Gran Reserva del 77: Paul Pierce y Vince Carter

Tras un mes en el que han corrido ríos de tinta sobre Kobe Bryant y el último de sus récords, parece que no es mal momento para salirme por la tangente y escribir unas pocas líneas sobre otros dos jugones que han sido sus compañeros de viaje y generación en una aventura, que aún no termina, por la NBA.

Básicamente he decidido hacerlo por dos motivos. El primero de ellos es porque, como dijo Michael Jordan respecto a su mejor imitador: «He disfrutado viendo como su juego ha evolucionado a lo largo de los años y veré qué es lo siguiente que consigue”. Es decir, que todavía es pronto para hacer balance de la Mamba Negra. Un jugador obstinado que aún puede tener un as, o dos, o toda una baraja, bajo la manga. Ya habrá tiempo de escribir enciclopedias enteras de tan incansable competidor. En segundo lugar, porque estos tres jugadores guardan una cualidad común y poco frecuente; como el buen vino, han sabido envejecer.

Nacieron el mismo año en vértices opuestos del país. Mientras Paul Pierce crecía en la Bahía de San Francisco ante la inmensidad del Océano Pacífico, Vince Carter lo hacía a orillas del Atlántico.

No cabe duda, pues a los norteamericanos en esto de la solemnidad no les gana nadie, que velocirraptor y trébol con el ‘15’ y el ‘34’ a la espalda respectivamente, se alzarán en lo más alto de sus pabellones llegado el momento. Pero por ahora, y sintámonos afortunados por ello, aun siguen dando guerra, aunque con otras camisetas, un poco más abajo; a ras del parqué.

La fábrica de pulido: Instituto y Universidad

Como todo gran jugador que se consolida en la NBA, una adolescencia a la luz de los focos es un paso casi obligado. Más aún si el jugador en cuestión crece en Estados Unidos, un país donde el éxito en el deporte, aun a muy corta edad, es sinónimo dinero, fama y admiración. Pierce y Carter no fueron la excepción.

La infancia de Paul transcurrió en Inglewood, un suburbio y sin duda uno de los peores barrios de Los Ángeles. Muy pronto encontró en el baloncesto la droga perfecta para evitar aquellas otras que te destrozan. “Sólo el baloncesto me mantuvo con vida”, decía Pierce en una entrevista a TNT años después. “Era complicado vivir allí, y veías que alguien moría prácticamente cada día; definitivamente, no es el sitio que yo escogería para criar a mis hijos, pero era lo que teníamos”. Paul recogía este balón que le ofrecía la vida, tan dura como caprichosa, para no soltarlo. Una vida que le tenía guardado un paradójico destino.

En el otro extremo del país de las oportunidades, Vince, más rodeado de comodidades, aprendía a botar al mismo tiempo que a caminar. Como todo niño, Carter tenía un héroe, y el suyo era Julius Erving. Quizás debía ser así, ya que bien pronto empezó a volar como él. La naturaleza le había dotado de unos muelles colosales y Carter no tardó en quitarles el precinto. Tan sobrehumana era su verticalidad que sus amigos pronto le asignaron el primero de sus apodos: UFO (Objeto Volador no Identificado).

Vidas cruzadas

Mientras cada uno comenzaba a labrar su nombre en el instituto, sus andares, tan paralelos, pronto les depararían su primer cruce. En el año de sus 16, mientras, probablemente, fardaban de su primer coche, sus vidas les conducían al primero de sus muchos envites. El prestigioso McDonald’s All-American Hight School Slam Jam. Ambos eran grandes saltadores, pero creo que sobra decir quien fue el ganador. Da igual que los aros estén un poco más bajos que en la universidad o en la NBA. Probablemente, el Vince adolescente se habría bastado con esta exhibición para ganar la mitad de los concursos de mates del All-Star Weekend de los 10 últimos años.

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Continuando con el paralelismo, ambos jugadores tuvieron un primer año difícil en la facultad. De sus cuellos colgaba ya el cartel de futuras superestrellas y lidiar con ese peso hizo que no colmasen las expectativas. A un primer curso titubeante le siguió otro de auténtica explosión. Desde entonces, alzarse con el título de la NCAA durante sus tres años de carrera fue la meta a alcanzar, pero ninguno de los dos logró su objetivo. Carter, con la inestimable ayuda de Antawn Jamison,lo rozó dos veces, pero se quedaron a las puertas. No importaba. Otras puertas, las del Olimpo del basket, se les estaban a punto de abrir.

