La temporada de Kevon Looney dio comienzo a 637 kilómetros al sureste de las instalaciones de los Golden State Warriors en San Francisco. Tras la pesadilla que le supuso 2020 en lo personal, el curso había ido mejor que el anterior con respecto a su estado físico, pero un nuevo batacazo deportivo le empujó de vuelta a casa.
Looney nació y creció en Milwaukee. Pero, como casi todo el que pasa por el circuito NCAA, quedó unido de por vida a su alma máter, UCLA. Hoy cuesta situar mentalmente al pívot de los Warriors abrazando el estilo de vida californiano con su vetusta rigidez y la vejez que exudan sus encasquilladas articulaciones y rostro, que hace tiempo dejó atrás cualquier reflejo de juventud. Ahora es más sencillo imaginarse a Looney sentado al borde de su cama cada mañana, con las manos en las rodillas aunando fuerzas para ponerse en pie que visualizarle corriendo por las playas del sur de California.
Sucede que el perfil bajo en el que se mueve desde su llegada a la NBA no es ni remotamente similar al que conoció en su etapa de desarrollo. Looney pasó sus días en el instituto Hamilton de Milwaukee como proyecto cinco estrellas a nivel nacional, donde se le consideraba el décimo jugador más prometedor de la clase que en 2014 daría el paso al circuito universitario. Como uno de los mejores jugadores de instituto que había visto Wisconsin en su historia, al entonces ala-pívot se le agolparon ofertas de los programas universitarios más prestigiosos de todo el país.
Duke, Florida State, Michigan State o Tennessee se peleaban por atraer la atención del chico. En uno de sus últimos servicios para la Universidad de California, Los Angeles; el técnico Ben Howland tuvo una pequeña corazonada y decidió enviar una petición de reclutamiento por pura cortesía. Nada hacía pensar que el chaval cruzaría todo el país teniendo ofertas igual de prometedoras en la costa del Atlántico.
Una oportunidad a los pies de Hollywood
No obstante, él y su familia decidieron darle una oportunidad e ir a visitar la ciudad de Los Angeles antes de desvelar dónde situaría su futuro. Kevon se lo debía su hermano Kevin, que había crecido enamorado de los Lakers de Kobe Bryant. Allí sería David Grace, principal reclutador del recién llegado entrenador Steve Alford, el encargado de acomodar a la familia en un apartamento cercano al muelle de Santa Monica. Aquellas aguas no eran como el verdoso y encapotado Lago Michigan, pero Kevon iba a quedar enseguida prendado del cristalino océano.
Es esta instantánea conexión que surgió con la ciudad de las estrellas y el año que disfrutó con uno de los uniformes más prestigiosos de la historia del college lo que hace que Looney considere a Los Angeles como su segunda casa baloncestística. Aquella donde todavía pudo disfrutar de su plena identidad como jugador. Lo que hoy reconocemos como uno de los interiores más toscos que pueblan la NBA, fue en su adolescencia un perfil al que comparar con Kevin Durant. Un ala-pívot para jugar de cara, correr la pista e incluso arrancarse con el bote en estático y las suspensiones lejanas.
En Hamilton de hecho hacía de base durante la mayoría de los partidos dada su superioridad física. Su llegada a los Bruins y a la División I de la NCAA iba a significar cercenar parte del repertorio citado. La ventaja en lo físico ya no era tan acuciada y los encorsetados sistemas defensivos del baloncesto universitario le empujaron a una posición de ‘cuatro’ más tradicional. Los tiros de tres, la media distancia, las transiciones e incluso los aclarados seguían ahí, pero ya no podía dominar desde ellos.
Como consecuencia directa, la valoración de Looney de cara al draft de 2015 fue decayendo. Lo que hasta hacía tan solo un año era un proyecto aspirante a puestos de lotería, iba a caer hasta la última elección de primera ronda. Los recién coronados Warriors le elegirían en trigésima posición. Si algún equipo podía volver a sacar el potencial versátil del jugador eran ellos.
