El verano que devolvió a Andre Drummond

“Escucha, no estás aquí para convertirte en un mejor tirador de tiros libres. No es simplemente eso. Estás aquí para convertirte en un mejor jugador de baloncesto”.

Al escuchar esas palabras, la expresión de Andre Drummond cambió por completo. Por primera vez en años a él, estigmatizado por ser uno de los peores lanzadores de tiros libres de la historia; a él, que apenas podía ayudar a su equipo en secuencias de último cuarto por padecer sin descanso el trauma del 4,60, no le contaban la misma historia de siempre.

“Y vas a comenzar perdiendo treinta libras (algo más de 13 kilos)”.

Drummond sabía a quién tenía delante. Esa misma persona le había ayudado cinco años atrás. Conocía de sobra a Idan Ravin. La metodología del preparador, que trabajó entre muchos otros con LeBron James, Chris Paul o Carmelo Anthony, y que este mismo verano afrontó también el desafío de revitalizar a Aaron Gordon, no iba a ser discutida. Su experiencia y resultados le avalaban.

“Mira, esto es un proceso. Primero irá la parte física, comenzarás a sentirte mejor. Después mejorarás tu concentración. Y más tarde iremos al trabajo con detalle”.

Al principio el jugador asentía. Pero tardó poco en pasar a la acción. Dedicó la primera parte completa de su verano a trabajar con Ravin, todo iba a cambiar. “No quiero que pasemos cuatrocientas horas lanzando tiros libres, quiero que pasemos miles trabajando cada aspecto del juego”, insistía el técnico y recogía el periodista Nick Friedell. Por ahí comenzaba el trabajo mental. Sólo recuperar la confianza podría acabar desembocando en la mejor de sus versiones.

Drummond tuvo una intervención para solventar un problema respiratorio, que le dificultaba su perfecta puesta a punto en lo físico, para más tarde asumir una desmedida carga física, plagada de sesiones aeróbicas, con el fin de rebajar su peso hasta los objetivos marcados. Lo lograría.

“Perdí más de 13 kilos. Soy más ágil, me muevo más rápido, puedo llegar más arriba con el salto. Me siento genial, tanto trabajo de preparación en verano me ha hecho llegar en gran estado de forma”, confesaba a su llegada al training camp. No era el plano físico lo único que había cambiado en esos meses. Sí quizás lo más llamativo, con cuerpo técnico y compañeros asombrados por la explosividad del nuevo Drummond, pero lo mejor estaba oculto.

Sólo la pista comenzó a revelarlo.

“Lo que le he visto hacer en verano, conmigo… diría que ahora mismo está al 15% de esa capacidad. Podría ser absolutamente extraordinario. Extraordinario. Es difícil de creer cuando ves a alguien de su altura y su tamaño… pero lo que he visto con él este verano fue mágico”, confesaba Ravin a David Aldridge hace unas semanas.

El técnico está de sobra acostumbrado a ejercitar a profesionales de primera línea. Pero el caso de Drummond, un tipo llamado al dominio que con apenas 24 años parecía perderse por el camino sin aparente respuesta, le llamó especialmente la atención. Y no tanto porque el pívot quisiese ofrecer su mejor versión, al final deseo compartido con muchos otros, sino por el techo que Drummond sugería. “Es mucho más talentoso de lo que la gente cree. Pero está desarrollando todo eso. Es realmente listo y creativo, para mí un rasgo de gente brillante. Puede ser meticuloso también, si lo logra puede ser realmente especial. Hay mucha gente con talento en la NBA, por supuesto. Pero no con el tipo de talento que él tiene”, explicaba.

Drummond parecía estancado, superado en cierto modo por las exigencias de un guión que dibujaba su figura como la del nuevo Dwight Howard, el epicentro sucesor de un sistema ganador de Stan Van Gundy. Era útil, por supuesto. Pero lejos, muy lejos, de lo que su perfil sugería. Sin confianza en sí mismo, se estaba perdiendo. Sin embargo, el el trabajo físico y psicológico de verano le han permitido recuperarla de un plumazo. Y hoy es otro.

