El inusual camino a la cima de Jonathon Simmons

Gregg Popovich es conocido por muchas cosas. Por algo es considerado el mejor entrenador de la NBA. Junto a su peculiar filosofía, sus conocimientos tácticos o su forma de hacer grupo con sus jugadores, una de las características que más se comenta sobre Pops y su staff en los últimos años es esa intuición a la hora de ver talento oculto en gente que le acabará dando grandes alegrías.

Algunos de los ejemplos siguen estando vigentes hoy en día, continúan en las filas de la liga americana. Cómo transformó a un taciturno Danny Green en una máquina de meter triples en plenas Finales, cómo tornó el temperamento de Ime Udoka en buenas palabras para ser un respetable asistente, cómo se metió en la cabeza de Boris Diaw para convercerle de que no importaba tanto el peso de su cuerpo si sabía moverlo de cine o cómo cambió a Patty Mills del ostracismo del banquillo a ser un suplente de lujo. No todo lo que toca es oro, pero casi si te pones a repasar la lista.

El último «invento» de Popovich se llama Jonathon Simmons. Llegó sin hacer mucho ruido, se ha ido ganando minutos poco a poco conforme la gente se fue dando cuenta de que no se llamaba Jonathan. Esta temporada es una de las armas potentes de la rotación de los Spurs, ya no es casualidad (si es que algún día la fue). Pero, lejos de ser todo de color de rosa, el camino hasta allí no ha sido fácil.

‘No Draft, no life’

Jonathon se crió en Texas, el estado en el que juegan los Spurs. Se inició jugando al baloncesto pero más como sueño poco realista que como opción real de futuro. Barrio pobre, familia numerosa y pocos estudios. De hecho, tuvo que cambiar de un instituto a otro porque en el que estaba se catalogó por las autoridades como «académicamente inaceptable». Aún así pudo, pudo seguir formándose pese a que su madre LaTonya llevaba todo el peso de una casa en la que él era el mayor de cuatro hermanos.

Tanto en high-school como en etapa universitaria fue recibiendo diversos honores, ya fuera de región o conferencia. Era bueno, pero había muchos como él. Su entrenador en la Universidad de Houston, Wayne Dickey, dudaba razonablemente: «Nos encantaba entrenarle porque hacía lo que tocaba y estaba siempre en el sitio indicado, pero no sabíamos lo que iba a pasar. No quería que fallara». Pero falló, al menos en un principio.

Su cabezonería le llevó a presentarse al Draft de 2012. Eso y la necesidad de tener a su cargo a tres hijas a la temprana edad de 22 años. Fue más lo segundo que lo primero. Necesitaba dinero rápido para poder criar a sus hijas y ayudar a sus hermanos. Pero, contra lo que él creía, no fue elegido. ¿Qué quedaba? Ahí llegó su momento más complicado, el de seguir o no seguir. Pudo meterse a barbero, como le recomendó su progenitora, pero no lo hizo. Dudó pero encontró un camino lleno de resaltos y baches donde vio la luz.

Uno entre cien, de cien al millón

Tenía que ganar dinero a toda costa. Y quería que fuera por lo que había trabajado toda su infancia, por ser bueno con el balón naranja. Ese año se tuvo que buscar las habichuelas en una liga semiprofesional de la que tú, querido lector, puede que no hayas oído hablar: ABL (American Basketball League). Su equipo era Sugar Land Legends. Con lo poco que ganaba iba pagando facturas, tirando hacia delante. Promediaba 37 puntos por partido, pero el ínfimo nivel de la competición le hizo pensar que debía dar un paso más.

Ya en 2013 se presentó a un tryout -en español, una prueba para entrar en un equipo deportivo- de los Austin Toros, de la D-League. Pagó 150 dólares por esa oportunidad. Más de cien chicos como él querían el puesto. A los responsables les convenció y le ficharon. Ya estaba en la rueda.

La liga de desarrollo de la NBA fue su verdadera ‘mili’. Los compañeros era llamados para jugar con el afiliado de la NBA, los Spurs, pero él debía seguir mejorando. Fue una temporada más otra, y entre medias hubo un ofrecimiento real de Brooklyn Nets por hacerle una prueba en 2014. Simmons prefirió continuar, quería hacerse un sitio en la organización que le había dado la oportunidad. Y aquello ya tenía que ser justicia poética.

  1. Las Vegas. Liga de verano. Jonathon se salió. Ya no sólo en el aspecto físico de un periodo estival en el que había trabajado más que muchos, es que había alcanzado el nivel que muchos querían. Popovich y su equipo de ojeadores le hicieron un contrato para varios años. Había alcanzado el objetivo, pero no iba a quedar ahí.

Su cima

En la primera temporada, ya con cuatro hijas y un puesto fijo, recibió medio millón de dólares. Estaba en la rotación pero tampoco tenía tanta presencia como ahora. Por la presente temporada cobrará más de 800.000, todo garantizado. Un cambio sustancial.

Se dice por los mentideros de San Antonio que, ante la ausencia por lesión de Green en este inicio de campaña, Anderson inicia como titular y Simmons entra como reserva para dar más estabilidad al equipo secundario de forma que el equipo gane ventajas en los partidos sacando partido del banquillo que tiene.

Esto es sólo otro paso. Entre muchos de ellos, el paso lunar del que casi todos se acordarán, llegó en el season opener en Oakland. Televisión nacional, hora punta, con todo el país viéndolo. Al más puro estilo del Troy McClure de Los Simpson y su «Tal vez me recuerden de películas como…», Simmons quedará en la retina de muchos como el hombre que amargó el debut de los SuperWarriors de Durant: exhibición de tiro con poco fallo, líder de la rotación, tirazos y matazos, etc. En definitiva, el partido que llevaba tiempo esperando para dar un golpe en la mesa y poder levantar el dedo al cielo diciendo «Aquí estoy». Y está. Y estará. Un largo camino con final feliz.


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