El equipo que soñaron las analytics 

En el episodio 179 del podcast de nbamaniacs Elio Martínez me planteaba una pregunta que me pilló a contrapié: ¿Pueden estos Celtics crear precedente en ...

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Por David Sánchez

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En el episodio 179 del podcast de nbamaniacs Elio Martínez me planteaba una pregunta que me pilló a contrapié: ¿Pueden estos Celtics crear precedente en lo que a construcción de plantilla se refiere? El jefe de esta casa especificaba después que se refería sobre todo a la versatilidad de sus seis mejores hombres en ambos lados y a la absurda capacidad de tiro de todas sus piezas. 

Necesitaba tiempo para contestar la cuestión con propiedad.

Las cosas en el deporte, y en realidad en casi cualquier ámbito, evolucionan por imitación. De vez en cuando aparece un grupo o individuo que descubre nuevas fronteras y el resto persigue su estela con mayor o menor tino. Tomando y añadiendo matices hasta construir algo lo suficientemente nuevo o propio.

En el siglo XXI el fútbol ha bebido mayormente de tres vertientes. La primera inaugurada por José Mourinho y su Chelsea, basada en la defensa y el contraataque. La segunda traída por Pep Guardiola y su Barcelona, que rescató los principios de posición del cruyffismo para generar ventajas desde la posesión de balón (Cruyff nunca fue tan meticuloso y le gustaba mucho más el vértigo). Y la tercera puesta en liza por Jürgen Klopp y la escuela alemana, basada en la presión en campo rival y un ritmo ofensivo infernal que busca propiciar el error en el contrario a base de un volumen altísimo de acciones.

Todos ellos tuvieron sus propios imitadores, pero los conceptos que más han calado a nivel general por ser los más sencillos de reproducir sin calidad diferencial y los que mejor relación hallan entre riesgo y recompensa son los del entrenador de Setúbal. En el fútbol siempre se ha jugado a encerrarse atrás y salir al contraataque. Pero Mourinho popularizó las defensas enteramente zonales, negar el carril central como principio irrenunciable y un contraataque estructurado en lanzadores (Xabi Alonso), conductores que aceleraban o frenaban a placer (Mesut Özil, Wesley Sneijder), punta de lanza (Didier Drogba, Samuel Eto’o) y llegadores (Frank Lampard). 

De padres a hijos

Volviendo (por fin) a la NBA, sucede algo similar. Se suele decir que todo campeón crea escuela. Sin embargo, Lakers y Celtics en los 80 y Bulls de los 90 no generaron ese casting de imitadores porque se entendía que aquello, por talento individual y funcionamiento colectivo, no tenía parangón. Michael Jordan sí despertó el interés de encontrar heredero, pero la cosa no acabó demasiado bien. El equipo que sí sentó cátedra y cuyo estilo fue copiado por el grueso de la liga fueron los Detroit Pistons de Chuck Daly. Cuya dureza defensiva característica parecía más sencilla de emular. 

No obstante, el baloncesto de hoy encuentra otra línea de descendencia que no está tan relacionada con la victoria como con la vanguardia. Simplificando mucho las cosas, el estilo de juego que vemos actualmente bebe del small ball con el que Don Nelson comenzó a juguetear en Warriors y Mavericks, el pick-and-roll que Jerry Sloan perfeccionó en Utah a través de John Stockton y Karl Malone, el juego de pases de los Kings de Rick Adelman y la velocidad que imprimieron al juego Mike D’Antoni y Steve Nash. Todo multiplicado por la influencia de Stephen Curry y el poder del triple.

Esta es una sucesión técnico-táctica. Dos conceptos a menudo separados pero que no pueden convivir el uno sin el otro. Ahora bien, el otro gran elemento transformador del juego y el más interesante a la hora de analizar a estos Celtics está en la evolución física. Que se funde con lo técnico-táctico para, básicamente, difuminar los conceptos posicionales del baloncesto. Desde que un buen número de jugadores en la liga pueden desempeñar todo tipo de roles con (cierta) independencia de su talla y molde físico, la versatilidad ha tomado un papel preponderante en la construcción de plantillas. 