Justo ese con el que todos soñaban.

“Juega con mucha más energía, con más coraje. Quiere ser más duro. En ataque cuando le llega el balón ya no evita ninguna situación, va directo al aro cuando puede, está siendo mucho más agresivo. Y eso lo que hace es mejorar a todo el equipo. Es fantástico, si sigue así va a cambiar por completo la dinámica de este equipo”, lo avisaba su compañero Anthony Tolliver a diarios locales, semanas atrás. Él vivía desde dentro el despertar de la bestia. Hoy es la Liga al completo la que asiste a la irrupción del nuevo Drummond.

Su ejemplo contagia. Porque si bien es por completo necesario reseñar que el aterrizaje de Avery Bradley ha supuesto un refuerzo en lo colectivo y en lo competitivo, que Reggie Jackson sano y centrado hace la diferencia, que la explosión de Tobias Harris desahoga enormemente los ataques, que el banquillo responde con fuerza y que incluso Stanley Johnson parece recuperado para la causa, también lo es que sobrevuela a todos esos impactos el paso adelante del jugador más resolutivo de la estructura. En esencia así es.

Hay tres formas de explicarlo.

La primera es de sobra conocida. En el rebote Drummond es un monstruo, por tamaño, fuerza y timing siempre lo ha sido. Sin embargo este año su repunte físico no ha hecho más que elevar a un escalón superior su portentosa capacidad de someter cuerpos en movimiento bajo los tableros. Y es en concreto uno ya histórico. Lo es no sólo por la cifra total (más de 15 de media, el mejor dato de la Liga y de su carrera), sino por la contextualizada. En la tabla, a continuación, las cinco mejores temporadas de volumen de rebotes capturados de acuerdo a Basketball Reference, desde 1973:

PuestoJugadorEdadTemporadaTREB%
1Dennis Rodman331994-9529,7
2Dennis Rodman341995-9626,6
3Andre Drummond242017-1826,5
4Dennis Rodman301991-9226,2
5Dennis Rodman311992-9326

La muestra del actual curso, aunque aún pequeña, le ubica sólo ya en compañía del mayor predador de rebote de la historia del baloncesto moderno. Es ese el baremo para un jugador que acaba controlando más de un cuarto de los rebotes totales (sumando aro propio y ajeno) cuando está en pista, una marca que asusta simplemente imaginar.

Los otros dos pilares son más novedosos. Uno de ellos es su gravedad defensiva, que ha pasado a ser mucho mayor a consecuencia de su perfil físico. ¿Qué supone? Su mayor agilidad y explosividad en espacios cortos le ha hecho ganar respuesta atlética lejos del aro y por tanto, con su tamaño, condiciona más espacio defensivo.

Drummond mantiene pendiente convertirse en un mejor protector de aro, algo necesario en un sistema como el de los Pistons, que Van Gundy entrega a formatos pequeños y muy dinámicos. Pero su impacto lejos del aro ha crecido enormemente. En los cambios de asignación con jugadores pequeños del rival, arma más que recurrente en el repertorio táctico de cualquier equipo, aguanta mejor con velocidad de pies e interpreta con más claridad los espacios defensivos. Resuelve con mayor éxito cuando ser agresivo y cuándo recular, cuando lanzar la mano para amenazar la línea de pase y cuándo esconderla.

Y, como consecuencia, esa baraja de recursos a medida que se aleja del hierro proyecta un potencial colectivo mucho mayor atrás. Porque si el cinco aguanta defendiendo a siete metros, el resto de perfiles, mucho más móviles, son capaces de reajustar mejor después. El acordeón defensivo es más factible.

La tercera de las fortalezas es quizás la más llamativa de todas. Drummond era (y es) pieza vertebral de un sistema ofensivo muy vertical, uno en el que de su pick&roll con (preferentemente) Reggie Jackson partía todo lo demás. De su habilidad para bloquear y la agresividad del base nacían diferentes secuencias de ataque que buscaban generar buenas situaciones de tiro con el menor número de pases posibles para, entre otras cosas, limitar el error y así ocultar las posibles carencias creativas existentes en el resto de jugadores.

