30 equipos, 30 secundarios: División Central

A medida que voy cogiendo carrerilla con esta serie, dedico un espacio mayor a cada protagonista en las sombras. Así que el que disfrute de lecturas más prolongadas, aquí tiene texto para celebrar el fin de la temporada regular. En esta penúltima entrega repasamos a una renovada División Central en la que los Bulls y los Cavs han alzado el vuelo después de años algo hundidos. Aunque aquí lo que interesa son los bajos fondos. Podéis leer las anteriores entradas de la serie en estos enlaces:

1ª entrega — División Atlántico

2ª entrega — División Noroeste

3ª entrega — División Sureste

4ª entrega – División Soroeste

Chicago Bulls – Javonte Green

Hemos hablado de: Alex Caruso y Ayo Dosunmu

La rotación de ala-pívots de los Bulls quedó cercenada con la temprana lesión de Patrick Williams. De ahí en adelante ha sido el puesto de la plantilla que más variantes ha introducido a lo largo del curso.

Hablamos además de un puesto crucial para minimizar la debilidad interior de Chicago. Vucevic es uno de los peores pívots titulares de la liga defendiendo el aro, por lo que el cuatro de los Bulls debe ser alguien preparado para ser agresivo en el perímetro y al mismo tiempo retener jugadores y contestar tiros cerca de la zona. El carrusel de la posición ha visto pasar por allí a Derrick Jones Jr., Troy Brown Jr., el propio Green e incluso DeMar DeRozan en los quintetos con tres bases que Billy Donovan ha introducido hace poco.

La rotación se ha ido acortando y el tiempo ha ido dando cuenta de que Ayo Dosunmu sí cuenta con talento diferencial dentro de sí, por mucho que no le cueste ensuciarse las manos en el barro. Dejando a Javonte Green como único encargado a tiempo completo de las labores más típicamente ingratas. Donovan le define como “un gran jugador de equipo”, que es lo mismo que decir que se parte la cara por servir de pegamento del grupo.

Sumar presencia física para trabar el ataque rival hasta donde le sea posible. Pelear cada balón dividido como si fuese el último. Cazar rebotes largos que llevan a contraataques fáciles y atrapar con vehemencia rebotes ofensivos que sumen tiros abiertos. Cuando uno de sus cuantiosos esfuerzos acaba en canasta, no queda otra que celebrar con ímpetu, y los mejores Bulls han sido los que han sabido cabalgar sobre esa ola de ánimo fraguado en la brega. Javonte Green no es más que eso, pero tampoco menos.

Milwaukee Bucks – Bobby Portis

Después de cuatro años sin visita a la Casa Blanca durante la administración Trump, alguien podría esperar que los Milwaukee Bucks se presentasen allí en tono solemne. Y así fue hasta que Bobby Portis amenazó con usurpar al Presidente Biden. El pívot se había convertido en una debilidad de los aficionados de los Bucks durante el ascenso del equipo al campeonato. Su vigor y carácter incendiario le convirtieron en héroe de Milwaukee después de que el mundo le tachase de villano hace no tanto.

Pero la gente está acostumbrada a verle celebrar con los ojos a punto de salirse de las órbitas, por lo que descubrirle sereno, vestido de traje y portando gafas de ver hizo que las redes enloqueciesen. Segundos después de postrarse detrás del atril, los aficionados de los Bucks y la NBA en general se arrojaron a pedir su candidatura al grito de Bobby POTUS (President of the United States).

Pero ya entonces Portis estaba a bordo de otra intrincada misión intentando amortiguar la baja sufrida por Brook López en el primer partido de la temporada. No por haberlo dicho hasta la saciedad deja de ser menos cierto que la baja del que fuese All-Star en 2013 ha sido mucho más importante de lo que parecía en un principio. La ausencia de López ha cambiado por completo la configuración defensiva de los Milwaukee Bucks, asentada durante los últimos años en el drop del center en situaciones de bloqueo directo y en las ayudas de Giannis desde lado débil.