Aquí tampoco conviene caer en engaños. Si Magic Johnson no era replicable hace cuatro décadas, hoy no lo pueden ser LeBron James, Nikola Jokic, Luka Doncic o Victor Wembanyama. Es decir, perfiles que cubren (o cubrirán) todo el espectro ofensivo del juego. Así, aspirar a esa idea de versatilidad supone convertir al alero en la figura más buscada por ojeadores y General Managers. 

El método Ainge

“Construir un equipo con estrellas que son buenas a ambos lados de la pista es más sencillo”, decía el año pasado Joe Mazzulla. ¿Y qué perfil acude primero a la mente cuando hablamos de jugadores two way en la actualidad? Efectivamente: aleros. Una ‘denominación’ que hoy se ha comido las posiciones del ‘2’ (escolta) y el ‘4’ (ala-pívot) y que aspira a absorber todas las aristas del juego. Danny Ainge tuvo el tino, en años consecutivos, de elegir a dos piedras fundacionales que cumplen con todos los principios del molde expuesto. 

Una idea para la que los Clippers tuvieron que romper la hucha en 2019 y pagar cifras récord en impuesto de lujo un año tras otro, los Celtics la alcanzaron a través del Draft. Con los años de margen, flexibilidad salarial y falta de urgencias que esto supone para ir acomodando piezas alrededor. Jayson Tatum y Jaylen Brown son el ejemplo perfecto de alero moderno. Anotadores a tres niveles en ataque (triple, mid-range, pintura), capaces de crear desde el bote, excelentes defensores con y sin balón. 

Tener dos jugadores así puede hacer pensar equívocamente que no necesitan mucho más. Pero los Celtics, y en concreto Brad Stevens, comprendieron desde el primer momento que era necesario suplementar las pocas carencias de los Jays una vez Brown encajó las piezas del jugador que es hoy. Concretamente la presencia de un organizador, un conector y de un defensor interior. 

Lo primero se intentó solventar con estrellas como Kyrie Irving y Kemba Walker. Cuando no funcionó, se planteó la idea de prescindir de esa figura y fue Marcus Smart quien dio un paso adelante para tomar responsabilidades con sus luces y sombras. Gordon Hayward vino a representar lo segundo, ese glue guy que en lo espiritual era Smart pero que los Jays necesitaban también en pista, pero se rompió antes de empezar. La tercera pata quedaba más o menos resuelta con Al Horford y Robert Williams III, pero la salud del segundo acabó mermando demasiado el techo de una defensa histórica. 

El método Stevens y la identidad de Mazzulla

Tan caprichosa es la construcción de rosters que, después de encontrar al conector perfecto en Derrick White, al ancla defensiva en Kristaps Porzingis y una vez se hicieron con el base ideal para el proyecto, la forma de entender el baloncesto de Joe Mazzulla provoca que este último no se comporte como tal. El técnico estadounidense de ancestros italianos es un gran seguidor del fútbol y, aquí se cierra el círculo, de Pep Guardiola. A quien define como “el mejor entrenador del mundo de cualquier deporte”. Mazzulla admira la capacidad del de Sampedor por situar a sus jugadores en posición de tomar la mejor decisión posible en cada momento al tiempo que respeta su libertad individual. Con esto el técnico de Boston busca impulsar el juego como un continuo fluir (de ahí, cuenta en The Athletic, lo de no pedir tiempos muertos) en el que solo intervenga la toma de decisiones del jugador y las sinergias construidas con quienes le rodean. 

Así, estos Celtics que van camino de ser el ataque más eficiente jamás creado mientras tienen la segunda mejor defensa de la liga y el tercer mejor net rating de la historia tras los dos primeros Bulls del segundo threepeat, resultan en un equipo hecho a imagen y semejanza de los Jays y del ideal moderno de construcción de equipo. Conformado por jugadores capaces de desempeñar cualquier tarea en cancha sin por ello tener que hacer de todo todo el tiempo.

