Equipos NBA sin anillo: lo (mucho) que pudieron ser los Magic de Shaq

A punto de soplar 31 años de historia, los Orlando Magic pueden presumir de haber asomado por las Finales de la NBA en un par de ocasiones; ambas con el saldo menos deseable. La última, en 2009, cuando los Lakers de Kobe Bryant, Pau Gasol y compañía denegaron el acceso a la atalaya de franquicias con al menos un campeonato. La primera, allá por el año 1995, llegó con un conjunto de muy reciente formación, atestado de jóvenes y también de guiños del destino para colocarse en lo más alto.

Seguimos poblando la serie Equipos NBA sin anillo y aprovechamos la ocasión para recordar a aquellos Orlando Magic de Shaquille O’Neal y Penny Hardaway. Los que tanto pudieron ser y al final, por unos u otros, dejaron el terreno arado y sembrado sin recoger.

No consiguieron nunca un anillo. Cuando más cerca quedaron, como decimos, resultó en las Finales de la temporada 1994-95, el año del primer regreso de Michael Jordan tras su abrupto amorío con el béisbol.

Orlando y la llegada de Shaq

A principios de los años 90, Orlando resultaba una franquicia de muy reciente alumbramiento.

Los Magic habían abandonado el útero en 1989. Como Minnesota, Miami o Charlotte, fueron una de las organizaciones reclutadas a finales de la década propiedad de Magic Johnson y Larry Bird. Florida se había asentado hacía tiempo como uno de los estados más atractivos y ricos de todo Estados Unidos; sobre todo por su amable clima y playas. Y la NBA consideró una idea inmejorable alojar allí dos nuevos reclutas. Los Heat se crearon en 1988 y su pariente cercano solo un año más tarde.

Como todo recién llegado al mundo —y a la NBA— los Magic atravesaron inicios bastante áridos. Hambrientos, hasta famélicos dentro de una Liga donde los Pistons recogían el testigo de los Celtics y Michael Jordan calibraba ya la distancia restante para desahuciar a Isiah Thomas y su embravecido pelotón.

De ese modo, los primeros años de vida resultaron dolorosos, bombardeados de derrotas (18-64 en el curso inaugural). Poco cambió en los dos cursos siguientes (31 y 21 victorias)… Hasta que los pilares de la Tierra consideraron situar un nuevo punto de apoyo en la Universidad de LSU (Lousiana State University).

De tal centro estudiantil saldría un nuevo elegido para dominar el horizonte. Shaquille O’Neal decidía no procrastinar más su salto profesional después de tres años compitiendo en la NCAA y ganándose una terrible fama como desfigurador de aros y tableros. Hablamos, por supuesto, de manera científicamente literal. Era una caníbal de las canastas.

Estaba cantado que O’Neal sería el premio gordo para quien sonriera la fortuna del draft en 1992. Fueron los Magic, que habían resultado el segundo peor equipo de la campaña 1991-92 (21-61) solo detrás de otro recién llegado, los Timberwolves pre-Garnett (15-67). De un plumazo y tras tres años de vida en la incubadora, la franquicia todavía menor de edad conseguía su primer golpe para construir algo importante.

Shaquille O’Neal era una bestia. Fuerza de la naturaleza y uno de los mejores jóvenes del país, junto con Christian Laettner, quien le birló la plaza universitaria en el Dream Team de Barcelona 92. Un mastodonte en lo físico que además agregaba cualidades técnicas de cinco tenedores. Fuerza incontenible decorada con automatismos y fundamentos de primera… Una auténtica bomba, mamotreto, un jugador capaz de revertir toda una (breve) vida de indigencia y derrotas.

Padre de O’Neal

Shaq —como ya se conocía a semejante cetáceo terrestre— venía de tres campañas y promedios 21,6 puntos, 13,5 rebotes, 4,6 tapones y 61,0 por ciento en la universidad. Dominador irremediable en su etapa universitaria.

O’Neal ya había querido testar la NBA después de su primer año en LSU (13,9 tantos y 12,0 capturas); sin embargo su padre aventó esa idea de su inexperta azotea. Él no lo sabía entonces pero no se encontraba preparado para ingresar ingentes sumas de dinero ni para entregarse por completo a la edad adulta, como el propio jugador admitió tiempo después.

