New Orleans Pelicans, cotas extrañas

Aquella noche me acosté algo moscatel.  El 3 de agosto, la ESPN lanzaba sus cábalas basadas en el RPM (Real Plus Minus), una fórmula tan estoica como, a menudo, ...

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Por Enrique Bajo

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Aquella noche me acosté algo moscatel.  El 3 de agosto, la ESPN lanzaba sus cábalas basadas en el RPM (Real Plus Minus), una fórmula tan estoica como, a menudo, certera. Era consciente de que el Oeste era temible, pero no hasta ese nivel.

Aplicando el algoritmo, los New Orleans Pelicans finalizan la temporada novenos, a las puertas de playoffs. Y yo no termino de dar crédito.

Boxscore al por mayor

La cosa al principio suele ir de nombres, hasta que pasa a ir de resultados. En los deportes de equipo en general, en el baloncesto en particular, en la NBA como paradigma absoluto, hacer la batalla por tu cuenta puede otorgarte cierto rendimiento en el corto y medio plazo. El lisonjeo de la prensa, la aclamación del público o un contrato de varios millones; por lo general en el pack vienen los tres. Y luego, sin riesgo a perder ninguna punta del tridente, está el siguiente nivel. El que separa a los grandes jugadores de los jugadores franquicia. Las victorias.

En el curso baloncestístico 2013-14, Rudy Gay promedió 20 puntos, 6 rebotes, 2,9 asistencias y 1,3 robos en 34,4 minutos durante su estancia repartida entre Toronto y Sacramento. Paul George, cerraba esa misma temporada con cifras de 21,7 puntos, 6,8 rebotes, 3,5 asistencias y 1,9 robos en 36,2 minutos.

Estadísticas paralelas para vibraciones casi opuestas. La posesión del gen ganador, las sensación de estar ante un jugador capaz de conducir antes o después a su equipo a la gloria, sólo parecía querer aliarse con uno de ellos. Obviamente el tiempo juega a favor de PG13, cuatro años más joven que Gay; pero la edad es solo una variable más.

Tres factores

Variables hay muchas, de hecho. Pero son tres las que, entiendo, marcan la diferencia. ‘Coach, mates and mind’.

El cuerpo técnico es vital y Gregg Popovich se encarga de demostrarlo año tras año. Ya sin Big Three, Pops se reinventa y se rencuentra. Pule con mimo su gema —Kawhi— y amortiza todo lo demás para convertir en normal lo que debería ser una anomalía: 20 años por encima de las 50 victorias (60%).

La otras dos no se entienden la una sin la otra. El acompañamiento y el, ya mentado, gen ganador.

«Ningún jugador es tan bueno como todos juntos», en boca de Alfredo Di Stefano. Y si preferimos decantarnos por una cita de la casa: «El talento gana partidos, pero el trabajo en equipo y la inteligencia gana campeonatos». Firma, Maese Jordan.

De aquí se extraen un par de cosas. Que en un deporte de cinco, uno no es suficiente. Y que en el buen —o no tan buen— hacer de los otros cuatro influye, más que la aptitud, la actitud. Y esa única letra de diferencia trae loca a media NBA con un ego ampliamente sobrealimentado.

ADN James

Por eso no es casual, que en los premios NBPA de final de temporada, ante la pregunta: «¿Qué jugador quieres en secreto en tu equipo?» la respuesta se repita cada año: LeBron James. Un jugador al que no tienes más opción que creer cuando afirma que «si tengo que pasar el balón más que lanzar, lo voy a hacer una y otra vez». Y lo crees a pies juntillas porque es alero y porque promedia 7 asistencias por partido tras una década de baloncesto. Sus aptitudes para el básquet, descomunales, empequeñecen hasta desaparecer de la vista ante su actitud.

Antes de ganar anillos y alcanzar Finales con la regularidad con la que un martes sigue a un lunes, James ya serigrafiaba hitos en solitario.

A la Era de los Big Three en Heat y Cavs, le precedió una primera etapa de siete años en Cleveland.

En su curso de novato, The Chosen logró que su equipo pasara de la 15º a la 9º plaza de su Conferencia; o lo que es lo mismo, de las 17 a las 35 victorias. Dos temporadas después, lo conducía a unas Finales de NBA —pulverizados por los Spurs— donde los rostros más conocidos en su vestuario, además del suyo, eran los de Drew Gooden, Zydrunas Ilgauskas y Larry Hughes.

Una «simple» estrella gana partidos, LeBron James al desnudo alcanza Finales de la NBA; un conjunto de estrellas que juegan a ser un equipo —o un equipo en San Antonio que Pops convierte en estrella— gana campeonatos.

Los que están hechos de esa pasta viven en constante peligro de extinción. Pero son ese puñado de locos, esos que mezclan aptitud con altas dosis de actitud, son los que figuran en lo más arriba de las quinielas. La Liga, que no es tonta, entiende esto además desde su esfera más personalista. Dos MVP de temporada regular se llevó Steve Nash. Dos le quitó a Kobe.

Pelicans, exclusión total

Y hoy, los analistas y las matemáticas no compran el proyecto de los Pelicans. Sí se casan, por el contrario, con los Warriors y sus cinco jinetes del apocalipsis —ya lo hacían cuando eran sólo cuatro—. Con su baloncesto alegre, dinámico y desenfadado. Vistoso y matador a partes iguales.