El salto al estrellato

Toda gran película debe tener un inicio a la altura. Un prólogo que sepa enganchar. Las filmadas por el dúo que nos ocupa son de esas que te clavan a la butaca y hacen que olvides comerte las palomitas. Aunque compartieron draft con otros ilustres — Mike Bibby, Jason Williams, Rashard Lewis, Al Harrington,Antawn Jamison, Larry Hughes— ambos podían haber ocupado tranquilamente el pódium del los elegidos con cierto alemán, pero mientras Vince Carter era elegido en el 5º puesto por Golden State Warriors para ser enviado inmediatamente a los Raptors por su ex compañero de equipo en la universidad, elegido justo antes que él, Paul Pierce,seleccionado en 10º lugar, sellaba desde el primer día un pacto de amor con la franquicia de su vida; Boston Celtics.

Y aquí no defraudaron. Ni inseguro andar, ni año de adaptación,ni rookie wall ni excusa que se les parezca. Ambos firmaron una temporada nobel asombrosa. Los 16,5 puntos, 6,4 rebotes y 1,7 robos por noche que promedió Pierce fueron más que suficientes para ser parte del ‘Mejor Quinteto de Rookies’. Carter no se conformaría con eso. Actuaciones medias de 18,3 puntos, 5,7 rebotes y 3 asistencias que le llevaron directamente, además, a alzarse con el trofeo de Rookie del Año de la NBA.. Otro apunte curioso, cosas de la vida, Celtics y Raptors se enfrentaron en el primer partido de la temporada. Su rivalidad arrancaría pronto, y de que forma: Debut con los mayores y 19 y 16 puntos por cabeza.

Desde entonces, carreras meteóricas que diecisiete años después consiguen aun defender con absoluta altivez. Un dato al alcance de muy pocos que habla de su gran regularidad con más de tres lustros a sus espaldas: en su larga travesía, y con el telón aun sin bajar, ambos logran en su longeva carrera estar por encima de la barrera de los 20 puntos de promedio.

A pesar de compartir un cuadro estadístico casi gemelo, su transitar por la liga ha sido totalmente antagónico. Mientra que Pierce optó por anclar su trono en Massachusetts hasta hace muy poco, Carter tiró por una vida mucho más nómada. Su deambular por la liga le ha llevado a defender siete elásticas distintas hasta el día de hoy, con resultados de lo más dispar.

The Truth

Aquel 24 de junio de 1988 se cumplía por fin la mencionada paradoja. Paul Pierce, un angelino de pura cepa que dio sus primeros pasos en el baloncesto mientras disfrutaba de Magic Johnson o James Worthy, era elegido por una franquicia que era adversario histórico de los Lakers y de la que terminaría siendo el buque insignia. “Es irónico que, habiendo crecido en Los Angeles, me toque enfrentarme a los Lakers y precisamente con los Celtic”, se sinceraba cierta vez. “Cuando era pequeño odiaba a los Celtics; crecí viviendo esa rivalidad, y ahora me toca ser parte de ella”.

Pero la leyenda de Paul Pierce, estuvo a punto de dejar de escribirse en su tercer año en la NBA. La fatídica noche del 25 de septiembre del 2000 casi se convierte en la última del, por entonces, alero de los Celtics.

Era solo otro domingo más, y junto a Tony Battie y su hermano Derrick, Pierce se adentraba en una fiesta en el Buzz Club. 300 personas dispuestas a divertirse entre copas y música. No todos. Pierce, ya ampliamente reconocido gracias a su despuntar en la liga, levantaba admiración… y envidia. Algo que combinado con alcohol y muchas neuronas de menos dan lugar a una mezcla peligrosa. Ese cóctel tenía esa noche nombre y apellidos. William Rangland, más reconocido como “Roscoe”, un individuo ligado a los Made Men, un grupo de rap más conocido por sus arrestos y hechos vinculados a la delincuencia que por su calidad musical. Se produjo entonces un altercado que puso sobre un hilo la vida del jugador; golpes de todo tipo, un impacto con una botella de champagne en su rostro y once puñaladas divididas entre el pecho, su cuello, su cara y su espalda casi le costaron la vida. De camino al hospital Pierce preguntaba implorante: “¿Voy a vivir?¿Voy a vivir?”. Ya en el hospital, y justo antes de entrar en quirófano hacía una segunda pregunta a Battie que lo encumbraría para siempre: “¿No me dieron en el brazo, no es así?”. Diez días después, increíblemente, volvía a las canchas y terminaba el curso sin perderse un solo partido de liga. Digno de un monumento.

Dios le brindaba a Pierce una segunda oportunidad. Creyentes o no, y susceptibilidades a un lado, el pasaje bíblico de Juan 14:6 bien podría describir la vida de Paul: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. La vida, por partida doble, le sonreía y allanaba un camino que este mago del balón recorrería a las mil maravillas. La verdad se encargaba de ‘otorgársela’ Shaq pocos meses después de la casi tragedia.