«Mi padre me dio uno de los mejores consejos de mi vida: me dijo ‘has estado sin dinero durante 18 años, puedes estarlo 19. Porque yo quería ir a la NBA ya en mi segundo año. Pensaba que era el momento de empezar a ganar dinero de verdad. Y mi padre me dijo eso», podía admitir Shaq, ya como profesional.

Su progenitor le convenció de que en 1990 no era momento de contar cheques y sí de seguir formándose. El ‘bicharraco’ se quedó en la universidad y aplazó su ascensión dos temporadas; precisamente en las que más destacó como jugador y después de las cuales figuró como pívot más prometedor del mundo.

Ciertamente, Shaq necesitaba una mayor cocción personal y deportiva. El pívot llegó a admitir que, durante sus primeros compases en la NBA, llegó a gastar un millón de dólares en un solo día comprando tres coches de la marca Mercedes-Benz: uno para él mismo, otro para su padre y el último para su madre. También hubo días en los que gastaba todo el dinero de sus pagos temporales (las franquicias no abonan todo el sueldo anual de golpe) en unos pocos días… Lo que se dice tener auténticos agujeros en las manos ya siendo profesional. No queramos imaginar si hubiera contado 20 años…

Volviendo a 1992 y aquel draft en el que también aguardaban Alonzo Mourning o Laettner, los Orlando Magic eligieron, como no podía ocurrir diferente, a Shaquille O’Neal.

Antes, en otras ediciones, habían obtenido vía draft a jugadores después importantes como Nick Anderson (1989) o Dennis Scott (1990); pero con la dirección que apuntaba Shaq depositaron la primera piedra del equipo que deslumbró en los 90.

«Shaq puso a los Orlando Magic en el mapa. No solo en el estado de Florida o en los EEUU; él era un fenómeno global. Cuando viajábamos, era como estar en un espectáculo de rock. Todo el mundo quería ver a Shaq», decía David Steele, uno de los tres periodistas que siguen a la franquicia desde sus comienzos y todavía permanecen activos en la actualidad.

1993, Shaq y otro draft

Después de entregar a O’Neal la llave maestra, la metamorfosis resultó un truco de magia; instantánea. Del segundo peor récord la añada anterior, los Magic obtuvieron la octava mejor marca de la Conferencia Este (41-41). Se quedaron fuera de los playoffs solo por el desempate con Indiana, que había obtenido idéntico récord pero mejoraba a Orlando en méritos secundarios.

Para colmo de mutación exprés, Shaq obtendría, sin apenas oposición, el premio a Novato del Año. No solo eso, con sus 23,4 puntos y 13,9 rebotes (mejor marca de toda su carrera) O’Neal se convertiría en el primer debutante desde Michael Jordan, en 1985, que conseguía disputar el All-Star. Pasaba a engordar una lista en la que también habían figurado Kareem Abdul-Jabbar, Larry Bird, Magic Johnson, Patrick Ewing, David Robinson, Dikemebe Mutombo…

Aquellos Magic eran un equipo joven, con elementos secundarios válidos (Scott Skiles, Scott, Anderson) y un joven pívot que amenazaba con comerse el mundo. Amplitud torácica, desde luego, no faltaba.

Entonces, después de la que había resultado la mejor temporada en la concisa existencia de Orlando, cayó del cielo otro meteorito para terminar de cincelar el prometedor proyecto.

Con solo una posibilidad entre 66 de colocarse en lo más alto del draft de 1993 (11º equipo que menos opciones contemplaba), los Magic conseguían hacerse con el número uno. Un completo milagro solo 365 días después de haber obtenido el impagable regalo de O’Neal.

Webber por Anfernee

Los Orlando Magic seleccionaron con su flamante pick inaugural de 1993 a Chris Webber, universitario de Michigan que llegaba con un cartel inmejorable a la NBA. Se decía que era el mejor jugador de aquella generación y podía haber compuesto un binomio interior de oro junto a O’Neal. Sin embargo los Magic solo disfrutaron de sus derechos durante apenas quince minutos.

En plena ceremonia, traspasaron a Webber a Golden State a cambio de la elección que los Warriors habían acometido en tercera instancia: un base de dos metros de altura llamado Anfernee Hardaway (Universidad de Memphis), además de tres elecciones futuras de primera ronda para 1996, 1998 y el 2000.

Como sucede en este tipo de episodios, el movimiento parecía sellado antes de la celebración del draft, solo que hubo que esperar para anunciar el trato.