También lo hacen, en orden decreciente, con los Rockets de Chris Paul y James Harden, porque este dúo de repartir el balón algo sabe, y a los entendidos no pasa desapercibido. Y se casan con los Spurs, porque de los Spurs no se divorcia nadie; y se casan con los Celtics, porque Brad Stevens lleva cuatro años dejando claro que es el Pops de los años veinte del siglo veintiuno.

Y luego, mientras hay franquicias que pasan el corte a base del nombres y talonario —Timberwolves, OKC, Denver— los Pelicans de Anthony Davis, DeMarcus Cousins, Jrue Holiday y Rajon Rondo se quedan con la miel en los labios.

Y esto no es una realidad solo para ESPN y su Real Plus Minus. Ampliamos el sesgo.

En otro portal de renombre, Bleacher Report, colocan a los Pelicans décimos del Oeste (40-42) Más de lo mismo en espacios amateur, como FanRag Sports (38-43). E ídem de ídem para las principales casas de apuestas —40,5% de victorias según BetLine o el 43,5% para Vegas Line—. Los Pelicans no se la cuelan a casi nadie.

Small ball y otras pequeñeces

Pongámonos serios. No es que estemos ante la mejor pareja interior de la NBA; es que, posiblemente, con permiso de dos o tres —Gasol, Towns, y Embiid cuando le dejen otro rato—, en los Pelicans visten y calzan los dos mejores hombres del momento en la zona pintada. Davis y Cousins, una pareja que, por los pronósticos, ni vence ni convence.

Sin duda, existen múltiples detalles y argumentos menores que refuerzan la tesis de unos Pelicans fuera de playoffs. Por mentar algunos: un banquillo pobre, un entrenador limitado, un fichaje por poner a prueba —Rondo—, una química por construir entre sus dos torres y, sobre todo, un Oeste tan armado hasta los dientes que empuja a reflexionar sobre si quedar noveno es, o no es, para tirarse de los pelos.

Pero no deja de ser inquietante, cuando menos, el ver que a pesar de que algunos equipos han empeorado sus plantillas —Clippers, Jazz—, según expertos y calculadoras les queda margen suficiente para birlarle los billetes de la postseason a Alvin Gentry y su apresurado proyecto de éxito.

Porque a mí, es que me choca.

  • Porque a Rondo ya lo teníamos de vuelta en (casi) su mejor versión en los Bulls y además demostró entenderse a las mil maravillas con Cousins en los Kings.
  • Porque Davis viene de cuajar su año más sensacional hasta la fecha (28 puntos, 11,8 rebotes), sin lesiones de importancia (75 partidos) y es carne de MVP.
  • Porque Jrue Holiday vuelve a asemejarse al que fuera All-Star en los 76ers y porque se adentra en el próximo curso a sus 27 años, en plena madurez.
  • Y porque Cousins está ante una oportunidad única y sin precedentes de, tras siete temporadas mordiendo el polvo, alcanzar de una vez por todas los playoffs.

Quizás por ello, por localizar una última refutación que apacigüe mi escepticismo con esos Pelicans novenos —yo los veo en mayo y más allá—, deba pensar en que el estilo actual pueda ser, aunque habrá que esperar y verlo, verdugo suficiente ante un juego interior de un nivel pocas veces visto antes en la NBA; capaz de hacer que muera tanto en la inoperancia y en la impotencia como en el más melancólico abandono.

A contracorriente

En lugar de practicar sus movimientos al poste, Cousins y Davis —y casi un tercio de los pívots de la NBA— se las pasan entrenando su tiro de tres. De centrarse exclusivamente en mejorar su dominio de la botella, se arriesgan a pasar desapercibidos. Licencias de este calibre sólo pueden permitírsela jugadores que protegen el aro la mar de bien, y porque en otras facetas no puedes exigirles porque simplemente no les da —AKA DeAndre Jordan – Rudy Gobert—.

Hoy, en la NBA manda el perímetro. Los dólares se depositan en los de fuera; los rápidos, los que asisten, los que penetran y también la saben clavar de tres. Tríos consagrados (Curry, Klay, Durant — Wall, Beal, Porter) y también nacientes (Irving, Brown, Hayward — Teague, Butler, Wiggins), así como dúos que, en opinión de muchos, se bastarán por sí solos (Westbrook, George — Paul, Harden).

Un ‘3’, por caridad

En New Orleans no tenían alero con Salomon Hill y siguen sin tenerlo tras su lesión. Han dejado que, uno a uno, se vayan escapando los mejores forwards de la agencia libre. Y ahora, a trancas y a barrancas, tocará rebuscar donde apenas queda, o fijar las cinchas y tirar con lo que hay —soplo de última hora: los Pelicans poseen una trade exception por valor de 3.517.200 dólares y Shabazz Muhammad aún está sin equipo—.

Y en este punto, sin alero conocido, con un backcourt que no convence y con un frontcourt que, según parece, tampoco vence, tocará derrumbar la muralla del octavo puesto y esos mil y un análisis que les advierten que no; que este año tampoco toca.

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