Hace tan solo 365 días existía la duda real de si Zion Williamson era el adecuado para guiar el camino de los New Orleans Pelicans. Su talento nunca ha dejado dudas, ya que cuando ha estado disponible el equipo sureño siempre ha sido mejor. Más dudas, claro, existían (y existen con su salud). Esa misma que después de protagonizar la temporada más regular de su carrera y en medio del que podría ser el mejor y más importante partido de la misma, le volvió a fallar. Cabizbajo, Williamson entró al despacho de David Griffin, con quien ha tenido sus más y sus menos como presidente de operaciones, esperando una recapitulación tibia de lo que había sido la temporada. Lo que encontró fue la confianza plena del dirigente. «Estoy orgulloso, confío plenamente en ti».
Si sus problemas físicos tras endosarle 40 puntos a los Lakers en el play-in y quedarse así fuera de juego de cara a la primera aparición de su carrera en playoffs no era suficiente, aquello encendió una llama en Zion. El interior inició su recuperación y preparación para la temporada desde el primer día, alquilando una casa cerca de Dallas, Texas, y plantándose en el pabellón todos los días a las seis de la mañana para comenzar sus entrenamientos. Ya durante el año, Williamson desarrolló una relación con la franquicia y su preparación personal que no había conocido: «Es un fastidio que haya tenido que pasar por ciertas cosas, pero gracias a ellas soy la persona que soy hoy, cuenta en The Athletic.
Esta alineación entre organización y estrella se hace evidente en cómo encaran la nueva temporada. Dándole plenos galones a Zion y descuidando al segundo mejor jugador del equipo. Un Brandon Ingram declarado en rebeldía este mismo verano y que afronta su último año de contrato con la incertidumbre como compañera. Los Pelicans son Zion y Zion es los Pelicans. Y no cabría darlo por hecho porque no ha sido así hasta hace bien poco.
(Fotografía de portada de Jamie Squire/Getty Images)