El complemento de tus sueños

El poder atómico de los Golden State Warriors no se define por contar con Kevin Durant y Stephen Curry. Muchos otros equipos en la historia han tenido parejas deslumbrantes, por completo desequilibrantes. La verdadera supremacía se entiende al asumir que Draymond Green o Klay Thompson, elíjase uno al gusto, son el cuarto jugador más relevante de esa estructura. Y sirve efectivamente cualquiera de los dos para demostrar la barbarie de la misma.

Ver un equipo con cuatro jugadores, en su etapa de plenitud, que integran el top 15-20 de la NBA ha sido algo desconocido hasta estos días. Habría que remontarse a un baloncesto casi prehistórico, medio siglo atrás, con otra Liga y hasta casi otro juego, para encontrar algún precedente similar. Los Warriors representan un caso extraordinario de talento bruto, rubricado además con química en pista. Un monstruo en apariencia inabarcable, una rareza histórica.

Tal es el nivel de sus cuatro jugadores principales que considerar a cualquiera de ellos secundario podría ser hasta cruel. Aislados del contexto no lo son. Sin embargo la realidad es que por necesidad algunos de ellos, durante diferentes tramos, lo acaban siendo. Y conviene en este caso rechazar el sentido peyorativo de ese concepto, del rol secundario en sí. Porque no han existido grandes equipos sin extraordinarios complementos. Y en cierto modo es esa necesidad de jugadores que asuman funciones generalmente de menor brillo en beneficio del colectivo la que acaba marcando la diferencia.

Tener estrellas es muy valioso. Imprescindible, de hecho. Pero contar con estrellas que sepan ejercer de soldados es igualmente vital. Y entre ellas, en la NBA más perimetral y versátil de la historia, donde más sobresale el tiro y la variedad posicional, emerge el caso de Klay Thompson. Un portento individual que decidió ser algo aún mejor: el mayor lujo colectivo imaginable.

Tributo al silencio

Únicamente tres jugadores en la historia han completado al menos tres temporadas NBA con (como mínimo) 220 triples anotados. Uno es James Harden, con tres; los otros dos son compañeros en los Warriors y han completado cinco cada uno. No es complejo adivinar que son Stephen Curry y Klay Thompson.

Curry tiene las tres campañas con más triples anotados de la historia, incluyendo la legendaria 2015-16, en la que pasó de los 400, un registro inhumano considerando que sólo él mismo ha cruzado la frontera de los 280. Sin embargo en esa lista vuelve a aparecer Klay, que tiene dos de las siete temporadas con más triples anotados de todos los tiempos, incluyendo la mejor de ellas Curry aparte.

No existe jugador que condicione (ni haya condicionado) más espacio en el baloncesto que Curry. Por rango de tiro, velocidad de ejecución y efectividad tras bote. Es un cóctel criminal para el adversario, al que obliga atención máxima a ocho-nueve metros del aro precisamente por su habilidad para, desde el bote, armar un triple con efectividad. A nivel de intimidación de espacio, no se ha conocido nada igual. Pero lo asombroso Curry, una evidencia a estas alturas, no debe invisibilizar el hecho de que su socio de backcourt sea igualmente uno de los tiradores más letales jamás vistos en el baloncesto. Porque así es.

Lo que sucede es que Thompson es normalmente empleado de otro modo, en secuencias de tiro tras recepción (catch&shoot), donde resulta devastador tanto por acierto como por volumen (cinco años seguidos superando el 44% de acierto en ellos, siempre con más de cinco intentos por partido). Pero de igual modo produce tras bote. Menos habitualmente pero lo hace. Es asumir su rol, como arma sin balón, lo que marca la diferencia.

Y es que en una NBA plagada de estrellas ofensivas que requieren una elevada cuota de balón (todas producen las ventajas desde él) Thompson es el perfecto ejemplo de aceptación y dominio… desde un papel que no lo necesita tanto. Y justamente esa virtud, el gran impacto sin necesitar estar en permanente contacto con el juego, le convierte en diferencial.