Shaquille O’Neal jugaba en esa época en L. A. Lakers, y aquel 13 de Marzo de 2001, en el partido que enfrentaba a Lakers contra Celtics, Pierce se encargó de anotar el solito 42 puntos. Shaq, al terminar el partido, le bautizó ante la prensa. “Ese tipo nos ha dado un repaso. Los grandes jugadores aparecen en los grandes momentos, y el es muy grande; ha estado soberbio. Él es la (mother fucking) gran verdad”.

Paul Pierce The truth

Seguiría entonces una larga maratón en la que Pierce demostró ser un gran fondista. Tras ser privado en 2002 de su primera Final por los New Jersey Nets de Jason Kidd (y Kenyon Martin y Keith Van Horn, casi nada al aparato), se produjo la marcha de uno de los puntales del equipo, Antoine Walker.

Para llegar a lo más alto a veces es necesario tocar fondo y tomar impulso; y los Celtics se hicieron con un trampolín potentísimo: Glen “Doc” Rivers. Dos años en la alcantarilla, sin Playoffs, para unir a un irrepetible elenco comandado por uno de los mejores entrenadores de la década. A Paul ‘Silverado’ Pierce se le unieron un par de mitos en activo —Kevin Garnett y Ray Allen— el mejor perro de presa de la liga, Tony Allen, y un Rajon Rondo en plena eclosión. Que operación más sencilla, sin incógnitas. Un núcleo de estrellas pero sin la mentalidad egoísta de las mismas solo podía tener un destino. Coordenadas rumbo al anillo. En su décimo año en la NBA, el Pierce mejor escudado devolvería la gloria a una franquicia enorme por historia, y cerraría todas sus cicatrices proclamándose campeón de la NBA y MVP de las Finales tras derrotar a Los Ángeles Lakers por 4–2.

Vinsanity

Mientras que The Truth no se acuñaría hasta su tercer año como profesional, el apodo más famoso de Vince Carter ya le perseguía desde su etapa de universitario. Aún no había llegado al campus de la Universidad de North Carolina donde defendería por tres años los colores de los Tar Heels y la prensa ya pregonaba la buena nueva: “‘Vinsanity’ had come to Carolina”.

Su aterrizaje en la NBA tuvo más impacto mediático que su socio de artículo, algo no exento de razón. Su presentación en la campaña del lockout hizo más corta aún si cabe la temporada. Es lo que ocurre cuando estás disfrutando. Y Carter, equivocadamente comparado con Michael Jordan en sus orígenes, debió ser por decreto la imagen adjunta a la definición de Showtime según el Urban Dictionary.

Sin embargo, un sabor amargo guarda en su paladar aún a día de hoy. Y ya olisqueando los cuarenta, sigue haciendo lo posible por endulzarlo. Mientras que The Thuth ya luce anillo, Vinsanity aun sueña con el día que pueda elevar muy alto el Larry O’Brien.

No obstante, no podemos decir que Carter no tenga experiencia en eso de brindar trofeos a toda la afición. Pues no es solo Vinsanity; también es “Air Canada” y “Air Carter”, y para quien estas líneas escribe, estamos gozando (ya con cuentagotas), del mejor, junto con Dominique Wilkins, destructor de aros de todos los tiempos. Y esta religión no permite ateos ni escépticos. Pues para darle lustro al nuevo siglo, Carter redactó esta ley inderogable en el NBA Slam Dunk Contest de Oakland. Una oda a la ingravidez. Todo un pabellón expectante, en silencio, y ahí abajo un solista que regaló música coral.

Reciclarse o morir

Hartos estamos de ver como otrora estrellas menguan hasta apagarse, oscureciendo el parqué, incapaces de asumir con dignidad que se está extinguiendo su brillo. Otros, que se cuentan con las manos, consagran la teoría baloncestística de la evolución. Y a falta de un Darwin moderno que nos la explique, permitámonos la analogía del vino. Si sabe como cuidarse y conservarse, cuanto más añejo mejor o, por no caer en la vanidad, al menos igual. El sabor puro de la nostalgia servido en el mismo presente. Un selecto club que preside Tim Duncan, y que algunos como Steve Nash, Kobe Bryant, Dirk Nowitzki, Michael Jordan o Grant Hill recibieron tarjeta de visita. Otros, dígase McGrady, fueron expulsados del clan por no atenerse a las directrices.

Paul y Vince pertenecen a ese club. No necesitan de baños de vino como el señor Stoudemire. Ni una piscina entera obraría tal milagro. Ellos son el vino. Un par de botellas de Sta. Rita Hills de las cuales aun queda un buen trago. 18 All-Star suman entre ambos. Otra fruslería.

