Cada nuevo campeón, y van a ir siete sin repetir, inaugura una nueva forma de ganar. El pasado domingo, tras deshacerse como azucarillos ante los Oklahoma City Thunder en el séptimo encuentro que les llevaba a casa, Nikola Jokic marcó un nuevo camino a la gloria. “No podemos ganar con este equipo. Parece que los equipos con rotaciones más largas, más banquillo, son los que están ganando. Indiana, OKC… Minnesota obviamente”.
En esta misma web se ha descreído aquello de que los playoffs se ganan con rotaciones de siete jugadores como dogma. Porque no hay más que mirar la actual postemporada para ser consciente de que está siendo un factor relevante. No tanto por un tema de refresco como de capacidad de adaptación a los distintos contextos que va arrojando un partido o serie.
Esta correlación entre profundidad y éxito corre el peligro de ignorar otros factores. Como que el equipo que menos balones pierde está ganando el 70% de los partidos estos playoffs. Se da además la dicotomía de que uno de los equipos presentes en semifinales de conferencia cuenta con una de las plantillas efectivas más cortas que se recuerda en la historia reciente. Y si ganan los New York Knicks de Tom Thibodeau, ¿qué hacemos con todas las conclusiones alcanzadas?
Viejas tradiciones
Teorizar sobre la construcción de plantillas lleva a la riqueza en el debate. Pero este se hace trampas a sí mismo cuando pontifica en base a un solo equipo. Esto también es herencia de los Golden State Warriors y su dominio en la pasada década. Aquel conjunto que reunía todas las virtudes del baloncesto moderno pero que, sobre todo, concentraba a tres o cuatro de los 20 mayores talentos de la liga.
Draymond Green era el jugador más novedoso del mundo, Klay Thompson un 3&D concebido en el cielo, Stephen Curry el procurador de ventajas colectivas definitivo y Kevin Durant el anotador más rutilante (y amoldable) del planeta. Y el sistema de cambios defensivos y permuta de roles ofensivos que permitían ellos y sus secundarios (encabezados nada menos que por Andre Iguodala) provocaron que el juego virase repentinamente a la versatilidad como santo grial del juego. Un movimiento que en realidad había puesto su germen en cuanto LeBron James puso un pie en el baloncesto profesional.
Golden State creó escuela en lo individual y lo colectivo.Y aquello malacostumbró el análisis a pensar que cada campeón de ahí en adelante haría lo propio. Al fin y al cabo, la NBA no conocía una época libre de dinastías desde la década de los setenta. Quien ganaba a su manera era probable que lo volviese a hacer. Celtics en los 60, Lakers y Celtics en los 80, Bulls en los 90, Lakers y Spurs en los 2000, Heat, Warriors y Cavaliers (con solo un anillo pero 4 finales).
Una nueva era
Sin embargo, desde entonces existen tantas formas de ganar como campeones.
- En 2019 (más allá de lesiones), sumar a una superestrella con la incertidumbre del futuro para introducirla en un entorno que ya funcionaba sin su figura.
- En 2020, hacer algo parecido, pero vendiendo todo el futuro y núcleo de la plantilla para hacerla de cero y traer de vuelta los formatos con dos grandes.
- En 2021, creer ciegamente en un talento que se había mostrado limitado en playoffs y rodearle más de creadores que de tiradores, como venía siendo costumbre.
- En 2022, creer ciegamente en una estrella que ya lo había demostrado todo a base de renovar lo que ya estaba, sumarle un par de retoques y esperar al milagro con un jugador que llevaba dos años alejado de las pistas.
- En 2023, gozar al fin de salud, lograr la ansiada sostenibilidad defensiva y aprovechar el pico de rendimiento de un jugador tan genial como constante y otro tan genial como inconsistente.
- En 2024, recoger lo sembrado en los últimos 6 años reuniendo un superequipo impropio de los tiempos que corren.
Todos ellos jugando a cosas completamente distintas. Todos ellos incapaces de repetir éxitos. Ni siquiera de encadenar dos años en finales de conferencia.
Thunder, la próxima dinastía… O no
Por ello es utópico hablar de dinastías y formas de jugar que aseguran el éxito. Ni siquiera si el campeón de este año es un equipo tan radical en su propuesta de juego como lo puede ser ofensivamente Indiana Pacers o defensivamente Oklahoma City Thunder. Y no solo por las dificultades que presenta el actual convenio para mantener y mejorar un conjunto aspirante. También por tres puntos clave que aún no se tienen lo demasiado en cuenta:
- Los equipos NBA se adaptan más rápido que nunca: No hay fórmula infalible en la actual NBA a medio plazo porque los conjuntos están más preparados que nunca para hallar respuestas.
- El talento se ha democratizado: No ha habido época con un volumen y reparto equitativo del talento como la actual.
- Tener al mejor garantiza menos cosas que nunca: en relación con lo anterior, la liga vive un momento donde es más relevante en el máximo nivel tener pocas debilidades que aglutinar grandes virtudes. Desde Stephen Curry en 2015, ningún MVP ha sido campeón. Récord en la historia de la NBA.
Al aficionado del futuro campeón 2025 no se le podrá pedir que rebaje ilusiones con el futuro al tiempo que disfruta del presente. Más si cabe quedando vivas dos ciudades sin anillo, una que no lo huele desde el 72 y otra viuda desde la marcha de los Lakers a tierras angelinas. Al resto, incluyendo ejecutivos, gerentes y entrenadores, habrá que recordarles que no existe modelo que merezca aferrarse a él. Menos aún si no es propio.
(Fotografía de portada de Alonzo Adams-Imagn Images)