Son comunes sus exhibiciones desde el tiro, en situaciones las que apenas necesita de botar. Más puntos que salidas con botes (los llamados dribblings). Simplemente recibe y lanza, como una máquina ajena a cansancio o momentos. Klay se mueve, finta y cambia de ritmo buscando el bloqueo indirecto de un compañero, sale liberado con apenas medio segundo de ventaja sobre su par y cuando cuadra los pies ya es preludio de ver fustigar la red. Como un arma automática. Sin sentimientos, sin perdón.

La cumbre de lo explicado sucedió en diciembre de 2016, fecha en la que anotó 60 puntos en solo 29 minutos. Una noche para la historia en la que solo tuvo el balón en sus manos 90 segundos y únicamente inició 11 acciones de bote. Datos paranormales, propios de un robot:

Previamente a la llegada de Durant, Steve Kerr fue introduciendo progresivamente una alternativa creativa con Thompson, capaz de llevar el pick&roll dado su buen manejo de balón e inteligencia. Con la idea de descargar de peso a Curry en esa faceta generadora de ventajas. Y Klay es capaz de ello. Sin embargo una vez Durant llegó, Thompson ha quedado ‘relegado’ a un rol mucho más concreto. No ha generado no obstante esto un problema de ego o reducción de prestaciones. Al contrario ese uso, en su caso, es letal.

Otro aspecto decisivo con él es la transición. Thompson ha metido esta temporada 129 triples en los primeros ocho segundos de posesión, con un acierto de casi el 46% en esos tiros, dato que lidera la NBA. El pánico en transición que producen los Warriors se fundamenta en la acción de Curry y Thompson, capaces de relativizar la concepción del mal tiro o lanzamiento fuera de sistema. Porque a menudo un mal tiro para un jugador normal pasa a ser uno asumible con ellos.

La acción ofensiva de Klay es muy difícil de detener, en buena parte porque suele ser difícil de detectar entre la sinfonía de movimiento sin balón que pueden llegar a tener los Warriors, con permanentes bloqueos indirectos y cortes para liberar a alguno de sus machos alfa en ataque. Thompson exige un defensor óptimo y de cierto tamaño, ya que pasando de dos metros puede castigarlos al poste o superarlo por fuerza en penetración.

En cierto modo, viviendo ajeno al balón gran parte del tiempo, Thompson demanda pleno foco de uno de los mejores defensores del rival. Como si en silencio se lo arrebatase al adversario por la mera posibilidad de lo que podría suceder en caso contrario o ante cualquier despiste, además a cualquier distancia. Eso le convierte en uno de los jugadores de ataque más peligrosos del mundo.

Soldado de traje y corbata

Lejos de ser un jugador de impacto en un solo lado de la cancha, Klay Thompson muestra el pack completo. Porque atrás es un jugador realmente resolutivo, tanto por la calidad de su defensa como por la cantidad de perfiles diferentes que puede llegar a reducir. Y basta un ejemplo, visible además estos días, para comprobarlo.

Durante los dos primeros encuentros de las Finales, Klay Thompson ha estado directamente involucrado, durante diferentes tramos, en la marca de cuatro rivales. El primer duelo se le asignó principalmente la defensa de George Hill, circunstancia (la de asignarse al base rival) que suele ser habitual. Es lo suficientemente rápido para contenerlos y grande para molestar su acción.

Pero además tuvo tramos con un perfil bien distinto como Jeff Green, prácticamente un cuatro abierto. Y otros, a su vez, con el francotirador de los Cavs, Kyle Korver. Tres jugadores muy diferentes, que por tanto requieren virtudes y tipos de defensa distintas. Korver, otro de los mejores jugadores de la Liga sin balón, solo pudo lanzar una vez mientras le defendía Thompson (un total de catorce posesiones). Thompson es muy eficiente tanto marcando al hombre con balón como reduciendo a jugadores de un perfil más tirador. Tiene piernas, inteligencia y atención.