¿Por qué Hardaway y no Webber? En verano, durante el rodaje de la película Blue Chips, Shaq había podido conocer a Anfernee y ofrecía su bendición a los directivos de los Magic. Le quería como compañero y segundo al mando. En días previos al draft, Penny (así se le conocería desde entonces) había podido entrenarse en privado para Orlando. El general manager de la franquicia, Pat Williams, quedó fascinado con Hardaway, a quien consideró el próximo Magic Johnson y Oscar Robertson.

El destino quedaba sentenciado. Los Magic renunciaban a los sueños húmedos con Webber para dotar a su equipo de más equilibrio y un base llamado a marcar época.

Orlando desestimaba una pareja interior que podía haber resultado la mejor de los últimos tiempos, pero se reforzó con lo que más necesitaba: un nuevo y prometedor base. Scott Skiles (récord de asistencias NBA en un partido, 30) cumplía con creces por entonces, pero la franquicia ansiaba otra joven estrella actuando desde fuera para llegar al siguiente nivel. Habían echado el lazo, pues, a Penny Hardaway. Y de propina obtenían tres futuras primeras rondas; una de las cuales, la del 2000, terminó siendo el Novato del año, Mike Miller.

«Creí que era el mejor traspaso de la historia. Yo pensaba que Penny Hardaway era el mejor jugador que venía de la universidad aquel año. De largo, pensé que era un muy buen traspaso (para los Magic) y todavía lo pienso así. Y además ¿tres primeras rondas? Venga, hombre…», podía declarar sobre el movimiento Danny Ainge, entonces jugador de los Phoenix Suns, su último equipo en una carrera de 15 años, y luego directivo en Boston.

De tal manera, en tiempo récord desde su fundación, los Magic conseguían levantar una estructura de lo más prometedora. Un equipo que aspiraba a suceder a los Bulls de Michael Jordan como virrey de la Conferencia Este. Hasta se decía que Shaq y Hardaway serían los nuevos Kareem y Magic, la nueva pareja de moda de los 90.

Para consuelo de los Orlando Magic, Chris Webber terminó actuando solo un solo año en los Warriors. Al final de su primera temporada forzó su salida debido a sinergias negativas con el entrenador, el mítico Don Nelson.

1993-94, el despegue

Con todo el material ya a bordo y su gran pareja unida en santo matrimonio, los Orlando Magic volaron.

Alcanzaron por primera vez en su historia los playoffs en la temporada 1993-94, la primera con Hardaway (16,0 puntos y 6,6 asistencias en su debut). Mostraron un récord ya de equipo emergente (50-32), aunque cayeron en primera ronda de la postemporada ante Indiana Pacers (3-0). Les faltaban aún kilómetros para reclamar la corona atlántica.

En el siguiente curso llegó el zurriagazo definitivo. Aquellos Magic, entrenados por Brian Hill, consiguieron el mejor récord de la temporada regular (57-25) en su conferencia.

No solo eso. Partían con todas las opciones del mundo de cara a unos playoffs abiertos como nunca.

O’Neal había promediado 29,3 puntos y 11,4 rebotes aquella temporada y hasta había clasificado segundo en la votación para MVP que se llevó David Robinson. Shaq superó a jugadores ya consagrados como Karl Malone, Hakeem Olajuwon, Scottie Pippen… Contaba 23 años (solo tres en la NBA) pero ya figuraba entre los mejores. Había sido así desde su año sophomore, en el que dejó 29,3 tantos y 13,2 capturas por noche. Una bestia que conducía a su adolescente camada hacia lo más alto de la Liga.

Aquellos Magic eran uno de los nuevos iconos de la competición. Dos estrellas jóvenes, una de ellas que causaba furor allá donde iba, y después un grupo de secundarios de lo más fiable: sobre todo, Dennis Scott, Nick Anderson y el veterano Horace Grant. Todos menos este último habían llegado a Orlando vía draft, lo cual habla maravillas del olfato de la franquicia durante sus años iniciales.

Semifinales ante Jordan

Dennis Scott (42,6 por ciento de acierto ese curso y líder NBA en triples anotados dos temporadas después) y Nick Anderson (41,5 por ciento) cumplían desde la larga distancia, por lo que las ayudas a las dos estrellas podían ser castigadas con contundencia. Los Magic eran jóvenes pero conocían la mejor manera de hacer daño a sus rivales.

En primera ronda de playoffs habían sacado escoba y recogedor con los Boston Celtics. 3-0 y en las semifinales esperaban los Bulls de Jordan, que había reconsiderado su retiro en marzo de 1995.

