En 20025 es fácil ver el legado de Pat Riley en el baloncesto como algo intachable. No durante su carrera como jugador, que premió con anillo a un perfil encaramado en el esfuerzo y el trabajo sucio, sino como entrenador y directivo. Siete campeonatos y otras tantas finales disputadas dan buena cuenta de ello. Sin embargo, hubo un momento en que él mismo se vio en la cuerda floja.
Y no fue a inicios de aquel equipo heredado en Los Angeles de las manos de Paul Westhead. Ni siquiera con el frío que podía hacer lejos de Hollywood. Riley confiesa haber mirado al abismo en 1995, cuando le echó un órdago a las cambiantes oficinas de los Knicks con la suerte de que Micky Arison estaba al otro lado esperando.
El legendario propietario de los Miami Heat, que convirtió a la franquicia en lo que es hoy en día después de comprarla aquel mismo año cuando apenas tenía un lustro de vida, será conmemorado en el Hall of Fame del baloncesto esta misma semana. Treinta años después de pagar un millón de dólares y una primera ronda del Draft para sacar a Riley de New York y convertirle en el entrenador mejor pagado (con beneficios incluso dentro de la propiedad) de toda la NBA.
«Básicamente, salvó mi carrera como entrenador», cuenta Riley en el Miami Herald. «Cuando recuerdo el verano de 1995, dudo mucho de si hubiese sido capaz de seguir entrenando. Así que cuando lleg´´e en septiembre de aquel año, Micky y yo nos pusimos a trabajar juntos de inmediato para hacer mejorar al equipo».
«Como propietario, me ha mostrado una tremenda lealtad. Conmigo, mi equipo de trabajo y la gente que ha estado en el equipo desde que llegó. Es un tipo muy honesto. Muy sincero con lo que quería lograr. Es un ganador y he confiado siempre en él por ello».
(Fotografía de portada de Kyle Terada-Imagn Images)
