El pasado 8 de febrero los New Orleans Pelicans decidieron dejar de esperar. Desde la petición de traspaso de Anthony Davis, la franquicia se había visto abocada a pensar en futuribles. A ver qué podemos sacar de la marcha, a ver qué tal nos va el draft, a ver cuándo debuta Zion, a ver cuándo congenian nuestros jóvenes, a ver si Stan Van Gundy… A ver, a ver, a ver.
Esta temporada no solo tenía pinta de acrecentar la espera, sino de recrudecerla. La salud y el comportamiento de Zion Williamson en los últimos diez meses provocaba que la estabilidad del proyecto pendiese de un hilo, pudiendo calarse antes siquiera de arrancar. Aunque con cada nueva regresión en la rehabilitación del jugador, la balanza de las dudas caía del lado de New Orleans.
Primero fue la presunta incomodidad de Zion en la ciudad y la organización y sus guiños a Nueva York los que provocaron que se rumorease la posibilidad de que Williamson fuese el primer jugador en rechazar una extensión máxima de su contrato rookie. Pero tras cada desplante y recaída del jugador, más realista parecía la duda de si los Pelicans le pondrían dicha oferta sobre la mesa. Este asunto continúa en un limbo y se resolverá una vez la temporada toque a su fin. Pero tras lograr adueñarse de su propio destino y dejar de pensar tanto en lo que está por venir, a New Orleans le preocupa menos el drama con Zion.