Aquel curso resultó la calma que precedió al segundo Threpeath de Chicago, pero Jordan naufragó en aquella temporada. MJ había regresado apenas un par de meses antes a la NBA y, por tanto, no había permanecido activo durante la campaña completa. Con ese asterisco, los Magic lograron desplumar a Jordan en playoffs por primera vez desde 1990.

Orlando venció en una serie en la que Jordan promedió 31,0 puntos. Se mostró casi tan resolutivo como siempre, pero a aquellos Bulls les faltaba un jugador providencial en la dinastía siguiente: el rey del rebote, Dennis Rodman.

Los Bulls sucumbieron (4-2) al aplastamiento interior de Shaq (24,3 puntos) y a una serie impecable de los titulares de Orlando: Hardaway (18,5 puntos y 7,5 asistencias), Grant (18,0 y 11,0 rebotes), Anderson (15,2 tantos) y Scott (14,8).

«Mucha gente piensa que Jordan no estaba aquel año pero SÍ estaba. Ese año cayó ante Orlando», podía declarar Olajuwon, jugador de Houston, recordando que la imbatibilidad de MJ encontró también sus crisis.

Después de rebanar a los Bulls de Jordan, los Magic sudaron sangre (4-3) para vengar su derrota del año anterior ante Indiana. Lo consiguieron, dejando a Reggie Miller, Rik Smits o Mark Jackson con las ganas de ronda decisiva.

Orlando se colaba, pues, en la Finales solo seis años después de haber nacido como franquicia, lo que suponía el segundo tránsito más rápido tras el de los Bucks entre 1968 y 1971, con Lewis Alcindor (luego Kareem) al aparato.

Finales 1995 ante Houston

Tres equipos del Oeste (San Antonio, Utah y Phoenix) habían obtenido un récord más limpio que Orlando en temporada regular, sin embargo a las Finales, por el lado occidental, llegaba Houston.

Podía considerarse ligeramente favorito a Orlando, pues los Rockets habían marcado el sexto balance (47-35) del Oeste. Pese a los problemas que tuvieron durante la temporada, el equipo de Rudy Tomjanovich se había cargado después a Utah, Phoenix —levantando un 3-1— y San Antonio en playoffs; los rivales más poderosos de ese lado del mapa.

Aquellos Rockets de Olajuwon habían resultado campeones el curso anterior, por lo que contaban ya con manual de instrucciones para gestionar la situación.

Las Finales de 1995 suponían un duelo de estilos. Los Rockets más veteranos (Clyde Drexler era el otro estandarte) contra unos Magic que ansiaban la mayoría de edad antes de tiempo.

En el Game 1 Orlando comenzó como un tren. Casi todo el encuentro por delante y los vagones a toda máquina. El rumbo se torció a unos segundos del final, con los célebres cuatro tiros libres seguidos errados por Nick Anderson —primer jugador drafteado en la historia de la organización—.

«Tuve pesadillas durante años con los tiros de ese partido. Eso nunca me había pasado en toda mi carrera. No dejaba que me afectaran esas cosas, pero esa vez sí me ocurrió. Dejé que se metiera en mi alma. Eso fue lo único que me derrotó. Ese episodio me persiguió durante mucho tiempo», admitía Anderson años después.

Un triple de Kenny Smith (hoy lenguaraz comentarista televisivo), que ese día estableció un nuevo récord de triples en las Finales con siete, mandó el baile inaugural a la prórroga.

De nuevo con suspense, un palmeo de Olajuwon colocó el primer punto del lado de los Rockets. El mazazo para Orlando fue tremendo, porque habían completado un gran encuentro hasta los momentos finales. Tal fue el porrazo, y posterior trauma, recibido por la joven plantilla que Houston barrió en los siguientes tres envites (4-0).

Los Rockets consiguieron involucrar a gran parte de su plantilla en el triunfo. Sam Cassell, base suplente, anotó 31 puntos en el segundo, y el ilustre Robert Horry («Ese extraño elemento llamado Horry») dejó 20 en el tercero.

Todos los jugadores resultaron clave para el campeón: Drexler (21,5 puntos, 9,5 rebotes y 6,8 asistencias), Horry (17,8 tantos), Mario Ellie (16,3), Cassell (14,3)…

En el duelo entre Shaq y Olajuwon, el veterano anuló al aprendiz. No es que O’Neal (28,0 puntos) realizara malas Finales, pero Hakeem (32,8, 11,5 rebotes, 5,5 asistencias, 2,0 tapones y 2,0 robos) no dejó cabos sueltos.

