Antes de que Joe Mazzulla se convirtiese en el timonel de los Boston Celtics, Will Hardy era el ojito derecho de los asistentes de aquel cuerpo técnico. El cual ya había vivido bajo el ala de Brad Stevens y al que Danny Ainge conocía de siempre. Así que, al cambiar Massachussets por Salt Lake City, el mormón se lo llevase consigo para el proyecto de los Utah Jazz. Desde el inicio de sus andaduras como head coach, Hardy ha demostrado ser uno de los entrenadores mejor preparados de la liga y, en consecuencia, la franquicia sigue su apuesta por él renovándole hasta el quinto año.
En realidad se trata de una extensión que el equipo podía ejercitar de forma unilateral y que suele estar incluida en los contratos de los entrenadores novatos. Hardy comenzará su tercera temporada en los Jazz con los objetivos un poco difusos. Por un lado, la renovación y edad de Lauri Markkanen indican que el equipo no está lejos de competir. Por otro, la promesa del suculento Draft de 2025 y el pasado reciente de la franquicia apuntan a uno o dos años de sequía autoimpuesta.
¿Decisión correcta?
El técnico ya ha demostrado poder sacar el máximo partido de plantillas de limitado talento. Pero, llegado el momento de remar hasta el final o rendirse, Ainge ha mandado los tanques a primera línea de batalla. Es lógico que el gerente quiera mantener a Hardy al mando de su banquillo por lo demostrado, uno de los libretos más pulidos y dinámicos de la NBA además de su capacidad de sacar el máximo de jugadores de toda índole. Sin embargo, mirar al quinto año desde la perspectiva actual hace pensar si no se le quemará demasiado antes de empezar a competir sin reservas. Si su mensaje se mantendrá fresco en ese vestuario cuando toque pelear por playoffs. Desde luego, es lógico pensar visto lo visto, que el ex asistente de los Celtics está preparado para lo que venga.
(Fotografía de portada de Michael Reaves/Getty Images)