Pierce es el ejemplo perfecto de la eficiencia. Si bien no tan necesitado de su físico como Vince para marcar diferencias, el ex celtic ha abusado a gusto de las defensas durante años con potentes penetraciones y, como dicen en América, grandes volcadas. Pero su sello es otro. Ahora controla cada movimiento, economiza cada gramo de energía, y aplica la experiencia del que lleva mucho jugando a ésto. Si me permitís la comparativa, el Xabi Alonso del parqué. Sabe donde están sus límites y ya no necesita promediar 25 puntos por partido. Ahora juega para el equipo más que nunca, emplea su cuerpo con sabiduría, juega de espaldas de maravilla, y sigue siendo letal cuando no arriban al punteo. En su desembarco en el ‘megaproyecto’ ruso, con sede en Brooklyn, de una plantilla que hacía babear —Deron Williams, Joe Johnson, Kevin Garnett, Brook Lopez—, el que no me dejaba cerrar la boca y daba rienda a la ilusión de que la chequera de Prójorov podía funcionar, era Pierce.

Un año después hace los mismo en la capital. Justo la pieza de veteranía que necesitaban los Wizards, para crear el lazo de unión perfecto entre un perímetro top y un frontcourt que no desmerece. Ayer mismo, llamadme oportunista, 22 puntos y 6 rebotes en la victoria ante los Bulls en otra master class a precio de entrada (o League Pass para menos afortunados). Aunque no sea la piedra angular del proyecto, sin duda sus 12,8 puntos 4,3 rebotes y 2,1 asistencias que promedia este curso son un gran empuje para que en Washington puedan creer en algo grande.

Más mérito tiene, aun si cabe, el evolucionar de Carter en estas 17 temporadas. Un pívot de 2,15 a pie de aro no era motivo para cambiar de estrategia. Despegue vertical y otro ‘posterizes’ directo al top 10 de la semana. Un jugador que ha exprimido tanto su físico para ganar butaca vitalicia en la sección de highlights durante años y que, tras haber perdido casi toda la chispa del mechero, su fichaje en cualquier equipo se sigue contemplando como un acontecimiento genial.

La transformación de matador en tirador saliendo desde el banquillo exige mucho más que voluntad. Precisa clase, dedicación y cataratas de humildad. Vinsanity acostumbró a dejar la moto en el garaje con más asiduidad de la que el espectador desearía, para alargar sus noches de catequesis en la cancha. Sin ser mortífero ha aprendido a ser un buen arma desde el triple. Sabe seleccionar los tiros y elegir los momentos. Y de vez en cuando, esas gotas de las que hablábamos llueven doradas y más que celebradas. Ya son dos los viajes en el Delorean los que nos ha regalado desde que recaló en Memphis en septiembre. Ni en Dallas se le recordaba machacar tan sobrado. Vs Gobert y vs Nurkic.

Curiosamente, a pesar de estas dos exhibiciones de atletismo estamos, por primera vez, ante una temporada realmente floja de este escolta trota-estados. 6,3 puntos 1,8 rebotes y 1,3 asistencias. Aunque eso, todo hay que decirlo, en solo 17 minutos de juego. Muy lejos de los 24,4 que promedió en los Mavericks el año pasado. De todos modos yo soy de los que piensan que se está dosificando y reserva lo mejor. Los grandes jugadores aparecen en los grandes momentos. Que se lo digan a San Antonio en los pasados Playoffs, clutch shot de Vince mediante, que estuvieron a un partido de apearse del tren en la primera parada. La vida aún le debe una a Vince, y puede que se la tenga reservada antes de su jubilación. Hacía años que no estaba en un contender tan consistente, y puede que esa motivación que seguro acopia, salga con fuerza cuando llegue la hora de la verdad.

Vince Carter y Paul Pierce. Puede que ya no estén en condiciones de competirles el 1vs1 a los Durant, Wall, Griffin… pero llegaron en 1998, estamos a 2015, y ellos siguen ahí, rindiendo, resistiéndose a soltar del todo el testigo a los jóvenes hambrientos. Y lo más importante; nos siguen dejando buen sabor de boca, a la altura de su propio mito. Como le pedía a Ray Allen por Navidad: ‘todavía no’. Si ya sois los 16º (Pierce) y 25º (Carter) máximos anotadores de la historia de la NBA, ¿por qué no escalar algún puesto más?.

Puede que dentro de 50 años no se los recuerde a la altura de Bryant, LeBron, Robertson o Magic. Sin embargo, los que los estamos viéndolos y viviéndolos, sabremos que pertenecieron a una gran generación en una época en la que el baloncesto en Norteamérica tuvo su renacer. Y podremos decir que marcaron época, que fueron Hall of Famers con todas las de la ley, que miraron sin empequeñecerse, y de tú a tú, a algunos de los más grandes jugadores que haya presenciado la historia de este deporte.


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