Eso no ha cambiado. Sigue ahí como recurso. Pero ahora, y aquí lo nuevo y vital, Drummond además ejerce como generador secundario del ataque. Es decir recibe el balón, especialmente en poste alto, y produce para el resto desde el pase. Lee los cortes de sus compañeros y va filtrando balones con ventaja, aprovechando de igual modo su cuerpo como pantalla para algunos de esos movimientos de otros sin balón. Toma muchas más decisiones.

Dicho de otro modo, estamos asistiendo al nacimiento del Drummond director, algo casi inconcebible meses atrás.

Ahora tiene confianza. Le ha llevado tiempo tomarla pero ha sido su compromiso y apertura de mente lo que le ha puesto en esta posición ahora”, contaba Ravin. El talento creativo de Drummond estaba totalmente sepultado, hasta el punto de parecer inexistente. Pero su mejor cifra de asistencias en una temporada, 90 (1,1 de media por partido el curso pasado), está ciertamente al alcance tras apenas un cuarto del nuevo curso (67 totales, 3,5 por encuentro). El cambio ha sido radical.

Drummond es el cuarto pívot que más pases de canasta reparte en la Liga, sólo tras maestros en ese arte como Cousins, Jokic o Marc Gasol, tipos no sólo con un enorme talento para pasar sino además concebidos como generadores primarios en sus equipos. Drummond, sin serlo, aparece junto a ellos.

En esta secuencia, finta el bloqueo con Jackson, arranca hacia el aro y asiste al hombre abierto:

Otro ejemplo clásico del ataque de los Pistons. Drummond con el balón lejos del aro y esperando cortes de compañeros. En esta ocasión, encuentra a Harris para la canasta fácil:

Uno de los modos en los que se aprecia este impacto desde el pase es comprobar cómo recibe muchas más veces el balón en diferentes situaciones. Una de ellas son los codos de la zona. De hecho tiene la quinta marca más alta de la Liga en ese apartado:

Fuente: NBA Stats

Y directamente lidera la NBA en recepciones en la pintura, algo en lo que también insiste ahora más Van Gundy, comprobando los réditos que nacen de esas manos. El cambio es igualmente salvaje:

Fuente: NBA Stats

¿Y los tiros libres? Como ya avisaba Ravin, iba a ser una consecuencia de lo demás. Porque Drummond está metiendo el 62% de sus intentos este año, marca un 20% superior a su récord de carrera (logrado en 2014). Alteraciones en la mecánica y en la flexión de las rodillas han surtido efecto, potenciados eso sí por el mayor factor de cambio de todos: la confianza del jugador cuando visita la línea. Porque parece haber desaparecido el miedo, el trauma, toda la angustia. Parece haberse dicho adiós a las pulsaciones aceleradas al recibir falta y tener que situarse en el tiro libre a ojos de todos. Un par de respiraciones profundas parecen fumigar la tragedia padecida.

La mejoría es gigantesca, hasta el punto de que su propio preparador avisó de que se matizaría, llegado el punto en el que elevó su porcentaje al 75% en sus primeros cuarenta intentos esta campaña. Tal incremento resulta enormemente significativo porque ni siquiera herramientas de realidad virtual, a las que llegaron a recurrir los Pistons ya impotentes ante la falta de evolución del pívot en ese aspecto, consiguieron revertir el escenario en su día.

Sin embargo ha bastado un verano, un reencuentro con la paz mental, para gestar el mayor de los cambios. Porque ha sido el verano, todo lo que ha englobado y lo que ha representado, lo que realmente ha devuelto al mejor Andre Drummond. Y no ya al que todos conocían, sino posiblemente al que todos soñaban conocer algún día.

Su huella en este inicio de curso, comandando la efervescencia de los Pistons en la élite del Este, amenaza por fin con ser duradera. Con ser de verdad. Con hacer regresar a la primera línea de la Liga a aquel hombre llamado a ser, por derecho propio, uno de los pívots más determinantes del mundo.

En ello está.


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