2020, ¿por qué no te marchas?

<<¿Por qué él y no otro?>>

Eso fue lo primero que cruzó mi cabeza como un relámpago doble de indignación, cuando el feed de Instagram, tan acostumbrado a mimarme con Reels de highlights de la jornada nocturna, me despertó con un cafeterazo de metal sordo y contenido amargo.

Indignación doble, primero por el qué, para pasar rápidamente al quién. El 2020 se despedía en su línea de todo el año, también en el deporte, con la grave lesión de Klay para arrebatarnos el show de los Splash otra temporada entera. Pero ni empezaba a perderse, diminuto, en el horizonte, cuando su eco, demasiado corpóreo para escurrirse ante nuestros ojos, ha empezado a golpear la puerta con ánimo de derrumbarla.

Asalto al poder en versión Teletubbie y con mucho yeso alucinógeno de por medio, en un surrealista abordaje al Capitolio con el que no sabes si reír o llorar, hasta que lees que ha habido cuatro muertos y que toca seguir llorando. Mientras, en el impenetrable búnker entre dos aguas, Boris Johnson empieza a entender que su verdadero enemigo no irrumpe ni por tierra ni por mar, y mucho menos espera su invitación para acceder ni solicita un permiso de residencia para quedarse; en Reino Unido están desbordados y hace unas pocas horas se filtraba un documento interno de que Londres está a dos semanas de que su logística explote y el caos, ante la falta de soluciones, vuelva a aflorar, mientras hay orden interna de que en Emergencias no descuelguen el teléfono, ante la incapacidad de los servicios públicos de dar auxilio a quién lo necesite.

Demasiado(s)

Y en la NBA, este 2020 que ni se toma las uvas ni se atraganta con ellas, llevaba días avisando: Ja Morant, Spencer Dinwiddie, Kris Dunn, Derrick White, Tomas Satoransky, Dante Exum… las primas rocas advirtiendo un nuevo alud. Y tras Thompson y Dinwiddie, ya tenemos el tercer premio gordo de una lotería que jamás compramos pero cada año, joder, toca.

Cuando en la resignación me preguntaba que por qué él y no otro, la cosa no iba sobre desear el mal ajeno sino sobre una pataleta egoísta de sobreprotección. En esta Major de afición multirracial y alcance mundial, los que crecimos sin un pabellón NBA cerca de casa ni tampoco a quince horas de coche, solemos dividirnos en dos grupos: ‘Aficionados de jugadores’ y ‘Aficionados de Equipos’. El aquí redactor, sin pasión irracional por camiseta que le represente, es de los primeros. Me bajo y subo de los carros en función de lo que hagan D-Rose, Ricky Rubio, Gordon Hayward, y Michael Beasley, por lo que este año estoy que lo tiro: Pistons, T-Wolves, Hornets y el gimnasio donde B-Easy e Iman Shumpert se ponen a tono y tensan la tinta negra de sus tatuajes a la espera de la fase de repesca: la lógica me dice que 0/4 en playoffs. Pero es lo que hay; la paradoja me sitúa este curso, pues, como el bicho raro del League Pass: masticando a unos Pistons que en este comienzo se hacen bola, sólo por esperar algún chispazo aislado: ese rectificado a aro pasado, plástico como pocos, de un MVP que, aún ocho años después, me sigue haciendo pagar el precio.

Y este año, a la lista de cuatro, se había sumado un nuevo capricho. Es algo, un síndrome recurrente, que me he dado cuenta que me sucede con todos los números 1 del Draft: que quiero que lo sean. Y mientras seguimos esperando a Bennett, Markelle Fultz ya empezó a dar serias muestras el año pasado –por si alguno había olvidado su baloncesto arrollador en la NCAA– de que lo suyo no era un farol ni lo de los ojeadores un ataque de miopía o un flagrante caso de bust.

