La ira y el legado del apellido Porter

Nos decía Séneca –o el escritor Mark Twain, según a la fuente a la que se acceda–  que “la rabia es un ácido que puede hacer más daño en el recipiente en el que se almacena que en cualquier otra cosa en que se vierte”.

Mal dirigida, esta es capaz de tambalear los propios cimientos de una persona y destrozar una carrera que se presentaba prometedora. Quizá fue el candente deseo de aceptación y de demostración de su valía lo que desató la furia de Kevin Porter Jr. hace menos de una semana.

En Cleveland había sacado tajada del traspaso de James Harden a Brooklyn. Las aguas revueltas de la ciudad de Houston y la necesidad neoyorquina por reclutar una tercera estrella permitieron al general manager Koby Altman el pescar a Jarrett Allen y Taurean Prince. Un premio suculento a un precio de saldo. Sin embargo, la decisión de situar al recién llegado Prince en la taquilla de Porter Jr. no sentó nada bien al jugador, quien respondió con gritos, lanzamiento de comida y encaramiento con el ejecutivo. En Ohio no dudaron ni un segundo tras esta inaceptable reacción: “hasta aquí hemos ‘llegao’”, como reza el espectáculo de Leo Harlem. Nada tiene de humorístico, sin embargo, este incidente –pues el sophomore tendrá que buscar ahora un nuevo destino en la NBA– ni la dura y trágica historia que esconde detrás.


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