Serie ‘Origen de las franquicias NBA’: el velero que escapó de Buffalo

En la década de 1960, la ciudad de Buffalo disfrutaba de un buen estado de salud en el ámbito deportivo. Los Bills alcanzaron la gloria en la American Football League al conquistar los campeonatos de 1964 y 1965, aprovechando el suspiro previo a la fusión con la NFL. Ambas finales, curiosamente, celebradas un 26 de diciembre.

Cuando la temporada de fútbol echaba el cierre, el campo de hierba al aire libre del War Memorial Stadium daba paso al cargado ambiente del Memorial Auditorium. Los meses fríos de invierno eran caldeados por la pugna hegemónica entre las tres grandes universidades de la zona: Canisius College, Niagara y St. Bonaventure, que competían en la expresamente creada Western New York Little Three Conference. De la mano del entrenador Johnny McCarthy, los Golden Griffins disfrutaban de un destacado programa que había logrado dos apariciones (1955 y 1956) en el Elite Eight del torneo de la NCAA. Por su parte, Bob Lanier, estrella local, defendió la camiseta de St. Bonaventure entre 1967 y 1970, mientras en los Purple Eagles de la Universidad de Niagara destacó la máquina anotadora de Calvin Murphy. Una rivalidad que se forjó en aquellos años y que, pese a la disolución prematura de aquella pequeña conferencia, se mantiene a día de hoy.

La ciudad prosperaba y el pabellón de los Golden Griffins colgaba el cartel de ‘no hay entradas’ cada sábado. Paralelamente, tanto la NHL como la NBA buscaban aumentar su nómina de equipos. Ambos caminos no tardarían demasiado en cruzarse. El acuerdo de expansión con la liga de hockey se cerró sin contratiempos importantes. Los hermanos Seymour y Northup Knox tenían todas sus finanzas en orden y negociaron con la ciudad para que los partidos de los incipientes Buffalo Sabres no interfirieran con los de Canisius College. Además, eran personas nacidas en Buffalo, con importantes conexiones sociales, empresariales y políticas.

Sin embargo, el equipo de baloncesto siguió unos derroteros mucho más abruptos y dificultosos. Portland y Cleveland presentaron dos proyectos muy sólidos y ambiciosos, especialmente el liderado por Nick Mileti en Ohio. El de Buffalo parecía igual de imponente y, principalmente, viable, pero terminó por resquebrajarse tras una cortina de humo. El comisionado Walter J. Kennedy quedó convencido por la propuesta de una reducida nómina de socios pertenecientes a Loeb & Co, un banco de inversiones multinacional con sede en Manhattan. Sin embargo, la compañía no atravesaba un buen momento y una serie de problemas judiciales desembocaron en su desaparición unos años después, en 1977.

Así, los Braves no solo se encontraron con el siempre ineludible difícil despegue deportivo en la NBA, sino que, además, al grupo empresarial neoyorquino que estaba detrás le perseguían peligrosamente las deudas y los escándalos legales. La franquicia había comenzado su andadura en la competición con un balance de 22-60, pero en el seno de la liga preocupaba el inminente desmantelamiento estructural de la misma. Cuando el comisionado Kennedy ya había metido mano en el asunto para tomar el control de la franquicia entró en escena la figura de Paul Snyder, un empresario local que había construido una ostentosa fortuna en la industria alimenticia.

Snyder había destacado como jugador de fútbol americano durante su periplo universitario en Buffalo. Nada más concluir su etapa formativa fundó el gigante de alimentos congelados Freezer Queen, un acierto empresarial instantáneo. Tenía entonces 33 años y mucho más dinero del que necesitaba. Había comprado el Darien Lake, en el cual se ubica actualmente un resort y un parque temático. Había iniciado otras empresas e inversiones exitosas. Todo lo que tocaba se convertía en oro. En abril de 1970, vendió su compañía por un total de 22 millones de dólares. Los Braves estaban a la venta por ‘apenas’ cuatro millones. No necesitó reflexionar demasiado antes de sacar la chequera y cerrar la operación de compra. “Estaba en el punto más alto de mi vida”, explicó Snyder. “Acababa de vender mi empresa. Estaba en la cima del mundo. Ya era dueño de Darien Lake. Poseía muchos bienes inmuebles. Estaba en racha. Había sido deportista en la universidad. Conocía mucha gente del mundo del deporte y decidí seguir por ahí.”

