Jaylen Brown, una mente maravillosa

Cuando no era más que un adolescente, uno que lideraba a su escuela secundaria Joseph Wheeler a ganar el campeonato estatal de Georgia en 2015, Jaylen Brown había visualizado lo que quería ser en la vida. Su objetivo por el que pelearía hasta últimas circunstancias. No quería ser el chico en el que todos confiaban y luego terminaba sin conseguir su gran reto de jugar en la NBA. Le avergonzaría que todos en su Marietta natal supieran que había fracasado. Eso le llevó a amanecer por mal camino. A habituarse a prácticas físicas y deportivas casi inhumanas; impuestas además por un castrante código particular.

Exprimía cuerpo y mente hasta límites insanos para su edad. Impropios de un todavía amateur. Las derrotas con su equipo de high school se hacían insoportables y los reveses en el camino, muy dolorosos. No solo le impedían ser feliz y tornaban más difícil su gran objetivo; también le destruían por dentro. Creaban un desasosiego que Jaylen pronto empezó a detectar como anómalo. Como insoportable. Perjudicial para sí mismo; no era capaz de controlar su mente y difícilmente completaría sus ambiciosos proyectos con aquel run run rebotando cada dos por tres en su cabeza.

En ese mare magnum se encontraba Jaylen Brown cuando a los 16 años se cruzó con Graham Betchar, un coach especializado en las emociones a quien vio por primera vez en una entrenamiento de jóvenes promesas, en la Universidad de Virginia.

Poco a poco, con ayuda, Brown aprendió a silenciar la parte menos colaborativa de su mente; a canalizar en su propio beneficio toda aquella pasión desbocada. Porque Betchar le inoculó desde el principio el camino que tenía que seguir con rigurosidad: para desarrollar todo su potencial tenía que resguardarse de toda aquella ansiedad. Tenía que aprender a ignorarla.

Y lo hizo.

«Aprendí a disociar las cosas buenas y las malas. Solía poner [presión] sobre mí mismo para rendir de una determinada manera. Hasta un punto en el que mi cuerpo se dañaba cuando perdía. Cuando perdimos la final estatal en el instituto, yo me hundí. Estaba muy deprimido. Estuve mentalmente enfermo. Entonces, fue cuando empecé a darme cuenta de que eso era problemático y de que no debería asociar gran parte de mi vida y gran parte de lo que soy solo al baloncesto; a si gano o pierdo. Ya no tengo miedo al fracaso. La vergüenza es donde empieza el crecimiento».

Así fue como Jaylen, poco a poco, fue encontrando el sosiego que le ayudó a despegar como jugador de baloncesto y también como mentalidad especial, única. Triunfó siendo uno de los mejores de su promoción en edad colegial y después pasó por la Universidad de California (Berkeley) para seguir forjando talento deportivo desmedido… y unos hábitos culturales impropios de una estrella del baloncesto.

Tanto mudó su protocolo de actuación que aquella joven olla a presión es hoy un entregado devoto de la meditación diaria —destaca la importancia de respirar pausadamente—; tiene hábitos vegetarianos y hasta le gustaría ser vegano al cien por cien, además de estar apuntado a cursos en Harvard y también dar charlas en el prestigioso centro de Massachusetts.

Jaylen toca el piano, habiendo mejorado su habilidad desde que está en la NBA, la guitarra o visitó Londres en una ocasión porque uno de sus ídolos de infancia era Benjamin Banneker. ¿Quién? Uno de los científicos afroamericanos que, entre otras cosas, trabajó en el mundo de los relojes durante el siglo XVIII. Sí, Brown es una apasionado de la tecnología; tanto como para internarse, con 19 años, dos meses en el Base Ventures del campus de su universidad con investigadores y amantes de las TIC.

Por cierto, es también un gran fan de Lionel Messi, del Fútbol Club Barcelona y del Arsenal.

¿Que cómo un jugador de la NBA puede ser tantas cosas además de un portento natural? El alero de los Celtics ha trabajado su cerebro como prácticamente ningún otro coetáneo. Muy pocos en el gremio destacaron tanto por sus destrezas y reflexiones fuera del rectángulo.

Por ello —origen y consecuencia— Jaylen Brown es hoy uno de los líderes que más se ha fusionado con la lucha por los derechos de los afroamericanos en Estados Unidos. Tras el asesinato de George Floyd en Minneapolis, condujo 15 horas desde Boston hasta su Georgia de nacimiento para situarse en vanguardia de las protestas —las pacíficas—. Su bagaje y antecedentes, que desgranamos a continuación, explican por qué el jugador de Boston resulta un sujeto digno del mejor de los diagnósticos. Es uno entre un millón, una mente maravillosa en la NBA.

