Chicago Bulls, un grande jugando a chica

En España se dice que jugador de chica, perdedor de mus. Lo cual, fuera del argot del naipe castellano, se podría traducir como una forma ...

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Por David Sánchez

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En España se dice que jugador de chica, perdedor de mus. Lo cual, fuera del argot del naipe castellano, se podría traducir como una forma de criticar el conformismo. Y pocos equipos en la NBA que lo representen mejor que los Chicago Bulls en las últimas dos décadas a pesar de ocasionales excepciones. 

El equipo de Illinois llegaba a las últimas semanas de mercado como uno de los potenciales vendedores del mismo. Zach LaVine era una de las piezas más codiciadas de la ventana, el final del contrato de DeMar DeRozan parecía apuntar a una posible salida y Alex Caruso era el anhelo de cualquier contender. Además, Nikola Vucevic, Patrick Williams, Coby White o Andre Drummond (también expiring) han sido objeto de rumores en algún momento u otro de la temporada. Todo ello para que el mercado haya echado el cierre sin novedades en Chicago. 

Ilusiones truncadas a las primeras de cambio

El actual panorama que viven los Bulls, atrapados en un punto muerto del que no aciertan a huir, deviene del proyecto que Arturas Karnisovas quiso levantar en 2021 comprendiendo a Zach LaVine como la piedra angular en torno a la cual construir. La llegada de Vucevic vía traspaso y las de DeRozan, Caruso y Lonzo Ball vía agencia libre configuraron el equipo más ilusionante del que ha gozado la franquicia desde la marcha de Jimmy Butler. 

La mala suerte, centrada en la rodilla de Ball como detonante de la repentina decadencia del grupo, dio al traste con todo. Desnudando las limitaciones de LaVine como primera espada, su choque estilístico con DeRozan en el ataque o las fallas defensivas y apocamiento ofensivo de Vooch en la estructura de Billy Donovan. Por dejar a un lado el estancamiento de proyectos jóvenes como Patrick Williams o, en menor medida,  Ayo Dosumnu.

Pero ni siquiera el evidente mal fario de esta etapa maquilla lo disfuncional que ha sido la toma de decisiones de la franquicia en los últimos dos años y cómo esto entronca con el historial organizativo desde el ocaso de la dinastía Jordan. La gerencia de Karnisovas lleva desde agosto de 2021 sin llevar a cabo un solo traspaso (el sign-and-trade de Lonzo) en una NBA donde la agencia libre cada vez es menos importante en la configuración de plantillas. El directivo lituano llegó a su actual puesto con la promesa de tomar los riesgos que Gar Forman y John Paxson llevaban tiempo sin tomar. Sus primeros meses en el cargo dieron cuenta de dicho arrojo, pero desde entonces luce paralizado en la toma de decisiones. Con miedo de perder lo que ya está extraviado. 

De cara a este trade deadline, la propiedad de la franquicia había dado luz verde a derruir el actual roster hasta los cimientos para comenzar de cero. Al menos la que no deriva directamente de la familia Reindsorf. Pero Karnisovas decidió confiar en su plantilla y “continuar siendo competitivos”. El ascenso de los propios Bulls en la 21-22 venía a representar la aparente recuperación de un Este depauperado, y su actual lucha por ser el tuerto en el reino de los ciegos también habla a las claras del estado de una conferencia que les ha dejado de lado en favor de equipos de jovial empuje (Pacers, Magic, Cavaliers…). Los playoffs, esa tierra prometida de la que hablaba Karnisovas en su último encuentro con la prensa, no debería ser el gran objetivo de un grupo que ya ha conocido su techo de cristal. 

Poco equipo para un contexto envidiable

Chicago es, tras Nueva York y Los Ángeles, la tercera ciudad más poblada de los Estados Unidos. El United Center es el pabellón que mayor media de espectadores registra en los últimos tres años (vía ESPN). Y, lo más importante, la franquicia cuenta con una historia cimentada por Michael Jordan y los seis anillos logrados durante la década de los 90. Todo ello convierte a Chicago en uno de los mayores mercados del baloncesto estadounidense. Hasta hace poco infaltable en el top cinco de las organizaciones NBA más valiosas. Un escalón del que le apartaron los Clippers en 2023, lo cual resulta significativo de cómo gestionan unos y otros su dispar historia. 

