De los cientos de pequeños episodios que conformaron el All-Star de Indiana, uno brilló sobre el resto por extraño. Con la cabeza entre las rodillas en una escena típica de vestuario, Jayson Tatum hacía los preparativos para una sesión de tiro cuando una presencia le hizo erguir el cuello como un resorte. La persona allí plantada le era familiar y distante al tiempo. “Puede sonar raro, pero era la primera vez que estaba en la misma habitación que él”, admitía ante la prensa el alero. Larry Bird se había dejado caer por el Gainbridge Fieldhouse. «Estaba buscándote», dijo el mito cuando por fin se dio el apretón de manos ya habiendo saltado a pista los equipos.
La pregunta entonces era evidente, ¿cómo es posible que una de las tres grandes leyendas de la historia de los Celtics junto a Bill Russell y Red Auerbach no haya coincidido en siete años con la máxima estrella del equipo? Es sabido que, una vez abandonado el banquillo de los verdes, Russell también renegó de la ciudad de Boston por ese racismo que sobre el papel se había llevado el final de la segregación únicamente para seguir viviendo en el tuétano de los Estados Unidos. Pero Larry, cuya personalidad bastaría adherir al normativo perfil de hombre blanco nacido y criado en las midlands, no tenía ese problema.
Once a celtic…
La lealtad y el rechazo inicial a lo desconocido siempre han marcado la vida y carrera de Bird. Esos mismos sentimientos que le hicieron volver a su natal French Lick espantado solo unas semanas después de iniciarse bajo el militarismo de Bobby Knight en la Universidad de Indiana. Y los que obligaron a Red Auerbach a ir con pies de plomo con el chico hasta ganarse su confianza y eterna lealtad a Boston. Adentrándose en su hogar, como tanto le gustaba. Bird fue símbolo de los Celtics desde su debut en 1979 hasta su retirada en 1992, tras la cual tomó un puesto como asistente especial en las oficinas de la franquicia. Básicamente, Auerbach quería que estuviese lo más cerca posible del equipo y aportase su visión a la cúpula directiva sin tomar excesivas responsabilidades.
Como ocurrió décadas atrás con Russell, Red representó para Larry la figura paternal que había perdido hacía tiempo. La lealtad de Bird hacia la franquicia no era sino la estrecha relación que le unía al que fue su gran valedor cuando aún era ‘el paleto de French Lick’ y no ‘Larry Legend’. Por eso, cuando el de Indiana notó la silla de Red calentarse comenzó a buscar una alternativa fuera de Massachusetts.
La llegada de los 90 sumió a los Celtics en depresión deportiva y anímica. Al envejecimiento y retirada de los mitos que habían conformado la dinastía del anterior decenio, cayó como una losa el fallecimiento de Reggie Lewis en 1993. Llamado a ser la estrella que uniese dos eras de gloria. Por aquellos años sucedió también un movimiento clave en las oficinas de New England. En 1992 Don Gaston, entonces mandamás de los Celtics, situaba a su hijo Paul en un puesto privilegiado en la directiva con la idea de que acabase heredando la franquicia sin cumplir los 40 años.
Caprichos de juventud
Paul, criado en el seno de una acaudalada familia de Greenwich (Connecticut), nunca fue un apasionado del baloncesto. De ahí que, al convertirse en el principal propietario de la franquicia más laureada de la historia de la NBA en 1994, la viese poco más que como un caldero al que arrojar dinero en forma de inversión. A menudo de forma impulsiva. Mediados los 90, los Celtics necesitaban un golpe de efecto. Una aparición en playoffs por los pelos sellada con un 3-1 ante los Magic de Penny y Shaq en primera ronda era insuficiente para un tramo de cuatro temporadas en una franquicia del caché de la de Boston. Fueran cuales fueran las circunstancias.
Y en aquel tiempo, pocos más efectistas (y efectivos) que Rick Pitino. El técnico de Kentucky había resucitado a la laureada universidad llevándola a tres finales y un título de la NCAA (1996) entre 1993 y 1997. Pitino era entonces el entrenador de moda en Estados Unidos y los rumores hablaban de un posible salto de vuelta a la NBA (entrenó a los Knicks en la década de los 80). Pero el poder de los grandes programas de la NCAA era aún mayor que el de hoy y sacarle de su puesto, al que no parecía querer renunciar, iba a ser caro.
