Dentro de las Finales: Robert Horry, patente de «clutch»

¿Quién necesita ser All-Star cuando tienes siete anillos y te has vestido de héroe en prácticamente todos ellos, con canastas inolvidables?

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Por Enrique Bajo

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El balón que quema, no siempre lo enfría el jugador franquicia

Cuando las Finales NBA alcanzan su punto álgido, cuando la presión se vuelve insoportable y cada posesión pesa una eternidad, pocas figuras en la historia han sabido dirigirse a la home y agarrar el bate con la precisión de Robert Horry.

Mientras otros jugadores desarrollan su carrera a la luz de los focos, Horry se convirtió en el epítome del “winning time”. Su vasta carrera es un cúmulo de highlitghts en sí misma; una sucesión de arpegios que evocan a Zimmer y Djawadi: a épica y leyenda.

Sus momentos decisivos iban siempre ligados a escenarios de tensión máxima y a su capacidad de responder con frialdad estoica; un hombre capaz de emerger de la nada para anotar triples imposibles, capturar rebotes clave o ejecutar defensas decisivas justo cuando el destino de un título pendía de un hilo.

Su legado no es solo el de un ganador incansable, sino el de un clutch player que cambió la percepción de lo que significa ser una estrella en la sombra.

Casi un reflejo al que aspirar y en el que mirarse todo jugador de Indiana Pacers de cara al inminente Game 7.


Entrada en escena: 1994, Knicks vs Rockets

Las Finales de 1994 fueron de las crudas. Ásperas como pocas veces ha visto la NBA moderna.

Dos equipos físicos, meticulosos y volcados en la defensa se cruzaban en un cierre de temporada que no parecía hecha para el lucimiento. Pero allí estaba Robert Horry, segundo año como profesional, titular en los Rockets y pieza ya imprescindible para Rudy Tomjanovich.

Aquella serie se recordará siempre por la espectacular batalla entre dos monstruos: Hakeem Olajuwon y Patrick Ewing. Pero el alero de Alabama sumó con un básquet translúcido que los números no recogen del todo.

Horry fue clave para espaciar la pista, alternar marcas defensivas y contener las ayudas en el poste. El propio Tomjanovich lo dijo años después: «Rob era nuestro comodín. Tenía un IQ brutal, y siempre sabías que haría lo correcto sin necesidad de pedírselo». Promedió 10,6 puntos, 5,9 rebotes, 3,7 asistencias, 1,9 robos y 1,7 tapones en aquellos siete partidos (¡que nos gusta un séptimo!), y aunque no hubo triple ganador en esa serie, sí hubo una constante: cada vez que el balón pasaba por sus manos, los Rockets respiraban mejor.

Fue el primer paso de un patrón que se repetiría en cada una de las seis Finales que le quedaban por delante.

1995: su primer triple decisivo

Al año siguiente, con los Rockets sin ventaja de campo en ninguna de las series, Horry se destapó. Frente a los Magic, en el Game 3 de las Finales, serigrafió una de sus postales eternas.

A falta de 14,1 segundos y con Houston un punto arriba, recibió en el retrovisor de la curva e, ignorando el punteo, clavó el triple que puso el +4 definitivo. Serie encarrilada (3-0), y segundo anillo al bolsillo.

Lo mejor, sin embargo, fue su serie completa, contradiciendo esta vez esa racanería numérica por la que también es famoso: 18 puntos por noche, 50% en triples, 10 rebotes, 3 asistencias, 3 robos, 2 tapones… en 46 minutos de media (así era el load management de entonces).

Horry no solo anotaba. Era toda una hueste de mosqueteros: todo para todos. «Nunca sabías si estaba defendiendo a Shaq, a Dennis Scott o a Nick Anderson. Lo hacía todo sin que nadie se diese cuenta», recordaba Kenny Smith.

La trilogía de oro: 2000–2002

En 1997, en plena madurez y tras una breve escala en Phoenix, aterriza en Los Ángeles. Y es en el cambio de siglo cuando Horry forja su legado.

Phil Jackson lo utilizó como cuarta o quinta espada ofensiva y como primera línea de defensa cuando se condensaba el partido. A lo largo de tres Finales consecutivas (Pacers, Sixers y Nets), acumuló minutos en cada puesto del frontcourt, liberó a Shaquille O’Neal de guerras innecesarias y sirvió como falso cuatro en los quintetos de cierre junto a Rick Fox y la dupla Bryant/Fisher.

