Todos sabíamos que el traspaso de Kawhi Leonard haría ruido, pero no podíamos imaginar que este retumbaría amplificado como lo ha hecho desde Toronto. Así ha sido. Aunque la parte que centraba la información era el entonces jugador de los Spurs, una vez cerrado el acuerdo numerosos focos se posaron sobre DeMar DeRozan. No solo se iba de la que había sido nueve años su casa, sino que lo hacía, según sus palabras, después de que le confirmasen que no sería traspasado.
Ese enfado, el resultante de su intercambio, parecía que iría a menos con el paso de los días, pero no ha sido así. DeRozan se siente traicionado y así lo ha hecho saber. No vamos a valorar si ha sido tan como él dice o no, o si los equipos deberían hacer las cosas de forma distinta. Sin embargo, sí vamos a escuchar a J.J. Redick, quien a consecuencia de lo acaecido con DeRozan explica en The J.J. Redick Podcast situaciones parecidas que ha vivido en la NBA.
«En las semanas previas a la fecha límite de traspasos de mi último año en Orlando (2013), tuve varias conversaciones con Ron Hennigan y fue honesto conmigo diciéndome estaban explorando el traspaso pese a estar encantados conmigo. Así llegamos al último día, cuando le dijo a mi agente: ‘No vamos a traspasar a JJ». Recibí la noticia una hora antes del límite. Me subí al autobús, fuimos al aeropuerto de Dallas… y me traspasaron. Sentí que lo anterior no significaba nada», comenta antes de recalcar lo que le ocurrió unos meses después.
«En los dos siguientes meses estuve con John Hammond y Herb Kohl, propietario entonces de Milwaukee. Ellos me decían constantemente lo mucho que me valoraban y que querían firmarme de nuevo. Cuando pasaron los playoffs solo escuché grillos durante dos meses. Literalmente no llegó una llamada ni un solo mensaje», sentencia.
No es noticias. Todos sabemos ya cómo funciona esto. Pero sí que da a entender como los jugadores son a veces la víctima del sistema. Redick posteriormente firmó con Los Angeles Clippers, donde vivió muy buenas temporadas, pero ello no quita que en solo unos meses llegase a una conclusión tan cotidiana como aplicable a la NBA: las palabras se las lleva el viento.