyecto que quería construir sobre tres pilares muy bien definidos. La primera medida tomada por el grupo que lideraba Holt fue mudarse del antiguo Hemisfair Arena al Alamodome, un enorme recinto de reciente creación con capacidad para albergar una media de 20.000 espectadores (65.000 en fútbol americano), aunque esta cifra aumentó hasta los casi 40.000 en las Finales de 1999.