El temor de los departamentos de scout de la liga con Looney era, como tantas otras veces, la adecuación de su físico al panorama NBA. Todas las dudas con aquel profetizado Durant que daba la sensación de haberse quedado a medio camino eran lícitas, pero la suerte ni siquiera le iba a permitir al chico demostrar que se equivocaban.
Comienza el calvario
Contando todavía las semanas que restaban para hacer su debut, el que a la postre sería el gran quebradero de cabeza de su carrera iba a llamar a la puerta de Kevon. En agosto de 2015 Looney era intervenido por primera vez de la cadera. Esto no solo retrasaría su primera participación con Golden State hasta enero arrebatándole los minutos de juego y continuidad que anhela todo recién llegado a la liga. A la larga iba a significar que el jugador tuviese que operar con un cuerpo mermado por problemas crónicos que le obligasen a reformular su juego desde los cimientos. La merma física se mezclaría con la revolución que vivía el baloncesto para apoltronarle por siempre en el rol de pívot tradicional en el equipo más vanguardista del mundo.
Aquel curso 2015-16 Looney jugaría tan solo cinco partidos con presencia testimonial en los Warriors del 73-9. Compaginó estos pequeños premios con 12 partidos en los Santa Cruz Warriors, filial de la liga de desarrollo. Aquello le serviría para poco más que ir cogiendo sensaciones en los casi 20 minutos que promedió. Sin embargo, no cabía posibilidad de extrapolar nada de lo que allí hiciese a las canchas NBA. Su concurso en la hermana pequeña era el resultado de prorrogar su versión en UCLA en un baloncesto de táctica mucho más liviana y con su lesión haciendo ya mella en lo físico y lo mental.
A Looney se le acumulaban las lecciones atrasadas. Volviendo poco a poco a la rutina del equipo debía aprender entonces a habitar en un sistema tan sencillo para el espectador en lo sensorial como intrincado para los que lo ejecutan o intentan detenerlo. Al tiempo todavía tenía que adaptarse al nuevo ritmo de competición y a una posición desconocida para él. Pero el obstáculo mayor resultaba convivir con un cuerpo que comenzaba a no pertenecerle del todo. Su temporada rookie terminaría como comenzó, con una nueva operación de cadera que le sacaría de concurso otros seis meses.
Para cuando regresó Kerr ya vislumbraba en él a un Bogut que intercambiase la inteligencia y corpulencia del australiano por un perfil de mayor movilidad y verticalidad pero igual de atrincherado en el trabajo sucio y una toma de decisiones menor en el intrincado sistema Golden State. Las prisas nunca fueron un factor ya que aquel equipo no necesitaba de su ayuda para ser uno de los más dominantes que ha presenciado el baloncesto.
Sin embargo, por paulatino que fuese el proceder, costaba horrores darle sentido a su presencia en cancha más allá de conservar los formatos pequeños para los momentos más determinantes del encuentro. En su caso, era imposible disociar lo más mínimo su pequeña producción de lo que generaba el inmenso talento del que estaba rodeado cuando comenzó a compartir pista con la primera unidad. Incluso entonces no resultaba tarea fácil introducirle en la infinidad de automatismos que con él no eran tal. A lo cual no ayudaba una segunda campaña nuevamente marcada por la dichosa cadera. Looney envejecía mucho más rápido de lo que el reloj avanzaba.
Un jugador quebrado en tres
Pese a encontrarse en su séptimo año en la liga, la trayectoria profesional del pívot hay que partirla por lo menos en tres fases. Una primera de desidia y reaprendizaje, una segunda de bendita normalidad y la actual. Hasta ahora su punto álgido se localizaba en torno a 2018 o 2019, cuando Looney por fin pudo y supo mimetizarse con su entorno hasta el punto de diluir las partes negativas de su concurso en pista. Como poco, había dejado de ser un pegote en cancha, aunque distaba mucho de ser una ventaja consistente para los suyos.
