¿Un nuevo Sheriff en la ciudad?

«De repente, Michael entró en el salón fumándose uno de sus puros. Larry y yo estábamos allí sentados tomando una coca-cola. Se acercó a nosotros, apoyó las manos en nuestros hombros y dijo ‘Chavales, hay un nuevo Sheriff en la ciudad‘».

¿A nadie más le pasó? ¿A nadie le atravesó ese flash-back? Porque ahí, a ese diálogo casi alegórico, fue donde decidió ir mi mente en el instante de cangrejeo y trash-talk que hizo sonreír a un Kevin Durant dispuesto a morder el anzuelo; en ese momento, supe que el orden trófico estaba en juego.

Anthony Edwards también lo sintió. Sintió que no se trataba de una mera secuencia de enormes jugadas donde había encadenado punto tras punto, ‘cara tras cara’ a lo Harvey Dent. No estábamos, simplemente, ante dos jugadores franquicias en pleno trance, absolutamente on fire, entregando lo mejor de sí en beneficio de sus equipos. Que también.

Y desde luego, no se parecía en nada a aquel baile de egos y vaciles entre Kyrie Irving y Brandon Knight en el All-Star Game de 2013. Era, de hecho, lo opuesto a todo eso.

Más que un cara a cara

Edwards no sólo estaba desafiando a KD como su defensor, como un escollo más entre él y la canasta. Como un obstáculo, un dorsal al que superar para arrancarle el precinto a su casillero de triunfos en estos playoffs. Edwards no estaba librando exclusivamente una batalla baloncestística contra su ídolo, sino una psicológica, histórica y generacional.

El duelo vivido en la agonía del tercer cuarto, cuando ambos por fin aceptaron el emparejamiento debido tras haber estado evitándose casi toda la noche (Durant marcaba a Towns, el elemento móvil de mayor envergadura de los Wolves), venía a dirimir algo más que quién era el jugador más enrachado, el mejor en el 1vs1 o el que menos se arruga cuando todo los demás miran.

El clima del encuentro se tensó en cuanto pusieron sus astas frente a frente, y el pabellón entero detectó el lenguaje implícito e insondable que acompañaba a cada jugada, a cada acción de ataque, donde cada éxito era un mazazo que el otro tenía la responsabilidad tácita y táctica de devolver. No por su bien, sino por el de su equipo en la eliminatoria.

Los de Chris Finch mandaban, y Edwards acababa de marear a la defensa de los Suns de cuatro maneras distintas y ante marcas distintas. Allen, Nurkic, Booker, O’Neal… eran zánganos sin aguijón a su alrededor, mientras el escolta aprovechaba las dudas en las ayudas de Gordon y Beal para hundirla una y otra vez. Los Suns, tras aguantar el tipo durante las acometidas de la primera mitad, veían como su rival se colocaba 13 puntos arriba y con el encuentro en ese limbo en el que amenaza con romperse.

Frank Vogel pidió tiempo muerto. Desempolve de galones como recurso in extremis para detener el vendaval. Durant y sus 2,11 como vacuna a la desesperada.

Fue cómo rociar una hoguera con un bote de alcohol.

Si antes del time-out los Wolves ganaban 68-81, dos minutos y medio después el resultado era de 70-92. Edwards estaba imparable e hizo que KD pareciera un missmatch. La diferencia de centímetros, el shooting guard los convirtió en ventaja, con crossovers, arranques y frenazos en seco, generando el espacio suficiente para que Durant siempre fuese medio segundo tarde al punteo. ¡Pum, pum y pum! Dos triples y un delicioso mid-range para mandar un mensaje que no obtuvo respuesta: ‘Dejad de intentarlo. Mañana, tal vez. Hoy no’.

En apenas cuatro minutos, Anthony Edwards aspiraba a un Most Improved Player que sólo KD podía darle y, al mismo tiempo, arrebatarle. Mientras, atrapado entre el oleaje y las rocas, Kevin Durant luchaba por evitar un cambio jerárquico en el orden mundial. Y para ello, bien lo sabe, no vale esquivar el envite. Sólo aceptarlo y salir airoso, autoriza a seguir ostentando el derecho al mejor lugar del río en la carrera del salmón.

El de los Suns no venció el duelo, pero tampoco podemos decir que se marchase derrotado del todo. El encuentro lo ganaron los Timberwolves de calle y Edwards fue su incontestable líder, incluido ese tramo de febril ebullición. Pero KD aguantó el tipo en lo singular, con 31 puntos y un 11 de 17 en tiros, y vivió para combatir otro día (es decir, mañana).