Racismo desde pequeño

Desde bien cachorro, Jaylen fue inconformista. Siempre trató de extraer, hasta el extremo, el origen de las cosas. También el porqué de aquel estigma que poco a poco fue percibiendo con mayor intensidad y que a él, como pequeño de raza negra y encima en el sur del país, le excluía de una honda cantidad de concesiones.

«En el sur sigue habiendo racismo», sostenía en enero de 2018, en una entrevista con The Guardian. Ya por entonces, mucho antes del movimiento actual, demostraba una conciencia sobrenatural respecto al problema racial en EE.UU. Era capaz de explicar el escenario desde praxis menos visibles, institucionalizadas. La mayor parte de sus siguientes testimonios datan de hace más de dos años, prueba de lo cultivado de su azotea ya a los 21. Por cierto, que el periodista de The Guardian que le entrevistó en tal ocasión, Donald McRae, le definía como «uno de los más interesantes e inteligentes deportistas jóvenes que he conocido». Seguro que el hecho de que, durante el coloquio, Brown estuviera ojeando unos periódicos en lugar de su smartphone ayudó a que la opinión de McRae ascendiese varios estratos.

«Yo lo he vivido [el racismo] en el baloncesto. Siempre hubo gente que me llamaba la palabra que empieza por ‘n’ («nigger», con connotación despectiva desde la etapa esclavista, pues así llamaban los terratenientes blancos a sus esclavos). He visto a gente venir a partidos de baloncesto disfrazado de mono. He visto cómo se pintaban la cara en mis partidos. He visto cómo tiraban plátanos desde las gradas», recordaba Brown.

«Cuando tienes 14 años, claro que eso te hiere. Pero cuando te haces un poco mayor y como yo fui a la Universidad de California (Berkeley), aprendes que hay un racismo más sumergido; aprendes cómo se filtra a través de nuestro sistema de educación, oculta expedientes, decide la estratificación social y cosas que yo no conocía antes. Una de las formas más sumergidas pero agresivas de racismo existe en nuestro sistema educativo».

La reflexión de Jaylen entonces era profunda. Con 21 años y solo uno y medio en la NBA, ya pintaba un retrato preciso de uno de los peores legados de los EE.UU «El racismo existe en Estados Unidos hoy. Claro que ha cambiado mucho y mis oportunidades son mejores de lo que hubieran sido hace 50 años. Mucha gente piensa que el racismo se ha disipado o que ya no existe. Pero está escondido en sitios más estratégicos. Hay menos gente que te venga y te diga a la cara ciertas cosas. Pero Donald Trump ha hecho más aceptable que los racistas hablen bien alto».

Pese a que su activismo haya saltado a la luz pública en las últimas semanas, a raíz de las protestas Black Lives Matter, su postura en la materia estuvo bastante marcada desde hace tiempo.

«Tenemos algunos de los mismos problemas que teníamos hace 50 años. Algunas cosas han cambiado mucho pero otros factores están profundamente inyectados en nuestra sociedad. Protestas como la de Kaepernick hacen que la gente se sienta incómoda y consciente de estas injusticias ocultas. La gente ahora es más consciente. Hace falta que alguien especial como Kaepernick se meta para forzar esos cambios. A veces los fans y reporteros dicen: ‘si eres un atleta, no quiero que digas nada. Deberías estar contento de que ganas tanto haciendo deporte. Deberías alabar América en lugar de criticarla’. Esa es nuestra sociedad. La sociedad actual piensa que tenemos que ser jugadores de baloncesto y nada más. No músicos, no políticos. Solo jugadores y estar felices con eso. Yo no estoy de acuerdo».

Ese discurso, el conformismo del afortunado, puede valer para quien proceda de entornos elevados y no haya tratado con la ausencia de oportunidades. No es el caso del alero de los Celtics.

«Incluso yo que he terminado en una muy buena posición, ¿dónde habría estado sin el baloncesto? Siento eso por mis amigos. Y por mis hermanos pequeños o primos que no tienen idea de cómo su movilidad social es manejada. Solo porque yo fuera el chico de mi barrio que consiguió evitar las barreras para ser un privilegiado, y para que los pobres sigan siendo pobres, ¿por qué debería olvidarme de la gente que no tiene la misma suerte que yo?».