Portis no es tan hábil a la hora de frenar las penetraciones del manejador mientras evita que el roller no le gane la espalda con facilidad. Por ello, los Bucks han tenido que probar cambiando asignaciones ante cada pantalla o incluso lanzando al pívot sobre hombre con balón para hacer un dos contra uno. Ha sido extraño ver la cantidad de fallos de timing y comunicación que ha acumulado Milwaukee este año. No obstante, el trabajo de Portis ha sido más que digno pese a que el equipo haya caído a mitad de tabla en eficiencia defensiva —top 10 en las últimas tres temporadas—.

En el mejor de los casos Bobby es un defensor mediocre, pero los Bucks no han tenido que esconderle en exceso en finales apretados, donde la defensa de Milwaukee ha seguido siendo dominante durante todo el curso. Ahora bien, el ataque de los Bucks ha sido el mejor de las últimas temporadas, y Portis tiene bastante más que decir en esta parcela.

No fue la principal razón de su éxito, pero en la carrera por el anillo los Bucks aprendieron que cuanto mayor grado de libertad le otorgaba a algunos de sus secundarios, más enriquecía su ataque. Portis fue uno de los grandes beneficiarios de que Budenholzer apostase por un ataque menos encorsetado, y este curso lo ha llevado a nuevas cotas.

Básicamente Bobby está replicando sus temporadas de mayor peso en ataque en el contexto de todo un campeón de la NBA. Lanza y anota más triples que nunca –4,7 y 1,9 respectivamente— manteniendo porcentajes cercanos al 40%. Pero también recibe manga ancha para acudir a tiros de media distancia y situaciones de poste medio y bajo sin dar sensación de estar excediendo nunca sus limitaciones.

Por otra parte, es en los tableros donde mejor ha sabido sustituir a Brook López. Los Bucks siguen siendo uno de los equipos más dominantes de la liga en el apartado reboteador, faceta en la que Portis está firmando el mejor año de su carrera con diferencia.

Todo esto, claro, se une irremediablemente al factor emocional de ser uno de los personajes predilectos de la afición. Es casi imposible mantener la compostura cuando se observa a Bobby protagonizar una de sus bravuconas celebraciones en los momentos más tensos de partido. 

A pesar de las cuantiosas bajas de jugadores capitales, este año Milwaukee ha protagonizado un porcentaje de victorias prácticamente idéntico al del año pasado en el que terminaron levantando el Larry O’Brien. Y aunque conviene centrar todos los focos en la grandeza inagotable de Giannis Antetokooumnpo, cabe recordar quien ha sido su fiel escudero desde el primer día.

Cleveland Cavaliers – Kevin Love

Han sido años ingratos para Kevin Love. Con él no aplica la retahíla del adiós de LeBron para explicar lo vivido. Antes de que el hijo pródigo cambiase Ohio por California, pocos meses antes de que los Cavaliers alcanzasen las Finales de la NBA por cuarto año consecutivo, Kevin Love tuvo a bien compartir con el mundo sus encontronazos con la depresión y la ansiedad. Que en su caso se prologaban ya durante casi una década.

En la célebre nota publicada en The Players Tribune él mismo decía que nunca había hablado de salud mental con nadie. Pero ya desde su llegada a Cleveland en 2014 costaba poco ver a Love como una especie de damnificado de todo aquello. De la noche a la mañana había pasado de ser cabeza de ratón a cola de león. Fue el último en llegar al faraónico proyecto que abría el regreso de James y , por talento, era el tercero en discordia.

Esto se vio reflejado en su rendimiento en cancha. Love no terminaba de encajar y era el conejillo de indias habitual entre las críticas al equipo en sus primeros días. Poco a poco se le fue acomodando en la dinámica y Tyronn Lue comenzó a utilizar los primeros cuartos para jugar para él y meterle en ritmo de anotación. Las cosas mejoraron, pero todavía se le seguía mirando por encima del hombro en la comparación con sus compañeros de Big Three. Hasta el punto de que su defensa sobre Stephen Curry en la jugada que cerraba el anillo de los Cavs fue vista como episodio redentor por lo vivido desde su llegada. Segundos después, fue el hombro de Love donde LeBron rompió a llorar.

