Wiseman, ahora o nunca

Cuando Joe Lacob, propietario de los Warriors, dijo –en una pormenorizada entrevista a The Athletic– que James Wiseman era un «once-in-a-decade kind of guy» no lo ...

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Por Enrique Bajo

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Cuando Joe Lacob, propietario de los Warriors, dijo –en una pormenorizada entrevista a The Athletic– que James Wiseman era un «once-in-a-decade kind of guy» no lo hizo pensando en «once-in a decade bust kind of guy«.

Basta echar un vistazo al historial de cómo se las gastan los Golden State Warriors en el Draft desde que Lacob se apoderó de la franquicia en 2010 (grandes elecciones en general; incluso su peor apuesta de primera ronda, Jacob Evans, se supo amortizar en el ‘pack Wiggins’).

Lacob, nunca lo ha ocultado, es un enamorado confeso de Wiseman (¿o deberíamos decir, era?), especialmente desde que lo invitaron a un workout en solitario para comprobar, de primera mano, cómo de merecida era su fama de prospect 1 y cuánto marketing envolvente. Pero lo cierto es que el interior de 2,10 impresionó a todos, y a Lacob más que a nadie.

«Si soy honesto, para mí siempre fue mi primera opción. Creo que es un jugador de los que te sale una vez cada década, poniéndolo en la misma escala que Joel Embiid. No se me ocurre otro prospecto de pívot en los diez últimos años al que colocaría en su misma categoría. Jugadores de otro perfil, tal vez. Pero el talento de este chico es tan inmenso que…»

Tan inmenso que una vez los Timberwolves se decantaron por Anthony Edwards con su derecho de tanteo, los Warriors, que no disfrutaban de un pick tan alto desde la primera elección de 1995 (Joe Smith…) dieron el ‘sí, quiero’ a Wiseman sin dudarlo.

A un alto precio

Pero elegir es renunciar, y decir sí implica también decir que no.

Si en 1995 ‘el sí’ a Smith supuso el no a Antonio McDyess, Jerry Stackhouse, Rasheed Wallace… y Kevin Garnett, decantarse por James Wiseman conllevó pasar de largo de dos jugadores que entraban en conflicto natural con el puesto en cancha de Curry, como LaMelo Ball y Tyrese Haliburton, pero también olvidarse de otros con, a priori, mejor fit en la plantilla, como podían ser Patrick Williams, Isaac Okoro, Devin Vassell, Immanuel Quickley, Josh Green, Jaden McDaniels, Desmond Bane… o Tyrese Maxey.


El contexto de los Warriors de 2020 era pelear a muerte por seguir ganando, aprovechando el largo prime de Curry y el de un Klay Thompson de quien, lesionado entonces, esperaban al mejor nivel a su regreso. Es por ello que optar por lo que parecía el camino más seguro, más directo, como apuntalar la alineación allí donde era más débil —esto es, el quinteto defensivo en su bosque interior– animaba a mirar hacia un jugador que cumpliera esas características.

Pero en San Francisco se apareció el fantasma de Andrew Bogut y quisieron ir más allá: al contar con un pick 2º no se iban a conformar con un mero rim protector con poder de finalización, ya que en eso había otras opciones mucho más dignas como Onyeka Okongwu, Daniel Oturu, Udoka Azubuike o Nick Richards.

La directiva, proclive al talento bruto y su gestión, eligió el camino de la ambición y la volatilidad, y aunque los informes eran claros, optaron por abarcar en lugar de apretar. Si la jugada les salía bien, firmarían un monstruo de la pintura para el medio-largo y (ahí residía el gran riesgo) también el corto plazo. Y todo gracias (o por culpa de) una cena.

La cena

Una cena que tuvo lugar inmediatamente después del satisfactorio workout de Wiseman mencionado al principio, y que fue clave para disipar las dudas que aún pudiera haber en aquellos con poder de voto a en la decisión final. La plana mayor al completo, como narró en detalle Wes Goldberg para The Mercury News, acudió puntual a la cita. El dueño, Joe Lacob, el general manager, Bob Myers, el entrenador principal, Steve Kerr, y director del departamento médico de los Warriors, Rick Celebrini. Enfrente, un chaval de 19 años que se desenvolvió off court como pez en el agua.

No fue tan audaz como Florentino, Zizou y la servilleta, pero el camino quedó igual de expedito al pedir la cuenta. «Antes no lo teníamos necesariamente en nuestro top. Pero al final (de la cena), era nuestro chico», confesaba meses después Bob Myers.

Y es que el propio Myers, aunque en vísperas del Draft 2020 el consenso entre los cuatro de arriba ya era absoluto, fue quien más escéptico se había mostrado con Wiseman durante el año anterior, por el simple hecho de cumplir con su labor como ojeador jefe de los Dubs. Cuando fue a verlo a un partido en directo en noviembre de 2019, su tercero en la NCAA, su conclusión, en una palabra, fue la de haber estado en presencia de un jugador «timorato».