Gaston, irónico apellido, le puso sobre la mesa 70 millones de dólares por las próximas 10 temporadas. Lo que suponía convertirle en el entrenador mejor pagado de la NBA por encima de Pat Riley o Phil Jackson. Mas el ego de Pitino no iba a frenar ahí. Viendo que los Celtics desnudaban su desesperación a las primeras de cambio, el entrenador introdujo en el contrato una petición que parecía incumplible. Además de head-coach, el neoyorquino exigía convertirse en presidente de operaciones y tener el control sobre todas las decisiones deportivas de la franquicia. Algo con lo que Riley ya había sentado precedente con su marcha de los Knicks a Miami Heat, pero que en este caso suponían palabras mayores, pues el que ocupaba ese puesto no era otro que Red Auerbach.
Honrarás a tu padre
La tirita de mantenerle como parte de la directiva no ocultaba el hecho de que Paul Gaston había apartado a Auerbach del puesto desde el que había construido la cultura de la franquicia desde hacía casi tres décadas. El viejo Red comulgó con el cambio por no comenzar una guerra interna, pero Bird no se lo tomaría tan bien. Larry juzgó el movimiento como una traición imperdonable que le empujó de manera definitiva fuera de la organización.
No solo eso, sino que la llegada del nuevo técnico bloqueaba una opción que Bird comenzaba a barruntar: tomar los mandos del banquillo él mismo. Menos de un mes después de que Rick Pitino fuese nombrado nuevo entrenador y presidente de operaciones de los Celtics, Bird era presentado como técnico de los Indiana Pacers.
Se hizo entonces dueño de su propio destino porque no sentía deberle nada a nadie. “Sólo estaré tres años en el cargo”, pronunció el día de su presentación con la misma certeza con la que se plantó en el concurso de triples de 1988 y preguntó aquello de “¿Quién será segundo?”, antes de revalidar su corona por tercer año consecutivo. Dio igual que sumase dos finales del Este y cerrase ese trienio perdiendo las finales del 2000 ante los Lakers. El Larry entrenador tenía los días contados.
Poco después, en 2001, Pitino pronunciaría su infame «Larry Bird no va a entrar por la puerta» criticando a los suyos y poniendo el último clavo en una etapa nefasta para los verdes.
Efectivamente, Bird no iba a entrar por la puerta del Garden, pues por aquel entonces su distancia con los Celtics ya era considerable. Más si se comparaba con la presencia que Magic Johnson y Julius Erving tenían en el día a día de Lakers y Sixers. Bird nunca buscó ser una voz autorizada en la parroquia verde, ni siquiera un mentor para nadie. Los Pacers aliviaban cualquier sentimiento de pertenencia que pudiera aflorar en alguien de sus humildes costumbres y su tramo como presidente de operaciones entre 2003 y 2017 (con parón en 2013) sucedió de forma totalmente paralela a su figura como leyenda celtic.
Solo las muertes de Auerbach en 2006 y Dennis Johnson (compañero de Bird durante la dinastía de los 80) en 2007 le acercaron al entorno verde y a sus viejos compañeros a ojos del gran público. Hace solo unos meses Cedrick Maxwell, otro integrante de sus Celtics, debatía en su podcast sobre una posible reunión de los integrantes de aquel equipo para caer en la cuenta de que, si no se había dado, era en gran parte porque Bird no creía que fuera necesaria. Lo que habla a las claras de cuál es la posición de Larry al respecto de la franquicia.
Ni el regreso de Red a la gerencia tras la salida de Pitino y hasta su fallecimiento, ni la llegada de nuevos propietarios, ni ninguno de los cambios que se han dado en las últimas dos décadas ha acercado la reconciliación de ambas partes. Sobre todo, porque no hay nada que reconciliar.
No existe en Larry atisbo de rencor o desplante alguno. Simplemente, el comportamiento que cabría esperar de un chico que cada verano de su etapa como jugador regresaba al ‘calor’ del hogar anteponiéndolo a cualquier otro destino. Escapadas que le sirvieron para conocer a la que es su mujer desde 1989 y la madre de sus hijos, Dinah Mattingly. De hecho, su presencia en este All-Star era en representación del baloncesto de Indiana y no de sus días como estrella global. Y verde. Siempre cómodo en lo local, conocer a Bird es sorprenderse menos por su lejanía respecto a Boston y no buscar más explicación que la de los derroteros naturales de la vida.
(Fotografía de portada de Rick Stewart/Allsport/Getty Images)