Solo entonces volvió a ser All-Star y el debate general le situó donde su baloncesto ya había merecido estar durante al menos un año. Pero, aunque el mundo lo ignorase, eso no acalló sus altibajos en materia de salud mental. No hacía falta para tenerle como un jugador de culto, pero convertirse en uno de los pioneros en el deporte de élite a la hora de hablar de estos temas disparan mi personal admiración por Love.

Por eso mismo escocía más verle atrapado en un contexto en el que era obvio que pintaba poco. Tampoco le quedaba otra después de firmar 120 millones de dólares por cuatro años en 2018. Él seguía dejando números y se esforzaba por ser el mentor de un equipo extremadamente joven. Pero estaba claramente fuera de lugar, gastando años de lo que aún podía ser un complemento de lujo en un equipo aspirante. Por si fuese poco, las lesiones tampoco le han permitido estar siempre en pista, perdiéndose 94 partidos en las últimas tres temporadas.

Su temporada 2020-21 rozó incluso lo desagradable, mostrando varios episodios de frustración en cancha derivados de un ambiente poco ideal de puertas para adentro. Llegados a ese punto y con la franquicia queriendo asentar las bases de su proyecto joven, Love era el señalado para salir. Especialmente con las llegadas de Markannen, Allen y Mobley. Irónicamente, ha sido el aterrizaje de estos tres en el quinteto titular lo que ha reformulado su carrera.

Kevin aceptó desde el primer día su nuevo rol como sexto hombre. Sobre todo si eso significaba compartir muchos minutos en cancha con su amigo Ricky Rubio. Saliendo desde el banquillo el volumen de tiros del ala-pívot apenas se ha resentido y ha vuelto a estabilizarse en porcentajes de carrera en triples y tiros de dos. Sobre todo con todo el equipo sano, goza de libertad para acudir también a jugadas de poste que le ayudan a entrar en ritmo y continúa siendo un reboteador excepcional en ambos tableros. Pero lo relevante es que se vuelve a sentir importante en un equipo que gana partidos y genera ilusión. La sonrisa no es indicativo del estado de ánimo de una persona, pero ver a Love disfrutar nuevamente del baloncesto y disfrutar de buen humor en la pista es razón suficiente para alegrarse por él.

Indiana Pacers – Chris Duarte

Hay infinitas razones por las que sentarse a ver un partido, pero lo que mantiene nuestra atención en un equipo en particular reduce el número de circunstancias. Estas son la afiliación emocional, la novedad, el atisbo de progresión y la grandeza sostenida en el tiempo. Es decir, o ser aficionados de ese equipo o la atracción de nuevas caras o la frescura de un grupo que evoluciona positivamente o la aparente seguridad de que vamos a ver algo extraordinario cada vez que nos ponemos delante de la pantalla.

Los Indiana Pacers han sido privados de todas estas bondades durante los últimos dos años. Aún cuando competían por puestos de playoffs ya desprendían un aroma a equipo estanco. Y su endeble estado competitivo desde que Nate Bjorkgren se puso a los mandos del equipo ha agigantado este sentimiento. Los Pacers se habían quedado a vivir en un Día de la Marmota esgrimiendo una y otra vez las mismas virtudes y defectos noche tras noche. Para cuando comenzó el actual curso, la implementación de Caris Levert al sistema provocó un caos en el reparto de roles que incurrió en las fallas y evaporó las ventajas.

A pesar de que la cultura de la franquicia no es amiga de reseteos, una situación así por lo menos obliga a dar un paso atrás para intentar dar dos adelante. La llegada de Tyrese Haliburton genera ilusión de cara a futuro, pero ahora mismo los Pacers son otro de esos equipos ilegibles que ocupan la cola de ambas conferencias.

En esa amalgama de inmovilismo y pastiche anticompetitivo, Chris Duarte se siente como el único jugador que se salta el guion escrito en Indiana desde la explosión de Victor Oladipo, de la cual ya han pasado cuatro largos años. Desde el principio su presencia en Indiana se sentía como la de un elemento exógeno, diametralmente opuesto a los códigos que hablaba el resto del equipo.