Lo cierto es que si Myers hubiese asistido a cualquiera de sus dos duelos anteriores, contra South Carolina o el de Ilinois, se habría llevado una primera impresión diferente, ya que Wiseman cuajó un papel imperial en ambos. Sin embargo le tocó el de Oregón, donde el center, a pesar de sus números (ámbito en el que rara vez falla), con 14 puntos y 12 rebotes, estuvo desafortunado. Cometió varios errores defensivos en el pick-and-roll, incurrió pronto en problemas de faltas y no estuvo muy brillante en cuanto a highlights defensivos, sumando un sólo tapón.

Myers abandonó el pabellón pensando que necesitaba volver a ver Wiseman una vez más. Un second round que limpiase el tibio poso inicial que le había dejado rumiando el sinsabor.

Pero no pudo ser.

Aquel, el que contó con la presencia Myers en la grada, sería el tercer y último partido de James Wiseman como jugador universitario, ya que pocos días después se destaparía el escándalo de los pagos indebidos de Penny Hardaway en su proceso de reclutamiento, y por el que Wiseman sería suspendido 12 partidos, optando éste por abandonar el programa y centrándose, desde entonces, en preparar su llegada a la NBA al margen de la NCAA como escaparate y jardín de entreno.

Cuatro años en fase beta

¿Cómo de distintos habrían sido estos primeros cuatro años de Wiseman en la Liga, de haber acumulado todo ese curso de NCAA, con los fundamentos, soltura, automatismos y adaptaciones inherentes a ella?

En el scouting contínuo al que está sometido, el talento, el esfuerzo o el carácter de Wiseman jamás han estado en entredicho ni han sido el leitmotiv de su nulo impacto. Su hándicap, el umbral de incertidumbre, vive sempiternamente asociado a sus lecturas a pie de cancha, a su IQ para interpretar qué toca y cuándo, especialmente sin balón y en entramados conceptuales defensivos pero también en el lado ofensivo cuando no actúa exclusivamente de ejecutor.

Un problema de ausencia de instintos y madurez táctica que, en casos como el suyo, sólo se corrigen por una vía: asimilación por repetición. Jugar, jugar y jugar.

En los Warriors, la antítesis del patrón simple, el oxímoron al sota-caballo-rey, donde las small lineups mandan, los cambios en missmaches son el pan de cada día y las pantallas y bloqueos indirectos son la constante para el éxito en el tirador, Wiseman se sentía como en medio de un monte sin google maps, brújula ni astrolabio.

Y Detroit, que apareció como su salvación, resultó ser sentencia por overbooking. Steward, Duren, Bagley III, Metu. Mientras a unos les apuraba el éxito, a los otros la necesidad de encontrarle un sentido a su rotación. Aún así, con la inestabilidad como eje, su baloncesto supo encontrar pequeños instantes de brillantez en la Motor Town que el pabellón celebraba como un cante a la rebeldía.

Indiana: último billete

Si Wiseman cuenta con el pack, no ya para ser un digno pick 2 del Draft (un debate baldío), sino para ejercer, con todas las letras, de jugador NBA, un pívot titular en roster de playoffs si me apuras, lo cierto es que, cuatro años después, continúa siendo pronto para responder. Porque su natural camino –minutos, estabilidad, paciencia en cancha– es lo que más le ha sido negado a este prospect cuyo verdor en el momento de su elección en el Draft–y esto lo sabían todos, Warriors y Pistons incluídos– era de monzónica selva tortuguera.

Por ponerlo en perspectiva, y mirando tanto a izquierda (Anthony Edwards) como a derecha (LaMelo Ball) en orden de elección, esta es la experiencia que aglutinan en RS tras sus cuatro primeros años en el circuito los tres primeros pick del Draft 2020:

  • Anthony Edwards: 302 partidos, 284 titularidades, 10.392 minutos (34,4 de media)
  • James Wiseman: 147 partidos, 55 titularidades, 2.794 minutos (19 de media)
  • LaMelo Ball: 184 partidos, 164 titularidades, 5.870 minutos (31,9 de media)

Mientras The Ant ha sido bendecido con un físico sólido como un tanque, tanto Wiseman como LaMelo se han visto fuertemente zarandeados por las lesiones, pero con una respuesta totalmente opuesta por parte de sus franquicias en cuanto han tenido la ocasión de jugar.

Y ahora en Indianápolis, su tercer y, casi seguro, último billete para que todo esto cambie.


La comparación como fácil tentación en el tira y afloja argumental (Milicic,Okafor, Mobley, Monroe, Hartenstein, Ayton) debería quedar a un lado hasta ver si los Indiana Pacers de Carlisle, Turner y Haliburton están en condición de resolver algo que, para algunos, ya empieza a tener un tinte irresoluble.

Un James Wiseman, a sus 23 años, capaz de normalizar en cancha lo que a sus 19 mostró a espuertas en una sóla cena. Madurez, pero de facto. La única que persuade y encandila al aficionado.

(Fotografía de portada de Tim Nwachukwu/Getty Images)

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