Su momento (uno de tantos) llegó en el Game 3 de 2001.

Los Sixers habían ganado el primero, y los Lakers no podía permitirse una derrota más. A falta de 47,1 segundos, con +1 en el marcador, Horry recibió tras penetración y clavó un triple desde el ángulo derecho. Después, sumó cuatro tiros libres sin pestañear. El Staples rugía, pero él ni se inmutaba. «Era como si jugara al golf en mitad del caos», lo explicaba Shaq.

2002: The Shot

No es fácil elegir una. Son tantas… pero esta quizás es por la que más se le recuerda. Game 4 y en frente Sacramento. No fue en las Finales, pero sí en la antesala del título.

Lakers 1-2 Kings, último cuarto, último segundo. Rebote ofensivo largo que Vlade Divac palmea hacia fuera… el balón cae en manos de Horry, en el vértice, sin tiempo para pensar. Limpio. Sólo red. Victoria. Serie empatada. «Yo lo palméé a propósito, porque no me fiaba de que nadie pudiera meter eso», aseguraba Divac con sorna años más tarde. «Salvo que, claro… era Robert Horry».

Semanas después, los angelinos levantaban el título de campeón tras imponerse 4-1 a los Sixers de un Allen Iverson en plenitud. Sin necesitar de su epopeya, volvía a dejar muestras de su kairós, como este triple lapidario en el Game 3.

2005: de vuelta ante Detroit

Ya como veterano en San Antonio (34 años), con un papel reducido durante la regular season, Horry volvió a aparecer donde cuenta. En las Finales ante los Pistons, su presencia se volvió decisiva en el Game 5. Ese partido, empatado a dos en la serie, se fue a la prórroga tras una remontada de los Spurs liderada por Ginobili. Pero fue Horry quien se llevó hundió el último taco del ataúd.

5,9 segundos para persianazo. 95-92 abajo. Saque de banda. Ginóbili se cuela por el lado débil, recibe y pasa a Horry, completamente solo en la izquierda. Otra vez. El bendito día de la marmota. «Sabíamos que si llegaba a sus manos, el partido estaba terminado», reconocía Chauncey Billups. Esa fue la quinta de las siete Finales que jugó… y volvía a dejar una huella tan fugaz como imborrable.

2007: el último anillo, la última sombra

A los 36 años, y con un rol aún más testimonial, Horry volvió a ser importante pero desde otras facetas: la menta el mental y la defensiva. Ante unos Cavaliers liderados por LeBron James, Gregg Popovich lo puso a presionar desde el poste, a doblar esfuerzos, a hablar en los tiempos muertos como su brazo armado a ras de pista. «Rob no jugó muchos minutos, pero cuando hablaba, todo el banquillo callaba», contaba su compañero Brent Barry.

Fue su séptimo anillo. Nadie con tan pocas estadísticas acumuladas había tenido tanto impacto histórico.

Mucho más que un All-Star

Horry nunca disputó el partido de las estrellas. Su estilo no encajaba en los requerimientos para ser parte de esa cita. Nunca lideró un equipo en anotación.

Pero si se trataba de ganar, ahí todos deben postrarse salvo los Celtics de los ’60.

Siete anillos con tres franquicias distintas. 53 triples en Finales, récord absoluto. Tres canastas patente de corso. Más de 240 partidos de playoffs jugados. Y, sobre todo, su aura de certeza en el estertor final.

«Hay tipos que quieren el balón, tipos que lo esquivan, y tipos que lo entienden. Horry entendía el momento como nadie», decía Tim Duncan. «Le dabas el balón y sabías que no iba a temblar. Que lo iba a disfrutar».

Referente

En un baloncesto cada vez más orientado a la estadística, el legado de Horry es un recordatorio poderoso: la historia no la escriben sólo las grandes figuras, sino también quienes aparecen en los grandes momentos. En un era donde la NBA está repleta de tiradores y especialistas, la historia de “Big Shot Bob” sigue siendo la máxima expresión del clutch.

Un tipazo, Horry. Un grande en toda su acepción. Dimos fe en Málaga hace unos años.

Dentro de las Finales: Robert Horry, patente de "clutch"

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