Jordan, rey de reyes

Cuando Michael Jordan posó su manos en Bird y Magic y se hizo, en aquel acto informal, con un testigo que, dentro del rectángulo, hacía tiempo que esgrimía (los Bulls habían ganado los dos últimos campeonatos, con MJ como su doble MVP), tenía 29 años, mientras que Larry Bird ya había anunciado su retiro a los 35, con la espalda descompuesta, y sólo el Dream Team hizo que aplazase su jubilación unos cuantos meses más.

Magic Johnson, por su parte, venía de pasar un año inactivo por el VIH, pero a sus 32 años aún mantenía un más que razonable estado de forma e intacto el brillo de su magia.

Aún así, Jordan estaba en su cénit. Madurez y piernas habían alcanzado el punto de fusión, y todas las estrellas del mejor combinado estadounidense de la historia, el de Barcelona 92, lo miraban, al menos, desde dos peldaños más abajo.

«Aquel amistoso fue el mejor baloncesto que todos jamás hayamos jugado por el hecho de que cada jugador era un futuro miembro del Salón de la Fama, un All-Star por derecho propio. Y también teníamos grandes egos, así que estábamos jugando por salvarlo. Estábamos jugando para que los demás supieran que, ‘oye, soy el mejor en lo que hago y voy a enfrentarme cara a cara contra ti’. Fue increíble ver a Charles Barkley retar a su amigo Karl Malone y a Karl Malone retar a Charles. Patrick Ewing a David Robinson, y así uno a uno.

«Les íbamos ganando de 10 o 12 puntos. Y entonces tuve que buscar la manera de que Michael se pusiera en modo ‘Air Jordan’. Así que dije: ‘Está bien, voy a ir y provocarle un poco, a ver qué pasa. Y ahí fue cuando se pasó la antorcha. Le dije: ‘Mira, MJ, si no te conviertes en Air Jordan, vamos a machacaros’. Nunca había visto a una persona tomarse algo tan personal. Fue increíble verlo dominar, y estoy hablando de dominar a los mejores del mundo en esto».

Jordan, semental de sementales, metió 17 de los 40 puntos de su equipo. Ningún otro jugador anotó más de siete. Y el equipo de MJ terminó llevándose el gato al agua 40-36.


El caso de The Ant y Durantula es algo distinto. Mientras que Magic le sacaba tres años y medio a Jordan, por lo que se puede afirmar que disfrutaron de cierta simetría en cuanto a cronología competitiva (si bien Jordan entró en la Liga cinco años después), el salto de edad entre este otro dúo es muy superior. Edwards cumplirá en agosto los 23, mientras que Durant soplará los 36 en septiembre. Trece años de margen los contemplan.

Aún así, y con graves lesiones de por medio, KD está logrando sobreponerse al paso de la edad para no dejar de ser un auténtico huracán ofensivo muy cercano a sus niveles de prime (no así en defensa, donde ya se reserva algo más), permitiéndose aceptar desafíos como el de un Edwards al que además le acompaña la carrocería de equipo (en contraposición a los Bulls del joven Jordan).

La estrella de seis puntas

Edwards, en esta primera ronda con aroma a Final de Conferencia, pretende anticipar lo que los achaques por sí sólos todavía no pueden. Es difícil calcular cuánto depósito le queda aún al capitalino en el tanque. Cuánto de creatina, fortaleza y ganas para seguir siendo considerado el tabique de carga de un proyecto aspirante, la punta de lanza de cualquier Big Three. Cuánto para empezar a pensar que su próximo contrato debería firmarlo a la baja.

Pase lo que pase en esta serie, Durant, salvo desgracia, volverá el año que viene a intentarlo una vez más, con la condición de siempre, la de superestrella. Una que ambiciona el anillo con él como buque insignia. La cuestión es cuál será entonces su escalafón. No en su equipo, sino para con otras superestrellas y, por extensión, en el sentir popular.

Game 2, Game 3, Game 4… y los que vengan. La sonrisa torva de KD35 no era la de alguien dispuesto a abdicar. Ni los golpes de pecho de Edwards los de un depredador que va a parar de intentarlo.

Si en 2025 vuelven a cruzarse ya lo sabremos entonces –el cómo importará más que el qué en el desenlace de esta serie–.

Sabremos quién es el postulante, y quién el Sheriff de la eliminatoria.

(Fotografía de portada de David Berding/Getty Images)


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