Sus carencias eran demasiado obvias para sostenerlo como pívot en la era del pace and space. A pesar de su gran envergadura, sus 206 centímetros de altura le hacen partir con desventaja como center al uso, y nunca rellenó estos valles con el salto vertical que perfiles como Robert Williams III o Bam Adebayo sí tienen. O lo que es lo mismo, que ningún equipo de la élite que no fueran los Warriors podría haberse permitido que Looney fuese su pívot titular. Ya era todo un logro que Kevon partiese de inicio y resultase útil en partidos en los que el rival lograba bajar las revoluciones del encuentro y el rebote se convertía en un bien preciado.
Aún hoy, en el mejor momento individual de su carrera, el jugador recuerda aquel tramo como el más feliz de su vida deportiva por sentirse partícipe de los equipos campeones de 2017 y 2018. “Estuve allí y contribuí en alguna serie, así que me siento parte de ello”. No fue fácil sentirse parte de un grupo que trataba de integrarle pero del cual él mismo se veía alejado en términos de capacidades. Por eso era un regalo que le considerasen uno más, algo que fue así desde el principio, pero especialmente conseguir sentirse con tal a nivel personal.
No hace falta recalcar lo trágico que resultó 2019, y por extensión 2020, para los Golden State Warriors. Las lesiones de Klay y Durant, la posterior marcha de este y la puntilla de la lesión de Curry se recitan de carrerilla. Looney no conseguiría alejarse del mal fario pues en ese bienio iba a encadenar una serie de dolencias y contratiempos exagerada incluso para él. A su archienemiga la cadera tocaría sumar problemas en la pelvis, la rodilla, unos cuantos achaques menores y un dolor abdominal que le iba a llevar de vuelta al quirófano en 2020.
No obstante, serían esta última unida a la lesión pélvica las que iban a dar como resultado el Looney que vemos hoy. El jugador declaró en aquel entonces sentir que había perdido cualquier fuerza explosiva y que apenas podía saltar. Si antes ya hablábamos de un jugador pesado, ahora casi se puede escuchar el rechinar de los remaches que mantienen su cadera unida al resto del tronco cada vez que intenta llevar a cabo cualquier movimiento que necesite un mínimo de agilidad. Ahí iban los restos del alero versátil que un día fue.
El entorno de los Warriors se ha esforzado a lo largo de los años en reconocer todo el trabajo que Looney lleva a cabo para estar a la altura de lo que le rodea. Si no fuese por esto, seguramente hace tiempo que le veríamos lejos de los pabellones NBA. Pero, en ocasiones, se necesita una pizca de buena suerte para que ese esfuerzo tome forma. A Looney no le podría haber sonreído más el destino con la franquicia en la que cayó, pero la diosa fortuna le había castigado demasiado en lo individual. Quizás lo único que necesitaba para cambiar su sino era la confianza de volver a sentirse protagonista.
Otro cambio obligado que empezar por uno mismo
La temporada de Kevon Looney dio comienzo a 637 kilómetros al sureste de las instalaciones de los Golden State Warriors en San Francisco. El pívot se plantó en Compton para disputar las series finales de la Drew League, un torneo veraniego que enfrenta a jugadores amateurs con cualquier estrella NBA que se deje caer por el pabellón del instituto King Drew. Allí Looney era un elemento claramente exógeno. La despreocupación, frenetismo y pavoneo típicos de la más famosa competición estival del baloncesto estadounidense chocaban de forma abrupta con la tosquedad del coloso.
Kevon no pretendía recordar tiempos de juventud ni nada que se le pareciese, pero sí pudo sentirse imparable por unos días. En la edición de 2021 se pasarían por la Drew jugadores como DeRozan, Harrel, Horton-Tucker, Isaiah Thomas o el propio Jordan Poole. Pero sería Looney el que acabaría dominando semifinales y final para levantar el premio MVP y darle la victoria a ‘I Can’.
Aquello no era más que una necesaria palmadita en la espalda para demostrarse a sí mismo que estaba preparado físicamente para una nueva temporada. Pero el reto de verdad le aguardaba de vuelta en San Francisco. El pívot había decidido firmemente cambiar sus rutinas alimenticias para alejar los problemas digestivos y de salud general que también le afectaban desde hacía un par de temporadas. Looney eliminó la carne de su dieta, dejando el pescado como la única proteína animal además de vetar el azúcar, los alimentos procesados y varias comidas que creía firmemente que le provocaban malestar. El pívot también había abrazado la práctica de artes marciales mixtas en verano con la idea de fortalecer su físico y a inicios de esta temporada comenzó a practicar sesiones de yoga en las previas de los partidos.
