El primer título de la temporada ya tiene dueño. Los New York Knicks se han convertido en campeones de la tercera edición de la Copa NBA tras imponerse a los Spurs por 124-113 en una final que consolida a los de Mike Brown como un rival a temer. Como un equipo plagado de recursos y capaz de sobreponerse a situaciones adversas. Y sobre todo, con hambre para pelear por el título que falta. El que se decide en junio y el que todos quieren ganar.
Pero la final consolida también a la Copa como un acierto. Nunca será unánime, pues los más puristas la defenderán como una creación sin valor real, pero pocos argumentos mejores a su favor hay que sentarse a ver este partido a disfrutar del nivel de ambos equipos. De su talento, de su acierto. De unas ganas de ganar impulsadas seguramente por la recompensa económica pero no basadas exclusivamente en ella. También en el honor, en el prestigio que acompaña a esta final.
Porque la Copa ya tiene valor, empieza poco a poco a ser un título que los jugadores quieren en su palmarés. Y ese título reposa hoy en la vitrina neoyorquina.
Con y sin Wemby
Para hacerse con él, los de Mike Brown tuvieron que doblegar a unos combativos Spurs que dominaron el choque durante muchos tramos y que a ratos parecían destinados a llevárselo. Sobre todo porque, a diferencia de lo que ocurrió en semifinales, no eran un equipo con Victor Wembanyama en la pista y otro sin él. Fueron, por encima de todo, un bloque. Un bloque al que Nueva York sufrió horrores para meter mano.
Gran parte de la culpa la tuvo Stephon Castle, que firmó uno de esos encuentros a los que la estadística no puede hacer justicia. Correoso en la defensa sobre Brunson pero, sobre todo, incontenible en ataque, fue quien llevó la batuta de la primera mitad en ambos lados de la cancha. Fue la definición de agresividad en todas sus acepciones, impidiendo a Jalen sentirse cómodo y atacando la pintura cada vez que llegaba a campo rival. Y con ello, hizo circular el ataque texano y empezó a inclinar la balanza.
Porque Castle no era sino la punta de lanza de un ataque que tenía esa premisa como idea central: pisar pintura. Prácticamente cada jugador que recibía buscaba poner el balón en el suelo, obligar a la defensa de los Knicks a colapsar y, desde ahí, generar. A veces anotando cerca del aro, otras errando el lanzamiento pero propiciando un rebote ofensivo, otras doblando a un compañero abierto en el triple.
Y otras, simplemente llegando antes que el resto de la defensa y anotando sin oposición.
Wemby steal.
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Castle slam.
On the very next possession.
SPURS HAVE THEIR SIGHTS SET ON THE CUP 🏆 https://t.co/uIeC75Tdlv pic.twitter.com/S2pr5J4z1B
El choque empezaba a tomar un aspecto peligroso para Nueva York, que se aferraba a él gracias a la genialidad de Brunson y al acierto de OG Anunoby pero que no parecía encontrar un camino tan claro para hacer daño. Pero lo que realmente hizo saltar las alarmas fue ver a Victor Wembanyama activarse. Pues tras una primera mitad en la que San Antonio demostró que podía competir sin su mejor versión, en la segunda amenazó con romper el choque en cuanto esta llegó.
El francés, aún limitado por su restricción de minutos, no firmó en líneas generales un grandísimo partido, pero su tercer cuarto fue de esos que parecen destinados a marcar un antes y un después en el encuentro. Alley-oops, triples, mates, tiros de media distancia. La combi completa. Wemby entró al encuentro decidido a sentenciarlo y llegó a colocar a los suyos 11 arriba ante un rival cada vez más dubitativo. Era su momento, se olía en el ambiente.
Pero es en esas circunstancias cuando los grandes equipos se demuestran como tal. Y estos Knicks lo tienen todo para serlo.
Héroes inesperados
No fueron Brunson ni Towns quienes dieron la vuelta a la situación. Ni siquiera Bridges o Anunoby. Los encargados de cambiar la cara al choque fueron los hombres de fondo de armario, los que no estaba claro cuánto iban a jugar ni cuánto iban a sumar en los tramos en los que pisasen la pista. Y que sin embargo acabaron erigidos como héroes.
Mitchell Robinson, Jordan Clarkson y Tyler Kolek dieron a los Knicks no ya una chispa, sino un contenedor entero de energía con su entrada a pista en la segunda parte. Con su frescura y su rol de especialistas, frenaron primero la sangría en el tercer cuarto y, lo que fue más importante, dieron por completo la vuelta al marcador para devolver a los suyos al frente en cuanto comenzó el cuarto periodo. Una labor para la que no necesitaron sino unos segundos.
CLARKSON TRIPLE.
— NBA (@NBA) December 17, 2025
MITCH STEAL.
MITCH OREB.
CLARKSON TRIPLE.
Knicks take the lead with a 4Q flurry with a Cup Championship on the line 🏆 pic.twitter.com/sAgDc7uGgK
Todo comenzó con el abrumador dominio de Robinson en la pintura, donde campó a sus anchas para capturar hasta 10 rebotes ofensivos y generar a los de Brown un sinfín de segundas oportunidades. Segundas oportunidades que, en este tramo, fueron a parar a las manos de Clarkson y Kolek, ambos en un estado de gracia como el que pocas veces han conocido este curso. Y así, la dinámica era clara: rebote, canasta, rebote, triple, rebote, triple…
A ratos parecía que los Knicks no sabían anotar sin fallar un tiro antes y hacerse con una segunda oportunidad. Pero no es que no supieran, es que su dominio bajo el tablero era tal que no lo necesitaban.
Y mientras esto ocurría en un aro, en el otro San Antonio empezaba a encontrar más problemas que nunca. Costaba más generar, los triples dejaban de entrar, la explosión de Wemby se apagaba. El cambio de dinámica les pilló por sorpresa y la reacción fue insuficiente. Con el paso de los minutos la ventaja neoyorquina se iba asentando y con la llegada de los compases finales el banquillo era ya una fiesta.
Una merecida, porque los New York Knicks pueden desde hoy presumir de ser uno de los tres equipos que sabe lo que es ganar la Copa. Y aunque no es el objetivo final de la temporada, sí es, como mínimo, la demostración de que las cosas van por el buen camino.
(Fotografía de portada: Kirby Lee-Imagn Images)