Y entiende perfectamente la raíz de su comodidad profesional.

«El deporte es un mecanismo de control. Si la gente no tuviera deporte, se encontraría mucho más decepcionada con su rol en la sociedad. Habría mucha más ira o estrés sobre las injusticia, pobreza o hambre. El deporte es una manera de canalizar nuestra energía en algo positivo. Pero no estoy de acuerdo en que un atleta no pueda ser inteligente. En baloncesto, la gente piensa que somos tipos que apenas tienen control sobre sí mismos, pero podemos generar ideas. Estamos tratando de cambiar eso porque es algo que tiene un trasfondo racista», defendía Jaylen Brown, quien, como Steve Kerr o Gregg Popovich —gente que le duplica y triplica la edad—, es crítico con la aparición de Trump.

«Solo pienso que el carácter de Trump y algunos de sus valores le invalidan para liderar. ¿Que alguien como él sea presidente y esté a cargo de nuestras fuerzas armadas? Da miedo».

Desde luego, unos 21 años (ahora 23) mejor llevados, en cuanto a reflexión y análisis de su alrededor, que muchas personas veteranas del planeta.

La Universidad

Este hijo de campeón del mundo de boxeo —de ahí el físico para escurrir monolitos de piedra— siempre rindió culto a la curiosidad. Al estudio y al conocimiento. Y su paso por la universidad, lejos de la perspectiva de un joven atleta de élite, avivó su hambre de exploración.

Jaylen manejó propuestas para ir becado a algunos de los centros más prestigiosos en el deporte de Estados Unidos (Kentucky, North Carolina o Kansas). Las rechazó todas para elegir la opción más atractiva en lo académico, no tanto en lo baloncestístico. Necesitaba estímulos con que afilar su conocimiento. Eligió la Universidad de California (Berkeley).

Aquel centro no había participado en el torneo de la NCAA desde el año 2013. Le daba igual. Él quedó fascinado por el alcance intelectual de una de las consideradas seis mejores universidades del mundo según la revista Times Higher Education en 2018.

Brown no se inyectó en el molde de futuro deportista one and done. No empleó su año académico entre canchas, mancuernas y una alergia permanente a las clases. Él sí acudió a las aulas y formó parte de todas las materias como un alumno más; como cualquiera que preparaba su graduado con la mayor de las pericias. Estudiaba y aprobaba como todos.

Hasta comía, de manera habitual, en la cafetería del campus con su inseparable compañero de habitación, el después también profesional NBA Ivan Rabb. Nunca se dejó seducir por la burbuja de futuro atleta profesional. Aprovechó su estancia en la enseñanza superior para extraer infinidad de lecciones.

«La educación es algo muy importante para mí y mi familia», decía un Brown que tiene pensado terminar el graduado cuando le sea posible. «Supe que en Berkeley había algo especial desde que fui por primera vez. Estuve seguro cuando llegué a mi primera clase. Lo que aprendí allí me lo llevaré para el resto de mi vida. Las cosas que aprendí en esas clases y las relaciones que hice con esos profesores fueron algo tremendo. Aprendía algo nuevo cada día».

Su deseo de investigación le hizo implicarse en estudios de pobreza global. Quería saber desacreditar «muchas ideas falsas» sobre la gente sin recursos o gente sin hogar.

En la University of California estudió también español; hizo sus pinitos con el árabe —considera esencial conocer al menos tres idiomas— y alimentó su pasión por el ajedrez, que conoció a los cuatro años y le llegó por parte de su abuelo. Aprovechó para cultivar todo tipo de materias secundarias además de asistir a las clases ordinarias. Hasta había sido capitán del equipo oficial de ajedrez en su instituto de Marietta. «Te enseña a tomar decisiones rápidas. Y eso es como la vida. Muchas veces cuando juego, quiero hacerlo contra mí mismo. En la vida, ese es tu mayor oponente, tú mismo», decía hace años a la revista GQ.

Sus incursiones en los talleres de ajedrez en Berkeley le granjearon cómicos malentendidos. «Cuando entraba en la clase de ajedrez en Cal., la gente me miraba pensando que me había perdido y que estaría en la clase equivocada». Hagamos el ejercicio de imaginar la escena: un tipo de más de dos metros y de cien musculados kilos de peso, al lado de imberbes ratones de biblioteca. Tendría que ser escena digna de retrato.

Transcurrido un año desde que entrara en su parque de atracciones particular, Jaylen Brown decidió presentarse al draft 2016. Y lo hizo sin un agente que representara sus intereses, algo impensable en tiempos modernos.