En el segundo partido, se le encomendó la defensa de J.R. Smith, para tratar de evitar que cualquier socio de perímetro de LeBron James entrase en racha y complicase el encuentro. En 27 posesiones con él, Smith sólo pudo lanzar dos veces a canasta. El total de su defensa en las Finales es de 17 tiros defendidos y solo 7 anotados del rival. Atendiendo, como se acaba de explicar, a rivales muy diferentes.

No queda ahí. En la serie anterior se encuentra otro gran ejemplo descriptivo con su nivel atrás. Porque Thompson estuvo buena parte del tiempo asignado con James Harden, el jugador ofensivamente más desequilibrante de la temporada y director de operaciones de un ataque de resultados históricos este curso. Por concretar, el décimo más eficiente de todos los tiempos.

Thompson dejó a Harden en un 44% en tiros, con 28% en triples, durante todo el tiempo de la serie que le defendió. En esos tramos, el jugador de los Rockets sólo repartió 12 asistencias y cometió 8 pérdidas. Ante el reto más difícil, la respuesta fue sobresaliente.

Y, más relevante aún, esa marca defensiva bajó notablemente las prestaciones de la ofensiva de los Rockets. Porque, en 151 posesiones con Thompson sobre Harden, Houston solo fue capaz de producir un rating ofensivo de 105, bastante inferior al de su media de temporada (114). Su trabajo silencioso acercó, como siempre, al triunfo de su equipo. Porque a Thompson a menudo no se le ve, pero casi siempre deja su huella en los partidos.

En la necesidad, Klay

No bastan ataque y defensa, aceptando siempre roles de menor protagonismo, para abarcar su dimensión. Porque una de las mejores cualidades de Thompson es su respuesta a lo adverso. Draymond Green le definía estos días como uno de los jugadores más duros, con mayor empaque físico, que había conocido. Lo hacía aludiendo a su umbral de dolor tras sufrir un percance en el inicio de Finales que no ha menguado su rendimiento.

Pero más allá de lo físico su instinto asesino florece ante el peligro. Dos ejemplos lo explican por completo, porque se trata de dos episodios que sirven para definir a los propios Warriors.

Por un lado, el 28 de mayo de 2016 fue Thompson agarrándose a la heroicidad el que evitó la caída de los Warriors en Oklahoma, a manos de los Thunder, en una serie que Golden State perdía por 3-2 afrontando el sexto duelo a domicilio. Anotó 41 puntos, con 11 triples, decantando un duelo que, visto con perspectiva, no sólo evitó la eliminación de su equipo… sino que acabó precipitando la llegada de Durant a él. Aquella exhibición de Klay sirvió como punto de inflexión para la NBA que se vería después.

Hace apenas diez días, casi con exactitud dos años después de aquel hito, Thompson volvió a marcar la diferencia en un duelo con los Warriors 3-2 abajo en una eliminatoria. En este caso ante los Rockets, sumó 35 puntos, con 9 triples.

La respuesta a momentos críticos ayuda a definir a Thompson como lo que es: un jugador de la más absoluta élite. Uno que no tuerce el gesto al asumir papeles deportivos de menor relevancia, desde luego muy inferiores a los que podría tomar en cualquier otro contexto, siendo consciente al mismo tiempo de que la ejecución magistral de esos mismos roles secundarios acaban decantando la balanza.

Klay siempre está. Siempre suma, luzca o no. Y lo hace a tal nivel que si se pretendiese dibujar un secundario ideal, uno destinado a reforzar virtudes y reducir carencias, la imaginación acabaría encontrando algo muy parecido a lo que él ya es. Un complemento que enlaza los conceptos estrella y secundario hasta fusionarlos por completo.


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