El primer movimiento de Snyder fue emitir un cheque a la NBA con el fin de demostrar su estabilidad financiera y generar confianza en el seno de la competición. Su segundo movimiento, mucho más radical, despedir a cualquier miembro del personal que trabajara a los Braves y que estuviera conectado, de una forma u otra, al antiguo conglomerado de propietarios, incluido al entrenador y antigua estrella de la liga Dolph Schayes. A todos, menos a Eddie Donovan. Snyder era ambicioso pero también lo suficientemente inteligente como para reconocer que gestionar una franquicia deportiva no era lo mismo que ser dueño de un negocio ‘en el mundo real’. Y nadie conocía el negocio y el entorno local tanto como Donovan. Más allá de su figura, el cambio fue absoluto. Tanto que hasta se modificó por completo el logotipo y el color de las equipaciones.

Deportivamente, los Braves presentaban todos los ingredientes necesarios para prosperar y convertirse en una franquicia muy a tener en cuenta. En un lapso de seis años, la afición de Buffalo pudo corear el nombre de tres Rookies del Año (Bob McAdoo, Ernie DiGregorio y Adrian Dantley), un MVP de la temporada (el propio McAdoo), un MVP del All-Star Game (Randy Smith) y un All-Star en su temporada de debut en la liga (Bob Kauffman). Una leyenda como Moses Malone también pasó por la ciudad, pero la incapacidad del cuerpo técnico de satisfacer su demanda de minutos provocó su traspaso rumbo a Houston tras apenas dos partidos. “Teníamos un gran núcleo”, relataría DiGregorio. “No había dudas de que podríamos haber construido sobre ello y haber sido mejores cada año. Todos queríamos mantener el equipo. Hubiera sido mucho más emocionante. Pero Snyder decidió que iba a vender el equipo. Fue una gran decepción, pero eso es lo que sucede cuando la gente solo quiere ganar dinero.”

(Paul Snyder / Foto: Buffalo Chronicle)

Para comprender la caída y posterior traslado de este equipo hay que remar en distintas aguas. En primer lugar, los Sabres de la liga de hockey disponían del control absoluto para decidir las fechas como local de sus partidos. El equipo de Canisius College era el segundo en la jerarquía de poder. Así, sábados y domingos solían ser las fechas elegidas por ambos. Snyder y sus Braves se tenían que conformar con las migajas, hasta el punto de verse obligados a disputar partidos puntuales en Rochester, Syracuse y Toronto. Esta situación afectó a la capacidad de la liga para negociar y cerrar acuerdos televisivos y la NBA dio un plazo de cinco años para resolver el problema. Ni los Sabres ni Canisius College cedieron a las presiones e intentos de negociación de Snyder, quien llegó a ofrecer 125.000 dólares a James Demske, presidente del centro universitario, a cambio de algún sábado ‘libre’. A su vez, el propietario tampoco contaba con el dinero ni el respaldo económico suficiente como para acometer la construcción de un nuevo recinto exclusivo para la NBA.

Tampoco ayudó la incorporación de un nuevo socio a la franquicia. John Y. Brown era un hombre de negocios que había construido, al igual que Snyder, una gran fortuna en el sector alimenticio tras comprar la Kentucky Fried Chicken a su fundador, Harland Sanders. También era un apasionado aficionado al baloncesto y propietario de los Kentucky Colonels de la ABA.