Se entrevistó con hasta cinco representantes pero decidió ir por libre. Para que no se le escapara ningún detalle de sus posibilidades en el draft, se empolló gran parte del convenio laboral de la Liga y de los contratos garantizados para novatos en la NBA.

Por cierto, que hasta tal punto llegaba su curiosidad por el nuevo mundo que estaba a punto de descubrir que antes de ser drafteado ya se había reunido personalmente con Adam Silver, comisionado, y Michele A. Roberts, directora ejecutiva de la asociación de jugadores (National Basketball Players Association).

Sus consejeros

Jaylen Brown se presentó en el Green Room sin apoderado, pero nunca estuvo solo en su transbordo hacia la mejor liga de baloncesto del mundo. Su apetito de nuevas informaciones le llevó a contactar con personalidades relacionadas con la competición. Les preguntaba dudas y también empezó a sentar una relación especial. Como con Isiah Thomas, exjugador, y directivo, campeón el el 89 y 90 con los Detroit Pistons. También figura en su lista de consejeros habituales Shareef Abdur-Rahim, antiguo jugador y hoy mandamás de la G League.

Ellos fueron, en última instancia, quienes le convencieron de acudir al draft sin más paracaídas que su propio instinto, intuición y el respaldo de veteranos que habían sido cocineros antes que frailes.

«Todos ellos hicieron eso antes que yo. Isiah Thomas lo había vivido también. Shareef Abdur-Rahim también. Tengo educadores, profesores con doctorado que me ayudan y me aconsejan. Sé que ellos saben lo que hacen y lo que dicen», podía esgrimir Brown entonces.

Thomas es de hecho el mayor confesor que Brown encontró en la NBA. Suelen hablar cada día. «Es el chico de la clase al cual el profesor iría y diría: ‘quiero pasar un poco más de tiempo con él porque su mente es diferente’. Es un tipo diferente. Hay que ser capaz de moldear y formar esa mentalidad, de ser mentor», decía Isiah Thomas sobre Jaylen.

«Él es una de mis personas favoritas en el planeta. Encontré un alma afín en Isiah Thomas. Comentamos cosas entre los dos y yo absorbo mucho cada vez que hablo con él», aportaba Brown poco antes del draft del 2016.

No solo Isiah o Abdur-Rahim formaron parte de su comuna; antes de su debut NBA también pudo intimar con Bill Laimbeer, antiguo campeón con los Pistons; Teresa Weatherspoon, estrella de la WNBA; Brian Shaw, Jason Kidd o Jimmy Butler.

Fuera de los círculos de la Liga, Brown también acudía con frecuencia al consejo de directivos de la asociación de jugadores, profesores de universidad, miembros destacados del colectivo universitario o entrenadores deportivos como Ansar Al-Ameen, que ya había trabajado con Carmelo Anthony o LeBron James.

Solo con su séquito de maestros aguantó Jaylen Brown las tres primeras temporadas en la NBA. En octubre de 2019 y con la negociación de su segundo contrato en la Liga en ciernes, sí alquiló los servicios de su primer agente oficial, Jason Glushon. La relación le reportó un beneficioso nuevo convenio personal de cuatro años y 115 millones de dólares.

«Demasiado listo»

Antes de dejar la universidad, Brown pudo escribir una tesis acerca de cómo el sistema de deporte tiene un impacto en la educación de la gente.

«El tema me emocionaba muchísimo. Existe la creencia en América de que alguna gente tiene que ganar y otros tienen que perder para que algunas cosas estén en su lugar. Algunos tienen que ser los próximos legisladores o élite política y otros tienen que llenar las cárceles y trabajar en un McDonald’s. Así es como funciona América. Es una máquina que necesita gente en la cima y también gente debajo».

Todo este análisis de su alrededor hizo despertar cierto desinterés por parte de un directivo NBA anónimo: pensaba que era un jugador «demasiado inteligente» para la Liga. Con todo el contenido peyorativo que podáis imaginar.

Aquel sambenito parece que pudo extenderse durante algunas semanas. Otros encargados de hacer debutar nuevos talentos pudieron creer el cuento. No los Boston Celtics, que le seleccionaron en el puesto número tres del draft de 2016 debido a su inagotable depósito en el juego de ataque-defensa.