Los Bulls son un conjunto que acumula demasiados años del presente siglo comportándose como un mercado pequeño. La herencia que sacan de su dinastía hasta hoy son siete rondas de playoffs avanzadas en 26 temporadas. Regadas con una gestión cuanto menos errática y rácana. Jerry Krause aguantó al mando de las oficinas hasta 2004, cinco años después del último anillo. En ese espacio le dio tiempo a tomar la extraña decisión de traspasar a Elton Brand, número uno de 1999,a los Clippers a cambio de Tyson Chandler y Brian Skinner. Dicho sea de paso, una de las únicas grandes operaciones de la franquicia en esa década. John Paxson, base titular durante la primera trilogía de títulos, le sustituiría para protagonizar una etapa totalmente anodina. 

Las primeras decisiones del GM fueron la elección de Ben Gordon como número tres del Draft de 2004 y conseguir el número siete del mismo año para seleccionar a Luol Deng. Ambos, junto a Kirk Hinrich y Chandler, conformaron un núcleo que apuntaba a salir del pozo en el que se encontraba el equipo desde el 98. Pero, aunque la etapa de Scott Skiles como técnico se cerrase con tres apariciones en playoffs (2005, 2006, 2007) en cuatro años y la de Vinny Del Negro con otras dos (2009, 2010), Paxson falló en dar el siguiente paso en la adquisición de esa estrella que les llevase al siguiente nivel. Y eso que en 2008 les tocó el gordo en la lotería del Draft con el número uno que acabó siendo Derrick Rose. 

Chicago Bulls, un grande jugando a chica
(Foto de Nick Laham/Getty Images)

Algo de luz en la penumbra

Esa incapacidad para llevar al equipo al primer plano competitivo de nuevo le llevó a compartir responsabilidades con Gar Forman, un directivo que sobrevivía desde los tiempos de Krause. Con él sí se dio un volantazo al término de su primera temporada en los despachos (aunque no logró convencer a LeBron James el verano de su agencia libre). Tom Thibodeau, aquel gurú que construyó la histórica defensa de los Celtics de Doc Rivers en 2008, tomaba las riendas del banquillo. 

Más allá de una increíble primera temporada regular coronada con el MVP de Rose y el mejor récord de la historia de los Bulls sin Jordan (61-21), Thibs maquilló con su pizarra e influencia en la toma de decisiones un equipo cercenado por la lesión de su gran estrella. Sacó hasta la última gota de provecho a jugadores como Deng, Joakim Noah o Taj Gibson; convirtió a Jimmy Butler en una apuesta personal y volvió a llevar al equipo a un aspirantazgo real tras el fichaje de Pau Gasol. Este sí, el gran movimiento de agencia libre del siglo en la franquicia.

La marcha de Thibodeau volvió a dejar desnuda una gerencia timorata que dio palos de ciego con apuestas como las de Dwayne Wade y Rajon Rondo en la 2016-17 y que no supo retener a Butler. Una salida de la que los Bulls nunca llegaron a levantar cabeza y que dio con la salida de Paxson y Forman en 2020.

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Problemas de arriba a abajo

Jerry Reindsorf y sus hijos mantienen el 19% de las acciones y representan la vigencia de una dirección inmóvil anclada en la memoria, remando a contracorriente del perfil de propietario moderno y del resto del accionariado. Karnisovas llegó, pero ese apocamiento que ha marcado a los Bulls posteriores a MJ sigue intacto más allá de la mencionada actividad de 2021. DeRozan, Caruso o Dosumnu pueden ser fuente de cierto sentimiento de pertenencia. Sin embargo, declarar dos de ellos intransferibles en la actual situación ni siquiera se puede tildar de conformismo, pues para conformarse con algo primero hay que tenerlo. La actitud mostrada por la franquicia es impropia de un gran mercado. Y las dudas son más legítimas que nunca, ¿es Chicago un gran mercado fuera de su mitología?

(Fotografía de portada de Matthew Stockman/ALLSPORT)

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