"Su mera presencia fue un gran impulso psicológico para todos", Walt Frazier, 8 de mayo de 1970.
Corría el año 1970 cuando, ni los mejores guionistas de la época, se podían imaginar unas Finales como aquellas.
Los New York Knicks de Red Holzman contra Los Angeles Lakers de Jerry West y Wilt Chamberlain.
Por aquel entonces los neoyorquinos buscaban el primero campeonato de su historia. Por su parte, los Lakers querían el primero desde que cambiaran frío Minneapolis por el lujo angelino.
Y la verdad. Aquellos Lakers se acostumbraron a perder. Con seis derrotas en sus últimas ocho Finales disputadas, incluidas dos seguidas ante el eterno rival, los Boston Celtics, en las ediciones de 1968 y 1969.
A la tercera, ante unos inexpertos Knicks, buscaban sacarse la espinita. Sin embargo, por el camino se cruzarían con la enorme gesta de Willis Red, cojo de una pierna, nos dejó un séptimo partido para el recuerdo.
Aquella hazaña no será recordada precisamente por sus números, sino por todo lo que significó que pudiera vestirse de corto.
En el quinto, los Knicks consiguieron imponerse por 107-100 a pesar de la grave lesión de Willis Reed en su rodilla derecha. Ni todos los analgésicos del mundo podían calmar aquel dolor insoportable, causando baja de forma casi inmediata para el sexto partido, que se trasladaría esta vez a la ciudad de Los Angeles.
«Perdimos aquella serie en el quinto encuentro», reconoció el GM de los Lakers, Fred Schaus.
«Tuvimos nuestra gran oportunidad y la desperdiciamos», destacó.
Un Chamberlain desatado
Apenas dos días antes del mágico séptimo partido, Los Angeles Lakers aprovecharon la ausencia del capitán de los Knicks para igualar la eliminatoria 3-3.
En aquella noche del 6 de mayo un gigante vestido de oro y púrpura dominó a placer bajo los tableros.
Wilt Chamberlain les destrozó con 45 puntos y 27 rebotes para vencerles por 135-113.
Huérfanos de su eterno capitán, los Knicks nada pudieron hacer para frenar a Chamberlain, quién terminó con un 20 de 27 intentos a canasta.
Conformé los árbitros pitaron el final de aquel infierno, Reed tomó el primero vuelo disponible hacia Nueva York para someterse a un tratamiento de urgencia para su maltrecha rodilla derecha con el doctor James Pares.
«Jugaré incluso si tengo que gatear», dijo Willis Reed.
Los seguidores Knickerbockers veían como su sueño de conseguir el primer campeonato de su historia se les escapaba.
Pero lo que muchos desconocían era el milagro que estaba a punto de llegar.
El héroe del séptimo
Como si del mejor giro de guión se tratase, llegó el tan esperado séptimo encuentro entre los New York Knicks y Los Angeles Lakers.
El Madison Square Garden se vistió de gala para aquella noche con más de 19.000 almas presentes en el recinto.
Nadie sabía nada del verdadero estado de Reed. Solo sus compañeros y unos cuantos trabajadores de los Knicks. Y mientras ambos equipos realizaban la pertinente rueda de calentamiento, el capitán aguardaba agazapado en los vestuarios a la espera de su momento de gloria.
Y justo antes del salto inicial, Reed salía a la pista, haciendo estallar de alegría al Madison Square Garden. El público no se lo podía creer. Su capitán estaba tirando de épica para jugar aquel partido prácticamente cojo.
Wilt Chamberlain y su compañero Keith Erickson se sonrieron cuando le vieron saltar sobre el parqué.
Lo que ambos no se imaginaban era lo que les esperaba por delante… No ya por Willis Reed, quién se encargó de anotar las dos primeras canastas para los Knicks, sino por todo lo que significó que simplemente se vistiera de corto.
«Su mera presencia en pista fue un gran impulso psicológico para todos nosotros», reconoció Walt Frazier.
Reed apenas aportó estadísticamente con 4 puntos y 3 rebotes rozando la media hora de juego. Pero su simple presencia sirvió para dar ese empuje extra a sus compañeros, sobre todo para un inspirado Walt Frazier.
The Clyde se encargó aquella noche de machacar a los Lakers con 36 puntos y un récord de 19 asistencias en unas Finales para ganar el definitivo por 113-99.
«Es muy difícil de explicar. Hubo tanta emoción aquella noche… La lesión de Willis (Reed) fue un revés muy duro para nosotros, pero demostramos que podíamos recuperarnos», señaló DeBusschere con 17 puntos y 18 rebotes para él.
Los Knicks salieron con una marcha más, y al descanso ya mandaban por 29 puntos en el marcador.
El capitán pidió regresar en la segunda mitad. Apenas fueron 6 minutos adicionales. Pero vaya seis minutos. El público se volvió completamente loco. Le reconocieron así el tremendo esfuerzo que estaba realizando en ese momento.
«Fue muy duro. Las piernas me dolían desde el salto inicial», reconoció Reed.
Aquellas Finales de 1970 causaron un tremendo impacto en la historia de la NBA. No solo por el partido milagroso de Reed, sino porque fueron las primeras Finales televisadas a nivel nacional.
El capitán de los Knicks se alzó con su primer MVP de las Finales con unos promedios de 23 puntos, 10,5 rebotes y 2,8 asistencias.
Apenas tres años después, los Knicks y Willis Reed ganaron su segundo anillo, al imponerse nuevamente a los Lakers, pero esta vez por un rotundo 4-1.
Reed se quitó las malas sensaciones de sus primeras Finales, y de pasó sumó el segundo MVP de las Finales a sus vitrinas.
(Fotografía de portada: Imagn Images)