«Tengo algo que decir a los incrédulos. Nunca subestimes el corazón de un campeón», dijo Tomjanovich nada más recibir el campeonato en una temporada en la que habían pasado las de Caín. Su segundo título en dos años y el único en el que dejaron a medias a los Magic.

1996: venganza de Jordan

Finales perdidas, las primeras, pero el proyecto continuaba con dos jóvenes Boeing 747, toda la vida por delante y mayor experiencia a cada paso. Shaq tuvo que perderse algunos encuentros (28) por problemas físicos aquel curso pero el grupo respondió. Con un Hardaway instalado en números de All-Star (21,7 puntos y 7,1 asistencias).

La siguiente campaña sirvió para que Orlando grabara el que permanece como mejor récord de su historia (60-22) en temporada regular. La marca solo fue superada ese curso por el 72-10 histórico de los Bulls y por el 64-18 de los Seattle Supersonics (26º mejor balance de siempre).

En playoffs volvieron a barrer en los dos primeros compromisos: 3-0 a Detroit y después 4-1 ante Atlanta en semifinales. Sin embargo, Chicago devolvió el golpe del año anterior con unas finales del Este de incontestable vencedor (4-0).

No hubo quien tumbara a los Bulls del que fue mejor récord histórico hasta el año 2016; el equipo que solo perdió tres partidos de playoffs (15-3 total) antes de levantar el campeonato en 1996.

Final de proyecto

Nueva caída cerca de coronar, pero quedaba mecha para rato. Si nada se torcía, los Orlando Magic ascenderían a jefes de estado en el Este cuando la gasolina de Jordan empezara a secarse. No obstante, el proyecto murió poco después de aquello; muy, muy antes de tiempo.

Shaquille O’Neal pensó que por aquel lado del mapa, en el Este, la fortuna estaba precintada por MJ y fichó por los Lakers en la agencia libre de 1996, una franquicia que le ofreció más dinero —121 millones de dólares— que lo que estaban dispuestos a entregar en Florida y que incluso supuso un debate de opinión pública con encuestas de por medio. Se marchitaba el emergente conjunto que colocó patas arriba la conferencia y que habría reinado bien a gusto en los años siguientes.

En lo venidero, los Magic tratarían de recuperarse del palo de la marcha de O’Neal pero solo alcanzarían la primera ronda de playoffs en la temporada siguiente. Y en la 1997-98, ni eso: fuera de los ocho mejores (41-41).

Transcurrió una década hasta que la franquicia pudo volver a superar una ronda de playoffs (2008), con el embrión que después caería en la Finales de 2009 ante los Lakers.

Hardaway permaneció en Orlando hasta 1999 pero su estrella se fue apagando tan pronto como Shaq emigró hacia California. El base, castigado por las lesiones, nunca volvió a alcanzar los 20 puntos y 7 asistencias de promedio y tampoco culminó las expectativas que había sembrado al llegar a la NBA. Fue All-star en cuatro ocasiones, pero terminó muy simplificado por los percances físicos y por el tiempo transcurrido desde sus mejores días.

Anderson y Scott dejaron sendas carreras sólidas en una década en la NBA. Llenaron la nevera con el gran líder a bordo, como Penny, pero tras su marcha ofrecieron una muestra insuficiente para que el equipo sanara sus heridas del todo. La marcha de Shaq lo hundió todo. Era el gran líder, mejor jugador (27,2 puntos, 12,5 rebotes, y 2,8 tapones en sus cuatro años en Florida) y alma. Sin él, solo cabía desmoronamiento.

De ese modo, de golpe, con la mayor deserción posible, concluyeron los mejores Orlando Magic de la historia. Tremendamente jóvenes, atractivos y con un mundo por conquistar pero, por decisión de su portavoz, desmembrados mucho antes de tiempo.

Su alojamiento en la élite fue breve y dejó un gusto amargo por lo que pudo haber sido si Shaq no se hubiera marchado. Fue suficiente para recordarles como uno de los grandes equipos de los años 90. Otro de tantos grandes conjuntos sin premio gordo final pero con un legado de lo más honorable.


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(Fotografía de portada: ALLSPORT USA /Allsport)


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