Fultz había arrancado la temporada 2020-21 con un pintón de MIP, y los Orlando Magic, aún con la baja de Jonathan Isaac para todo el curso, se postulaban de nuevo como equipo de playoffs. Ahora la cosa pinta a 0 de 5, y con Markelle mucha rabia y algunas dudas de cómo regresará de esta.

¿Lo peor de su lesión?

  • Progresión. Que ahora, durante varios meses, se convierte en estancamiento forzoso. Fultz había recuperado el 90% de su explosividad y más de la mitad de la confianza y el tiro perdido. Su mid-range game empezaba a herir al rival, su IQ para dirigir fluía de nuevo, y su arrogancia estética para atacar el aro rompía una hebilla de la correa por para duelo disputado. En ocho partidos, aún con el tiro de 3 pendiente, proyectaba datos de 17 puntos y 7 asistencias los 36 minutos.
  • Recaída. Psicológica, desde luego, pues el tren inferior no ha sido hasta ahora un problema recurrente en el point guard. El hombro terminó por ser mucho menos un problema muscular y sí un importante obstáculo en su cabeza. SST, Thoracic Outlet Syndrome o Síndrome de la Salida Torácica, como prefiráis: un follón nervio-fisiológico que hizo que Fultz se perdiera en la oscuridad y dejase de ser Fultz. Olvidó tirar, olvidó creer y, por momentos, olvidó intentarlo.

¿Lo ‘mejor’ de su lesión? (asumiendo que no hay nada bueno)

  • Edad. 22 años, es un chaval. Situadlo como un caso hipotético de estudiante senior que ha cerrado el ciclo de cuatro años de universidad. ¿Un ejemplo de jugador que no se presentó al Draft hasta terminar la carrera y aún así triunfó? No uno, os daré diez: Shane Battier, Danny Granger, Tayshaun Prince, C.J. McCollum, Jimmy Butler, Draymond Green, David Lee, Steve Nash, Damian Lillard y Tim Duncan.
  • (Doble) Resurgir. Reaprendió a tirar, volvió a creer y desde hace un año que no ha parado de intentarlo conseguirlo. Markelle Fultz derrumbó definitivamente la narrativa de la esperanza y la promesa para convertirse en una sólida realidad. Un miembro más del quinteto titular de los Magic que, junto a Vucevic, Gordon, Fournier y Ross, era aval suficiente para colocar de nuevo su camiseta entre las ocho del Este que siguen empapándose de sudor en postemporada. Hay que hablar, pues se ha ganado ese derecho, de resurgir mental y psicológico en Fultz tras una de esas lesiones prácticamente incatalogables, que te van minando poco a poco y a menudo son más letales que una rotura de menisco o un desgarro en el Aquiles.

    Y habrá que hablar, sin atibos de duda, de resurgir físico por dos motivos. El primero lo encontramos en el guión anterior, la edad. Con la curva en pleno ángulo ascendente, el reloj bio-profesional de Fultz no ha hecho más que empezar a girar y aún le quedan otros diez años por delante de suave estepa, antes de susurrar siquiera lo del declive metabólico. El segundo es que las siglas ACL nos las conocemos ya de sobra, y si contenemos la respiración o nos inunda el coraje al leerlas, no es porque las sepamos irreversibles o lapidarias, sino porque son el irremediable anticipo de 6-9 meses de sequía de aquel jugador que acompañe su nombre. Y vísteme despacio que tengo prisa.

    La tipología de la lesión (ligamento cruzado anterior) es archiconocida por pesada y redundante, pero la ciencia médica ha convertido en simple resfriado lo que hace menos dos décadas era una seria neumonía. Por ahora, este largo contratiempo no es más que eso; un ‘nosotros’ (los fans) a poner la fecha del dejavú a finales de 2021/principios del 22, y un Fultz armándose de rehabilitación y paciencia, sabiendo que su reino y potencial reinado siguen intactos, esperándole un poco más allá de la vuelta de la esquina.

(Fotografía de portada de Mitchell Leff/Getty Images)


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