El equipo que soñaron las analytics 
Top cinco net ratings históricos. (Fuente: StatMuse)

Del quinteto ideal, quizás solo Kristaps Porzingis no tenga la autosuficiencia del resto, aunque sus características funcionan como multiplicadoras de las virtudes de los demás. Pero que el cambio defensivo sea la principal forma de defender el bloqueo en la liga permite que el letón, a través del poste bajo, sea ejecutor de una de las secuencias individuales de mayor eficiencia del mundo (1,32 puntos generados por posesión en el poste).

Y, claro, con el lanzamiento exterior como principal articulador de todo ello. Es ese absurdo volumen (42,6) y precisión (39,1%) desde la larga distancia lo que, al fin y al cabo, permite castigar cada pequeña ventaja generada. Más allá de cualquier definición, los Celtics son el segundo mejor jump-shooting team de la historia. Aunque, irónicamente, dependen del lanzamiento exterior menos que otros

Autómatas con libre albedrío

La única mácula del grupo tiene que ver también un poco con su naturaleza. Los Celtics han tenido centenares momentos a lo largo de la temporada en los que son simplemente imparables. En los que son un tsunami ofensivo de lanzamiento exterior y canastas fáciles mientras, al otro lado, van acumulando fallos al rival por puro talento defensivo. Instantes en los que el conjunto luce incluso aséptico, como en piloto automático. Baloncesto más ejecutado que jugado en el mejor de los sentidos, pues en realidad se podría definir como un just ballin’ coral. 

Precisamente, es en los tramos en los que el partido les obliga a poner emociones en juego que el sobrepensar se convierte en su mayor rival. Especialmente el miedo a perder, en este caso ventajas. Se dice a menudo que Boston sufre en finales apretados. Sin embargo, sin dejar de ser cierto, es mayormente cuando ven esfumarse el colchón de puntos que han logrado a lo largo del partido que empiezan a darle demasiadas vueltas a la cabeza y dejar de hacer el juego que suelen. 

Texto obsoleto en lo táctico, valioso en lo que expone sobre la gestión de emociones.

En el primer episodio de Mind the Game, podcast recién estrenado por LeBron James y J.J. Redick, el de los Lakers expone que los Celtics tienen el talento de sobra para plantarse otra vez en finales del Este o finales. Pero que es su IQ lo que todavía está por demostrar con consistencia en altas instancias de playoffs. A riesgo de llevar la contraria a James, quizás la solución esté en evitar escenarios que expongan su inteligencia baloncestística o la falta de la misma. 

Tatum está jugando el baloncesto más sencillo de su carrera. Brown, directamente, es mejor y más eficiente que nunca desde que regresó del All-Star. Derrick White se ha convertido en el base no oficial del equipo con una economía de bote y balón insultante. Jrue Holiday es el mejor tirador del equipo. Porzingis provoca desajustes con su mera presencia y, además, los castiga. El rol reducido de Horford le ha rejuvenecido por enésima vez. Por si fuese poco Sam Hauser, Payton Pritchard y hasta Luke Kornet han dado pasos adelante en su juego. 

Ante una acumulación así de talento individual que, a menudo, funciona como un reloj en lo colectivo, sobrevalorar el IQ puede ser peligroso. A veces, se estima demasiado la inteligencia en cancha como si fuese más allá de encontrar soluciones inmediatas a problemas en tiempo real. O, más escueto, a reaccionar a cambios de guion sobre la marcha con éxito. Lo cual lleva a pensar que lo que falla en los Celtics no es tanto la inteligencia baloncestística como la emocional. Y ahí no queda otra que enfrentar fantasmas hasta que se tengan las herramientas necesarias a mano. Porque, con el análisis en la mano, no cabe construcción más perfecta que la de este equipo.

(Fotgrafía de portada de Elsa/Getty Images)

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