«Es un chico extremadamente inteligente. Fue a clases para graduados en la universidad. Es una persona con carácter inquisitivo sobre todas las cosas. Porque es muy inteligente. Eso puede ser intimidante para algunos equipos. Él quiere saber por qué está haciendo una cosa en lugar de hacerlo sin más. No creo que sea algo malo, pero es una forma de cuestionar la autoridad. No es algo malicioso. Él solo quiere saber qué está ocurriendo. Los entrenadores a la vieja usanza no quieren a chicos que cuestionen sus métodos», decía un directivo NBA en 2016.

Inspiración de Kobe

Dentro de una esponja como Jaylen, otra fuente pública de inspiración resultó Kobe Bryant. «Soy un gran creyente de que hacen falta 20.000 horas de trabajo para ser grande. Kobe echaba esas horas. Yo intento perseguir ese modelo. Esa inspiración que Kobe dejó ahí para nosotros. Él dejó un gran ejemplo y yo intento seguirlo».

Brown no solo divaga y explora en cuestiones ajenas al baloncesto. También emplea el músculo más potente de su carcasa —que ya es decir— para ser mejor jugador cada día. Esa atracción hacia la obra de Bryant le llevó a levantarse al alba para llevar a cabo su primera sesión de entrenamiento del día sobre las cinco y media de la mañana. Actuó así desde que era un adolescente y prácticamente hasta la actualidad. No se levanta todos los días a esa hora, claro está, pero sí que rescata esa rutina cuando le es posible.

¿Que por qué lo hace? Porque Brian Shaw le dijo una vez que Kobe Bryant se levantaba tan temprano para su primera práctica del día.

«Veo que nadie más hace eso. He oído tantas historias sobre Kobe Bryant levantándose a las cuatro o cinco de la mañana y yendo a la cancha a las cinco y media. Estaría ya completamente empapado en sudor a las seis y media. Levantaba pesas después, a las ocho; y luego, a las diez, cuando empezaba el entrenamiento con todos, volvía a la pista. Todo lo que Kobe ha logrado ha sido por su implacable ética de trabajo», compartía Brown.

Desde luego, si tienes como modelo a Kobe Bryant y logras clonar parte de su metodología, poco podrá irte mal en la vida.

La muerte de su mejor amigo

Que el contenido de su azotea resulte un polizón dentro del deporte profesional no significa que Jaylen Brown no se haya topado con infortunios.

En noviembre de 2017, su vida sufrió la mayor sacudida de acontecimientos. Estaba listo para enfrentarse aquella noche a los Warriors, vigentes campeones y uno de los mejores equipos que los despachos pudieron congregar. La concentración de aquella tarde, en la previa al choque, le invitaba a pensar que haría un buen partido. Tenía que ser su noche.

De repente, recibió una llamada directamente desde ultratumba.

Era la madre de su gran amigo de la infancia en Marietta, Trevin Steede. Todo estaba muy confuso y al otro lado del teléfono no paraban de llorar. El horror: su amigo del alma había muerto en extrañas circunstancias —se averiguó después que fue suicidio— y la madre estaba llamándole para comunicárselo. Para que fuera, de hecho, una de las primeras personas en saberlo fuera de la familia Streede.

El mundo se vino abajo. Era su mejor amigo, alguien con quien había compartido algaradas desde el colegio en Georgia. Se hundió en un disgusto arrebatador, llenando sus ojos de rabia, impotencia, ansiedad y lágrimas. Toda la concentración del partido se había ido y no quedaba más que dolor.

Aun en semejante licuadora de emociones, Jaylen Brown encontró la inspiración para poder disputar el choque ante los Warriors. Terminó con 22 puntos, líder anotador de Boston, ocho rebotes, dos tapones, dos robos y una exhibición defensiva para liderar la rebelión frente al campeón —victoria por 92-88—. Es más, el episodio sirvió para que los Celtics alargasen su racha de victorias hasta 14 partidos.

Una montaña rusa de sensaciones. Jaylen completó una de sus mejores ceremonias el día más triste de su vida.

«Probablemente no habría podido jugar si ella (la madre de Trevin) no me hubiera llamado. Brad Stevens me preguntó cómo estaba. Yo le dije ‘no creo que pueda jugar esta noche’. Que no podía centrar mi mente, no podía concentrarme para jugar. Él contestó ‘no pasa nada. Tómate tu tiempo’. Tres segundos después de eso, me llamó la madre de Trevin. Le dije que no estaba nada bien y que probablemente no iba a jugar esa noche. Ella me dijo ‘sabes que eso no es lo que quiero y no es lo que Trevin hubiera querido. Así que si puedes buscar fuerzas en tu corazón para salir y jugar por él, hazlo’. Me dio una nueva inspiración. Creo que esa conversación con ella fue la razón por la que pude salir a jugar de manera controlada y equilibrada. Jugué en su honor».

