(El primer borrador de este post data del 10 de noviembre. Veinte días después todo sigue igual para el objeto del mismo… o incluso mejor).
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¿De qué va Lauri Markkanen? ¿Qué pretenden los Jazz?
Estas dos preguntas, de acento escéptico, no pueden entenderse la una sin la otra. Porque estamos ahí, con la mosca detrás de la oreja, preguntándonos cuándo va a estallar este globo que, si fuese una patata caliente, Ramón García ya estaría tal que así, buscando un escondite por los decorados del Grand Prix.
Sin embargo, tiene que haber un punto de inflexión. Una mañana en el que dejemos de desconfiar y asumamos lo de tomarnos el espejismo en serio. ¿Cuánto tiempo hace falta para eso? ¿Cuánto para asumir que otros playoffs sin los Lakers no sólo es posible sino es plausible? ¿Cuánto para creer que hay mimbres en Indiana? ¿Cuánto para imaginar en postemporada a los Kings? ¿Cuánto para aceptar que ni Kevin Durant es, tal vez, suficiente para salvar a los Nets de la zozobra?
No sé cual es la cifra exacta, pero sí sé que la actual marcha de los Utah Jazz y la dinámica de Lauri Markkanen –no la de este año en Salt Lake City, sino la que ya traía de bastante antes– son razones de peso para estar aquí escribiendo sobre el tema.
Y qué mejor momento para hacerlo que éste, cuando se cierne el primer gran nubarrón: han pasado unos días desde que Joel Embiid les endosara 59 puntos a los Jazz con Markkanen como el encargado de su marcaje, y actualmente enlazan cinco derrotas consecutivas. ¿Está el globo/la patata/la burbuja markkaneiana a punto de estallar? Ni por asomo. En Salt Lake City hay mucha sal y no menos básquet últimamente. Sólo hay que sentarse a ver sus partidos.