Lo mundano de Kevin Huerter en los complejos Hawks

En la NBA, hay pocos estanques de talento más colmados que los Atlanta Hawks. Hay en Georgia tanto jugador llamado a ser importante que, no tardando mucho, la franquicia va a tener que decidir quién se va y quién se queda. La situación resultante no es muy distinta de esa tópica escena en la que una camada de perros lucha a ver quién es más adorable ante los que podrían ser sus futuros dueños. Y en esa caja de cartón que resiste la intemperie invernal a duras penas, hay un cachorro con el que no parece ir la cosa.

Kevin Huerter tiene pinta de chaval que se sienta en la última fila de clase. Pero que no lo hace buscando un refugio para sus travesuras en la distancia con sus docentes, sino que se postra allí simplemente para evitar miradas e intervenciones inesperadas. Eso de llamar la atención no le va mucho, lo cual no quita que sea un magnífico alumno.

El aspecto del muchacho no podría ser más normal. Pálido y pelirrojo como cualquiera de los chavales con los que se cruzaba en las calles de Albany, el distrito neoyorquino en el que Huerter se crio, las formas de su juego no hacen más que redoblar esta normalidad.


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