Snyder fue un firme defensor de la fusión entre la NBA y ABA, en gran parte porque pensó que unir fuerzas con Brown le otorgaría una mayor influencia en las negociaciones sobre las fechas del Memorial Auditorium. Sin embargo, Brown terminó por deber una importante suma de dinero a Snyder, quien cobró esta deuda a cambio del desmantelamiento del equipo: traspasar jugadores. El primer golpe llegó con la salida de Jim McMillan. Pero la puntilla al proyecto la puso el traspaso de Bob McAdoo, a sus 25 años y en pleno prime, a los Knicks a cambio de John Gianelli y una cuantía monetaria bastante generosa. “Todo había funcionado bien. Hasta que se produjo la fusión y llegó John Y. Brown”, explicó McAdoo. Posteriormente, Adrian Dantley jugaría solo una temporada en el equipo antes de ser traspasado a Detroit. En consecuencia, los Braves regresaron al pozo de la NBA tras tres temporadas consecutivas en playoffs y dos apariciones en Semifinales de Conferencia.

Snyder, quien había rechazado ofertas para reubicar el equipo a varios grupos empresariales de Florida y Toronto, vendió en 1978 su participación a Brown por un valor aproximado de seis millones de dólares. Para paliar la pérdida, este se asoció con Harry Mangurian, un acaudalado empresario de Rochester. Ambos afirmaron que su intención era mantener el equipo en la ciudad. En las sombras, su propósito era otro muy distinto.

Los Braves disponían de una cláusula que les permitía abandonar la ciudad si no generaban suficientes ingresos. Los malos resultados deportivos y la venta de sus principales estrellas desembocó en un descenso del seguimiento y la consecuente caída de ingresos. Se llegó a rumorear incluso con que Brown provocó concienzudamente el derrumbe de la franquicia con el fin de cumplir su deseo de traslado.

Paralelamente, el propio Brown e Irv Levin, propietario de los Celtics, iniciaron negociaciones con el fin de intercambiar las franquicias. Levin quería regentar un equipo cerca de su California natal y Brown creía que el tiempo de los Braves en Buffalo había terminado. Pese a la negativa inicial, a David Stern, consejero general del comisionado Larry O’Brien, se le ocurrió que la idea, al fin y al cabo, no era tan mala. “John era un personaje”, afirmó Stern. “Siempre estaba buscando la siguiente operación. Pero queríamos hacerlo con cabeza. San Diego había preguntado acerca de disfrutar de un equipo. Parecía una ciudad potencialmente relevante para la NBA. El acuerdo finalmente se hizo. Irv recibió la plantilla de los Braves y le añadió algún componente de los Celtics.” Ambos propietarios veían, así, respondidas sus plegarias, mientras a la ciudad de Buffalo se le asestaba el golpe definitivo. El 7 de julio de 1978, los propietarios de la NBA votaron por 21-1 a favor de la reubicación de los Braves en San Diego, ciudad que había sido la casa de los Rockets una década atrás. “Buffalo recibió un trato injusto”, declaró Cotton Fitzsimmons, último entrenador de los Braves como tal. Gene Shue sería su sucesor.

El resultado fue muy dispar para los actores involucrados. Brown vendió su parte de los Celtics a Mangurian un año más tarde tras tomar varias decisiones controvertidas sin consultar a Red Auerbach, quien amenazó con marcharse a los Knicks. Bajo el mandato de Levin, los San Diego Clippers (renombrados de tal forma por la gran cantidad de veleros presentes en las costas de la ciudad tras la realización de un concurso público) no alcanzaron los playoffs durante el siguiente lustro y fueron vendidos a Donald Sterling en 1984 por 13,5 millones de dólares. Por su parte, Paul Snyder asumió este desenlace con una mezcla de amargura y orgullo herido. “Hice aquella compra para salvar el equipo. Pensé que estaba haciendo algo bueno por la ciudad. Un equipo de la NBA en Buffalo resultaría emocionante. Pero lo compré sintiendo que reuniría a un grupo de personas que se encargaría de seguir adelante, siendo yo el propietario o no. Fue un trato temporal.”


Anterior entrega: Cleveland CavaliersLa serie completa aquí.

(Fotografía de portada de LA Clippers)


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