Observado en frío, Duarte es demasiado inconsistente para ser un gran jugador de lado débil y demasiado poco autosuficiente con bote como para desahogar a su compañero de perímetro. Además como jugador salido tarde de la universidad, al chico se le adivina un techo no mucho más alto de lo que ya es hoy. Pero al espectador neutral, al que le importa poco esta visión pragmática, celebra que Indiana vuelva a ver un jugador que llene el ojo con su juego.

Duarte resulta fresco y bonito sin ser excesivo. Su baloncesto de leves fintas y paradas en seco para levantar la suspensión. Sus ganas de convertir cada ataque en una transición. Esas finalizaciones en las que prácticamente envuelve el balón con todo su cuerpo. Todo ello es la rosa entre los cardos que pueblan la estepa de Indianápolis. Con suerte, su unión con Haliburton puede cambiar esta narrativa.

­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­Detroit Pistons – Isaiah Stewart

Todas esas horas saltando a la comba. Cada una de las millones de gotas de sudor derramadas en algún gimnasio de mala muerte escondido en las callejuelas de New York. Las interminables sesiones de sparring y aquellos frenéticos momentos sobre el ring. Todos los días de adolescencia en los que Isaiah Stewart se calzó unos guantes de boxeo cobraban sentido ante la oportunidad de partirle la cara a LeBron James. Jamás habría soñado un combate de tamaño cartel.

El punto álgido de popularidad en la temporada de Isaiah Stewart, probablemente también el de su carrera, fue el día en que LeBron le puso a sangrar propinándole un mandoble en la lucha por un rebote. Cuando el jugador vio aquel líquido rojo que caía por su rostro se le llevaron los demonios. Hicieron falta decenas de personas y varias intentonas para frenar al de los Pistons en su empeño por llegar a James.

La prensa deportiva estadounidense, y prácticamente global, amaneció al día siguiente con Stewart como protagonista destacado de la noche. En todos sitios se contó su historia como hijo de inmigrantes jamaicanos, púgil amateur durante sus años de pubertad y su admiración por Patrick Ewing y su número 33 que el bueno de Isaiah porta en su pecho. Después de aquello Stewart se volvería a convertir en el pívot peleón de uno de los peores equipos de la NBA.

Pero lo cierto es que su papel ha sido relevante en la reciente mejora de los Detroit Pistons. En los meses en los que Cade Cunningham ha disuelto cualquier duda con respecto a su talento, Isaiah Stewart ha sido su compañero de baile predilecto. Para un jugador con las características creativas y anotadoras de Cade no hay mejor compañero que un pívot capaz de poner bloqueos duros y continuar una y otra vez hacia el aro. Su inagotable energía y portentoso físico le permiten sobrevivir debajo del aro ante interiores que exceden con facilidad sus 2,06 metros de altura. No es sorpresa pues que Stewart lidere a los Pistons en pantallas que acaban en canasta

El pívot es el defensor más prolífico del equipo en lo que a puntear tiros se refiere, con más de 11 lanzamientos contestados por encuentro. Todavía, y no parece que deje rastros de mejora, sobrerreacciona demasiado ante fintas rivales separando sus pies del suelo o incluso saltando con ímpetu persiguiendo el tapón. Aun así, NBA Stats le coloca como el decimocuarto jugador que menor porcentaje de acierto permite a sus rivales entre los 54 interiores que defienden al menos 10 tiros por partido en la zona restringida. Esto por no hablar del valor que computa un especialista en el rebote como él a la hora de dotar a un equipo tan limitado de segundas oportunidades.

Quizás nada de lo que haga sea especial, pero en un conjunto con tan pocos mimbres como estos Pistons, tener un jugador físicamente dominante que lo entrega todo en cada acción ya es un plus enorme.

(Fotografía de portada de John Fisher/Getty Images)


EXTRA NBAMANIACS

Nuestro trabajo en nbamaniacs es apoyado por lectores como tú. Conviértete en suscriptor para acceder a beneficios exclusivos: artículos especiales, newsletter, podcast, toda la web sin publicidad y una COMUNIDAD exclusiva en Discord para redactores y suscriptores.