Después de tumbar al mejor equipo de la NBA con 21 años, Jaylen destapó la noticia delante de la prensa. Todavía con la voz cristalizada y queriendo huir a toda velocidad, declaró: «Mi mejor amigo murió anoche. Fue muy duro aceptarlo. Yo no estaba en condiciones de jugar. No quería ni siquiera salir de mi habitación después de enterarme». Su cabeza controló las emociones. Es más, Brown es un gran creyente de que el dolor o cualquier otra sensación pueden ser manejados con la mente. Quizá por eso sea también un apasionado aprendiz en el mundo del coaching.

Su historia con Trevin se remontaba a años atrás. A cuando Jaylen no era más que el musculado nerd que se sentaba solo a la hora de la comida.

«Él contaba esta historia todo el tiempo. Yo me cambié de colegio para jugar al baloncesto en el Wheeler High School. Él ya estudiaba allí. Recuerdo que los primeros días yo no conocía a nadie, no tenía amigos y me sentaba solo en la mesa del comedor. Me sentaba solo y actuaba como si fuera demasiado molón, como si no necesitara a nadie y hacía que estaba con el teléfono. Como en plan, ‘soy un tipo tímido. Estaré bien’. Y un día, al tercero o el cuarto de estar allí, él [Trevin] se dirigió hacia mí. Yo le había visto en algunos entrenamientos pero realmente no le conocía. Me preguntó con quién me sentaba, aunque no tenía a nadie al lado. Me dijo que fuera y que me sentara con él. Y desde entonces fuimos los mejores amigos. Fue como mi hermano en adelante.»

El instituto Wheeler era un centro con un equipo de baloncesto bastante respetado. Allí llevaba ya un tiempo jugando Trevin y se unió Jaylen, quien había ido ad hoc a aquel instituto para jugar. El destino quiso que uno le quitara el puesto al otro, circunstancia que no erosionó su amistad.

«Trevin era un año mayor que yo, así que él era sophomore y yo freshman. Entré en el equipo cuando solo había una plaza libre. La cosa estaba entre él y yo. Y al final me escogieron a mí».

Uno entre un millón

De manojo incontrolable de nervios cuando era adolescente, Jaylen Brown actualizó sus circuitos hasta convertirse en uno de los deportistas más leídos de la actualidad. Analítico, curioso inteligente y también activista, reivindicativo.

Alguien que no pudo dejar pasar la oportunidad de volcarse con las movilizaciones masivas de Estados Unidos en las últimas semanas. En realidad, esa fue la causa que él denunció durante toda su vida.

El pensamiento y las referencias históricas —y filosóficas— ya los tenía. «Imagina que tenemos dos peces jóvenes nadando en una dirección y otro pez más mayor nadando hacia el otro lado. Se cruzan por el camino y el más mayor dice: ‘Qué pasa, chicos, ¿cómo está el agua?’ Los dos jóvenes peces se vuelven y preguntan: ‘¿Qué es el agua?’. Nunca se dieron cuenta de que ese era el lugar donde vivían. Así que hay que mirar a alguien especial como Martin Luther King para ver el pasado y ver más allá de lo que has estado metido en toda tu vida», reflexionaba Jaylen.

Un tipo entre un millón que no solo es el noveno jugador con más puntos de playoffs por debajo de los 23 años —podría llegar al top 5 este año—. También afila como nadie su destreza cognitiva y apoya causas que cree justas como la lucha por los derechos de la población afroamericana. «Usará el baloncesto para hacer otras grandes cosas en la vida», decía de él un trabajador de los Celtics. No cabe duda, Jaylen Brown es una mente de lo más maravillosa.

(Fotografía de portada: Nick Laham/Getty Images)


Hace un par de años Jaylen Brown estuvo en Córdoba y allá que se fue nuestro Enrique Bajo a verle. Nos dejó un saludo que compartimos de nuevo con vosotros:

Este texto ha sido publicado originalmente en nuestra sección premium, Extra nbamaniacs. Allí está disponible para leer sin publicidad solo para nuestros suscriptores. Esta semana, además de la pieza sobre Jaylen Brown, también hemos lanzado un texto a modo de reflexión en voz alta sobre la situación actual en el mundo, un nuevo episodio del podcast con Guillermo Giménez de invitado y la continuación de la saga dedicada a los Spurs de Popovich.

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