Metidos ya en la dinámica del actual curso, Looney y sus compañeros se iban a percatar de que la temporada iba a ser especial.Todo inicio de campaña está sujeto a la sobrerreacción, y más si el equipo involucrado es una dinastía de recuerdo visual imborrable. Los Warriors comenzaron el curso con regusto a 2015, arrasando a sus rivales con todas y cada una de las señas de identidad que les convirtieron en el mejor equipo de la década pasada. Todo ello esperando todavía por Klay Thompson.
Los meses fueron deshinchando la euforia de las primeras semanas y comenzaron a aparecer problemas que trastocaron las expectativas de propios y extraños. La mala racha de Steph, la adaptación de Klay y, sobre todo, la lesión de Draymond Green mortalizaron a unos Warriors que quizás no eran para tanto. Al igual que el recuerdo de lo que fueron nos hizo echar las campanas al vuelo, fue este mismo el que cargó las escopetas de los más críticos cuando, a pesar de la irregularidad, la temporada de Golden State había sido muy buena en términos generales.
Looney no ha sido ni mucho menos un factor determinante en el regreso de los de Steve Kerr a la más absoluta élite. Pero por primera vez en su carrera ha disputado minutos en todos y cada uno de los 82 partidos de liga regular. Lo cual en su caso particular supone un logro mayúsculo a sus todavía 26 años. Y aún estaba por llegar el que está siendo el mejor momento de su carrera sin paliativos.
Su lugar en el mundo
Las últimas semanas no solo muestran un pico de rendimiento en la trayectoria profesional de un pívot. Directamente hablamos de un cambio en la jerarquía del equipo en lo que a impacto en el juego se refiere. Lo primero es reconocer el que supone su gran argumento en esta subida de escalafón. Para explicar la presencia de un pívot como Looney en un equipo como Golden State no vale con ser un buen reboteador. Dominar los tableros debería de ser una obligación para él, y este curso ha marcado su máximo de carrera en esta disciplina. Las 7,3 capturas totales que coleccionó por noche en liga regular le siguen dejando lejos de la élite en este apartado, pero su mejora bajo los tableros permiten integrarle de lleno en el plan de partido como elemento diferencial.
Sus playoffs se explican en buena parte desde ese imán que por momentos parece tener. Nunca antes los Warriors habían atacado el rebote ofensivo con la voracidad que han demostrado esta pretemporada, y Looney está siendo el mayor beneficiario de esta agresividad luchando por cada balón dividido y sumando segundas oportunidades parta los francotiradores que le rodean. Si en 42 partidos disputados en playoffs el pívot solo había sumado más de diez rebotes en una ocasión, esta postemporada ya son 4 los partidos en los que lo ha logrado. En todos ellos crucial para sumar la victoria, incluidos sus 22 capturas —11 ofensivas— en el partido que cerraba la serie ante Memphis y en la que los Warriors sobrevivieron durante largos períodos gracias a Wiggins y a él.
Es este dominio el que permite que el equipo, por primera vez en su carrera, juegue para él durante ciertos tramos de los partidos. Los Warriors no tienen miedo a alimentarle en sus continuaciones al aro o después de dividir la defensa, y Looney está respondiendo con sus mejores partidos ofensivos en la NBA. Ni siquiera rehúye de distribuir desde el poste alto ni de atreverse con algún drive en el que parece librarse del excesivo peso que cargan sus huesos.
Hoy que Golden State celebra su regreso a las finales de la NBA tres años después, Kevon Looney ha dejado atrás cualquier síndrome del impostor. Si sentirse útil valía para explicar toda una vida deportiva de esfuerzo contra la adversidad, las últimas semanas ocuparán sin duda un lugar especial en su museo personal. Por delante, unas finales en las que tocar el cielo estirando unos huesos que parece mentira que solo cumplan 26 años.
(Fotografía de portada de Todd Kirkland/Getty Images)